martes, 2 de diciembre de 2008

Doña María. Una historia del XIV, con huella

Hoy en el santoral es Santa Bibiana, virgen y mártir, de aquella época santa y pasada en la que muchas vírgenes eran mártires, y viceversa. Pero en Sevilla, el 2 de Diciembre es Doña María Coronel, ni santa, ni virgen, ni mártir. Y sin embargo, todo esto junto y a la vez, en encantadora y verdadera paradoja sevillana, real y cierta como la historia misma.

Don Pedro el Cruel es una de las fascinaciones de Sevilla, porque él mismo era un fascinado por la Sevilla que fue su capital y su paraíso personal. Lo de cruel se lo pusieron sus hermanastros Trastamara y sus cronistas, porque en Sevilla preferían llamarle "el justiciero", o simplemente Don Pedro, el Rey Don Pedro. Desde el Alcázar y la Catedral y la orilla del Rio, por toda Sevilla y hasta Brenes y Cantillana, vuela el fantasma del galán Don Pedro, tan rubio y gallardo. Y tan loco, o maniático, o trastornado. De Portugal vinieron a España las locuras coronadas, y su madre era portuguesa, y de ella heredaría sangre y nervios de locura, que no dejarían de rebrotar hasta en tiempos de los Austrias, dos dinastías más allá, siempre por cruces y emparentamientos con portuguesas por medio.

Pues fue que el regio galán Don Pedro se enamoró apasionadamente de Doña María Coronel de su misma edad, que nacieron ambos en 1334. En 1350, recién casada con Don Juan Alfonso de la Cerda, Doña María enciende en amores a Don Pedro, que no tiene freno. Ella era de la mejor nobleza sevillana, su padre Don Alfonso Fernández Coronel fue un alto noble castellano que afincó en Andalucía por favor de Alfonso XI, el padre de Don Pedro. Al casarse con Juan Alfonso de la Cerda, María Coronel entró en la parentela de aquellos infantes nietos de Alfonso X que estuvieron tan presentes en los conflictos sucesorios de la Corona de Castilla. Y Don Pedro en el centro, contra todos y todos contra él.
El siglo XIV es un siglo padre y maestro de folletines, con material histórico, anecdótico y humano para los literatos del Siglo de Oro y del Romanticismo decimonónico. Un autentico filón de pasiones y dramas y tragedias como nunca se vio igual, que surtiría de personajes reales las comedias y las óperas desde Lope de Vega a Donizetti. Fascinante, como decía.

Resumiendo y abreviando: Que Don Pedro sube al trono casi chiquillo y, en cuanto puede, él y su madre Dª María de Portugal se toman venganza en la favorita de su padre, Dª Leonor de Guzmán, madre de una prole de bastardos reales que serían al fin los Trastamara triunfantes con dinastía bicéfala en Castilla y Aragón. Los bastardos Trastamaras juran odio eterno a su hermanastro el rey Pedro I, y reunen en torno a ellos a toda la mejor nobleza castellana, incluidos los Infantes de la Cerda y la familia Coronel, junto con todos los nobles despechados y resentidos contra el joven e imprevisible Don Pedro (que contó con el favor de la nobleza menor y las ciudades).

En una de las tensiones de la quasi guerra civil entre Don Pedro y sus hermanastros Trastamaras, muere el padre de Dª María, en el bando de los bastardos; y su marido Juan Alfonso de la Cerda es apresado. María sube hasta Tarragona para pedir clemencia al rey, y Don Pedro la tranquiliza y le otorga gracia. Pero antes de que llegue María a Sevilla, su esposo es ejecutado por orden real. Para más dolor, el rey anda en amores con su hermana Aldonza Coronel. Y entre otros más episodios, la familia Coronel es desposeída, sus casas y bienes expropiados, y las mujeres que quedan en Sevilla desoladas (ahora se diria expuestas a maltrato, acoso sexual y presión psicológica; una vulgaridad, francamente).

