domingo, 24 de junio de 2012

La Virgen de los Venerables



La Virgen de los Venerables, de Bartolomé Esteban Murillo. Pintada para el Hospital de Venerables Sacerdotes de Sevilla, en 1679, tristemente expropiada y vendida durante el latrocinio del patrimonio eclesial perpetrado en la 1ª mitad del s. XIX, actualmente forma parte de la magnífica colección de Pintura Española del Museo de Bellas Artes de Budapest. Es una de las obras que se exponen en el El Prado, en la exposición sobre Murillo y D.Justino de Neve (Murillo y Justino de Neve, el arte de la amistad). Merece una visita. La exposición se podrá ver en Madrid, Sevilla y Londres.

(para ver en formato mayor que el ofrecido por blogspot, entrar en esta página y pulsar sobre la foto-recuadro de la pintura)

Murillo tuvo la gracia de pintar lo divino en lo humano y describir lo humano de lo divino. Sus escenas de la Vita Christi huelen a hogar, a pesebre, a casa, a carpintería, a cocina con puchero en la lumbre. Cuando pinta a la Virgen, lo reconcentra todo en una mirada que destila Evangelio, sencillez del Misterio, la posibilidad real de lo sobrenatural que ha ocurrido, que ha pasado, que está sucediendo entre nosotros. Es el pintor del habitavit in nobis.

Toca lo sagrado con la suavidad de un espectador amable que cree y adora lo que representa, que moja el pincel primero en el alma, luego en la paleta; primero empapa el pincel en fe, luego le pone color al credo. La belleza con que pinta el pulchrum de lo sagrado es verdadera, no se inventa figuraciones, sino que plasma en el lienzo la gracia materializada, siempre creíble aunque esté pintando lo inefable.

Sus ángeles chiquillos son como una consecuencia pictórica del "...si no sois como niños no entrareis en el Reino de los Cielos", captando el sentido de la sentencia del Señor y aplicándola a los seres celestes, vueltos niños inocentes, que sonríen con los ojos y con la boca alientan el aire de la Gloria, descubren la ternura del Cielo, suspenden el giro del tiempo en un compás de eternidad amable, transparente, abocetando querubes con retazos de arreboles.

El cuadro de la Virgen de los Venerables es una obra del Murillo más celebrado, un artista en el periodo cumbre de su vida artística. Lo pinta en una Sevilla en plena decadencia social, todavía traumatizada por las consecuencias de la terrible peste de 1649, que aniquiló a un tercio de la población total de la ciudad. Se vivían tiempos díficiles, la penuria de recursos hizo que muchos clérigos se vieran necesitados. Para socorrerlos, el acaudalado sacerdote Don Justino de Neve, canónigo de la Santa Iglesia Catedral Hispalense, fundó con parte de su patrimonio personal el llamado Hospital de Venerables Sacerdotes, una institución que sería famosa en Sevilla.

La pintura representa una escena mitad piadosa, mitad alegórica, con la Virgen y el Niño como centro. La Madre del Señor está figurada con sencillo atuendo, túnica jacinto, velo ocre transparente y manto azul, pero con una apostura regia, sentada sobre un trono de nubes; un círculo de querubines (siete identificables y otras figuras que se adivinan entre el celaje de nubes) nimba la cabeza de la Señora, con la luz dorada de la gloria esclareciéndose a medida que se acerca al rostro sereno y bello de la Madonna; sobre el Niño, la aureola de luz es un intenso y estrecho resplandor sobre su pelo, como una media corona de sol eclipsado por la cabeza del Hijo de Dios. Está delante del regazo de la Virgen; la Madre recoge y concentra su mirada sobre la figura de Jesús, a quien sostiene con un paño en torno a su cuerpo, sin tocar directamente la carne del Verbo, como el sacerdote toma con el humeral la Custodia.

El Niño, pone su mano izquierda sobre los panes de una canastilla o panera de mimbres que le ofrece un Arcángel; con la mano derecha da el pan (una pieza de pan tierno, casi todo miga blanca y suave por dentro, llamado 'boba', fácil de comer para los viejos) a un sacerdote anciano. Junto a él, en el ángulo inferior derecho del cuadro, otras dos figuras sacerdotales miran al Niño de Dios y su Madre; las tres figuras representan a las tres clases de sacerdotes que eran atendidos en el Hospital de Venerables: Ancianos (la primera figura, con ropón de paño y un breviario en la mano), enfermos (la cabeza del centro, con el rostro ojeroso y doliente) y transeuntes (la cabeza del extremo, con esclavina y un báculo de peregrino). Son fres perfiles, con más o menos escorzo, quizá inspirados en modelos del natural.

Una brisa abomba y revuela el manto de la Virgen. El Arcángel (una alusión al Ángel Ministerial?) mira benevolente y compasivo a los sacerdotes. La mirada de la Virgen parece abarcar al Niño y a los tres venerables ministros; Jesús mira, dulce y misericordioso, al sacerdote anciano, que le sonríe.

La escena parece una Epifanía, una adoración de los Magos a la inversa, en la que es el Niño quien regala y hace ofrenda a las tres figuras sacerdotales, entregándoles su pan, en una alegoría que se refiere juntamente al Sacramento de la Eucaristía y al del Orden Sacerdotal, centrado todo en el motivo principal que inspira el cuadro, la beneficencia de la Casa Hospital de Venerables Sacerdotes.

Según algunos, el cuadro estaba en el refectorio de la casa; otros dicen que estuvo colocado en la pared del descansillo central de la escalera. Como dije arriba, el cuadro salió de Sevilla cuando el canallesco expolio de bienes eclesiásticos causado por la desamortización de Mendizábal, en 1835-36 y sucesivos años. Vendido a coleccionistas extranjeros (la pintura de Murillo se cotizaba altísima por aquellos años), terminó formando parte de la colección de pintura española del Museo de Bellas Artes de Budapest.

Después de la exposición del Prado, vendra el próximo otoño - D. m.- a Sevilla, y se expondrá en su casa original, el Hospital de Venerables Sacerdotes, de donde nunca debió salir.

Entonces, seguro que la Virgen de los Venerables será regalada con muchas Avemarías, porque no es un cuadro para ver sino para rezar.

Mater sacerdotum et pauperum, ora pro nobis!



+T.