domingo, 3 de junio de 2012

Sancta Trinitas Unus Deus


Cuando me dicen que cristianos, judíos y musulmanes creemos en el mismo Único Dios y le adoramos, respondo que no, que es imposible:

- porque la fe del Antiguo Testamento (aunque válida y suficiente durante la Antigua Alianza) es parcial, imperfecta, porque no conoce a las Divinas Personas, Padre, Hijo y Espíritu Santo

- porque el judaísmo se ha cerrado a la Revelación de Cristo, Hijo de Dios, y a su Misterio de Redención, el Nuevo Testamento: Ni conocen a Jesucristo, ni le reconocen como Segunda Persona de la Divina Trinidad; lo mismo respecto al Espíritu Santo

- porque esta negación de Jesucristo, Hijo de Dios, implica el odio a su Persona y la exclusión terminante de cualquier confesión de fe cristológica (cfr Mt 26, 63-66)

El problema consiguiente es sustancial: ¿Se puede considerar fe verdadera, culto verdadero, la de quienes al dirigirse a Dios obvian o niegan al Padre y/o al Hijo y/o al Espíritu Santo; item más: respecto al Hijo, la postura del judaísmo es adversa absolutamente, intransigente. Por tanto, ¿se puede dar culto a Dios negando a Dios?

Tocante al islam y los mahometanos la diferencia es aun mayor, en cuanto el Islam no recibe la Revelación del Antiguo Testamento y sólo admite la invención del Corán, cuyo credo mantiene la absoluta exclusión del Dogma Trinitario, llegando a considerar la fe en la Trinidad como el gravísimo pecado de 'asociación', penado con muerte én la legislación coránica. Por consiguiente, al creer y rezar, al profesar la fe y rendir culto, el mahometano niega absolutamente a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, dirigiéndose a una abstracción de la unidad y unicidad de la Divinidad que es atributo pero no es esencia; creen y adoran un atributo divino a la vez que niegan la esencia del Dios Uno y Trino, así como a su Misterio de Salvación.

Con las llamadas 'otras religiones', la separación es absoluta. Si cabe alguna actitud de acercamiento, debería ser sólo por interés de la misión ad gentes. Otras formas de comunicación son incompatibles con la Fe y la Revelación (una sóla Revelación que enseña y confiesa una única Fe). Escenas como la reciente condescendencia inter-religiosa del Cardenal Schönborn con el Dalai Lama en San Esteban de Viena, constituyen episodios anómalos de confusos sincretismos incompatibles con la recta doctrina de la Iglesia. Al pagano se le predica el Evangelio, no se comparten con el 'dimensiones' religiosas ni se admiran particulares equívocos. Libros y experiencias como esta, por ejemplo, están fuera de la orto-praxis de la ortodoxia cristiana.

Cuando predico, insisto a los fieles en que no conocemos todo el Misterio, pero el Misterio que creemos y enseñamos es absolutamente verdadero, y corresponde a aquello que Dios ha querido que conozamos para salvarnos. Esa, y no otra, es la Fe que recibimos de los Apóstoles y la Iglesia, y esa, y no otra, es la Fe que debemos mantener, enseñar y transmitir.

Cosas sagradas tan profundas y dichas con tanta simplicidad como reza el Símbolo Atanasiano:

Quienquiera que desee salvarse debe, ante todo, guardar la Fe Católica:
quien no la observare íntegra e inviolada, sin duda perecerá eternamente. Esta es la Fe Católica:
 Que veneramos a un Dios en la Trinidad y a la Trinidad en unidad. Ni confundimos las personas, ni separamos las substancias. Porque otra es la persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo: Pero la divinidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo es una, es igual su gloria, es coeterna su majestad.
Como el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo.
Increado el Padre, increado el Hijo, increado el Espíritu Santo.
Inmenso el Padre, inmenso el Hijo, inmenso el Espíritu Santo.
Eterno el Padre, eterno el Hijo, eterno el Espíritu Santo.
Y, sin embargo, no tres eternos, sino uno eterno.
Como no son tres increados ni tres inmensos, sino uno increado y uno inmenso.
Igualmente omnipotente el Padre, omnipotente el Hijo, omnipotente el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no tres omnipotentes, sino uno omnipotente. Como es Dios el Padre, es Dios el Hijo, es Dios el Espíritu Santo.
Y, sin embargo, no tres dioses, sino un Dios.
Como es Señor el Padre, es Señor el Hijo, es Señor el Espíritu Santo. Y, sin embargo, no tres señores sino un Señor.
Porque, así como la verdad cristiana nos compele a confesar que cualquiera de las personas es, singularmente, Dios y Señor, así la religión católica nos prohibe decir que son tres Dioses o Señores.
Al Padre nadie lo hizo: ni lo creó, ni lo engendró.
El Hijo es sólo del Padre: no hecho, ni creado, sino engendrado.
El Espíritu Santo es del Padre y del Hijo: no hecho, ni creado, ni engendrado, sino procedente de ellos.
Por tanto, un Padre, no tres Padres; un Hijo, no tres Hijos, un Espíritu Santo, no tres Espíritus Santos.
En en esta Trinidad nada es primero o posterior, nada mayor o menor: sino todas la tres personas son coeternas y coiguales las unas para con las otras.
Así, para que la unidad en la Trinidad y la Trinidad en la unidad sea venerada por todo, como se dijo antes.
Quien quiere salvarse, por tanto, así debe sentir de la Trinidad.
Pero, para la salud eterna, es necesario creer fielmente también en la encarnación de nuestro Señor Jesucristo.
Es pues fe recta que creamos y confesemos que nuestro Señor Jesucristo , Hijo de Dios, es Dios y hombre. Es Dios de la substancia del Padre, engendrado antes de los siglos, y es hombre de la substancia de la madre, nacido en el tiempo. Dios perfecto, hombre perfecto: con alma racional y carne humana. Igual al Padre, según la divinidad; menor que el Padre, según la humanidad.
Aunque Dios y hombre, Cristo no es dos, sino uno. Uno, no por conversión de la divinidad en carne, sino porque la humanidad fue asumida por Dios. Completamente uno, no por mezcla de las substancias, sino por unidad de la persona. Porque, como el alma racional y la carne son un hombre, así Dios y hombre son un Cristo.
Que padeció por nuestra salud: descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos. Ascendió a los cielos, está sentado a la derecha de Dios Padre omnipotente; de allí vendrá a juzgar a vivos y muertos.
A su venida, todos los hombres tendrán que resucitar con sus propios cuerpos, y tendrán que dar cuenta de sus propios actos. Los que actuaron bien irán a la vida eterna; los que mal, al fuego eterno.
Esta es la fe católica, quien no la crea fiel y firmemente, no podrá salvarse. Amén


Amén.

+T.