El rey además se ha definitivamente encaprichado de María, hermosa y atractiva en su viudedad. La pretende, la asedia, le dice que le devolverá bienes y honores, pero María ha conocido a Don Pedro en su faz de "cruel", y le detesta y le huye. Se refugia en el Convento de Stª Clara, adonde va a buscarla el desbocado Don Pedro, que irrumpe en la clausura para horror de las monjas, que huyen ante el rey desenfrenado y rabioso. María se ha escondido en la huerta, donde han excavado un hueco que han tapado con unos cañizos y encima puesto unas plantas, para disimular. Pero el despabilado Don Pedro nota la tierra recien removida, y descubre el escondrijo. María sale corriendo y llega a las cocinas del convento, con el rey detrás. Cuando casi la alcanza, a punto de abrazarla, María ve unos peroles de aceite hirviendo puestos en la lumbre, los toma y se los vuelca en la cara que se achicharra y prende en fuego con las tocas de monja que lleva puestas, ante la conmoción horrorizada del rey viendo en un momento desfigurada para siempre la belleza que había apetecido con tantos ardores. Fin de la escena. Telón.
.

Curó Doña María de sus quemaduras, pero le quedaría ya para siempre en su rostro una horrenda cicatriz, que apenas disimulaban las tocas y los velos monjiles. El rey, con remordimientos y arrepentido, le devolvió las casas y los bienes familiares (otros dicen que fue ya en los días de Enrique I cuando se le reintegran). Doña María fundó con ese patrimonio, en la casa de su difunto padre, un convento de clarisas franciscanas, el Convento de Santa Inés, lindante con la Parroquia de San Pedro. De este convento fue abadesa hasta su muerte, en 1409 o 1411, a la edad de 73 o 75 años, asaz provecta para aquella época. Don Pedro había muerto 40 años antes, en 1369, apuñalado por su hermanastro Enrique de Trastamara, en los Campos de Montiel.

A mediados del siglo XVI, durante unas obras en el coro bajo del convento, descubren el sepulcro de Doña María. Para sorpresa y admiración de los sevillanos, el cuerpo estaba incorrupto, reconociéndose todavía en la cara de María Coronel la llaga de su famosa quemadura. Con permiso eclesiástico, las monjas revistieron el venerable cuerpo, que quedó en una urna de madera y cristales, en el mismo coro, y que desde entonces se descubre cada 2 de Diciembre, fecha del óbito de Dª María, expuesta a la veneración.

Antes vestía una túnica de tisú de plata, con el cordón franciscano y la toca y el velo. Desde los años 70-80 aparece con el sayal de clarisa, como las monjas del convento. Está tan bien conservada como San Fernando; es decir, que está que da horror de ver, como si los Santos desde el XVI para acá hubieran sufrido el deterioro de los tiempos, tan poco proclives a Santidades como aquellas, tan "medievales". El cuerpo tiene vuelto el rostro hacia afuera, se le ve muy bien. Y las rodillas flexionadas, porque cuenta una tradición del convento que la urna la hicieron corta y cuando fueron a meter el cuerpo no cabía. Ante el apuro, la madre Priora tomó su pértiga y terminante dijo, dirigiéndose a Dª María: - "Reverenda madre Dª María, en virtud de santa obediencia, encójase!" Y dicen que el cuerpo, milagrosamente, flexionó las rodillas y lo pudieron colocar holgadamente en su urna. Un doméstico prodigio, como Uds. sabrán piamente apreciar.

Y así la verán hoy todos los sevillanos que vayan a verla a su Convento de Stª Inés, que es una preciosidad. Y de camino, muchos de los devotos comprarán en el torno de las monjas tortas y pestiños y bizcochadas y cortadillos de cidra. Aunque el dulce original y famoso del obrador de Stª Inés son sus célebres "bollitos de Santa Inés", que son como unos panecillos de leche y aceite, pequeños, con forma de S achatada, tostaditos y lustrados por arriba y blanquitos por abajo, consistentes. Con un par va uno bien desayunado o merendado. Muy ricos, de otra época. Con chocolate espesito, una esquisitez mismamente del Siglo de Oro. Para estas mañanas de frío que está haciendo, ideales.

&.