viernes, 23 de septiembre de 2016

Sicut una inter pares


Celebrando el otro día la Misa de la fiesta de San Mateo, al rezar el prefacio (Misal Pablo VI, 2º prefacio de Apóstoles), asentía creyendo lo que rezaba, una proclamación de la fe católica apostólica y, a la vez, una alabanza a Cristo, a Dios que nos entregó ese misterio de salvación, del que participamos y en el que vivimos:

"...Porque has cimentado tu Iglesia sobre la roca de los Apóstoles, para que permanezca en el mundo como signo de santidad y señale a todos los hombres el camino que nos lleva hacia Ti..."

Después, meditando sobre lo celebrado y rezado, me preguntaba si la Iglesia, la actual, la post-conciliar, la que encabeza visiblemente PP Franciscus, podía considerarse consciente, sapiente y operante según ese misterio proclamado y rezado en el susodicho prefacio.

La nueva edición de Asís (y las anteriores) nos dice que no, que la Iglesia que va a Asís ha dejado de creer en su misterio, en su esencia, en su vocación. La Iglesia de Asís se siente cómoda siendo una inter pares.

Lo enfermizo, lo anómalo, lo desconcertante, es que los que se sientan como iguales a la Iglesia en la mesa de Asís son cismáticos, herejes cristianos, infieles anti-cristianos y paganos contra-cristianos, un muestrario, alardeaban, de 500 representaciones, de todo el mundo.

Tuve un amigo sacerdote que, algunas veces, me llamaba para pedirme que bendijera una imagen, o celebrara alguna Misa solemne, o predicara algún sermón. Daba la impresión de que él mismo no se tomaba en serio su potestad, su ministerio, la gracia de la que era administrador. Después de algunos años, dejó el ministerio. Sigo creyendo que su caso fue el de una vocación sincera mal formada, mal dirigida y mal vivida. Por eso sus vacilaciones. Por eso su incomodidad de sentirse sacerdote y actuar como tal.

La Iglesia que va a Asís parece sentirse incómoda consigo misma, duda de su carácter sobrenatural, se descoordina de su misión ultraterrena y se alía con instancias del mundo con la coartada-excusa de compartir una misma voluntad sobre la paz. Una paz que, como concepto, es imposible que sea coincidente esencialmente si se expresa según los respectivos credos de los asistentes a Asís. La paz de Cristo no es la paz de los judíos, ni la de los mahometanos, ni la de los budistas, ni la de los confucionistas, los jainistas o los bahai. No existe una paz común entre los hombres. La Iglesia se desidentifica si convoca una imposible oración global para una inexistente e inexistible paz universal.

Para un cristiano, para un católico, estremece ver el escenario de Asís mientras se arrincona el Evangelio porque se prefiere la convergencia vana de todos (que no son todos) en vez de la predicación de la conversión a Cristo y a su paz verdadera, que es don celestial y no pacto terrenal.

Rezamos sin creer el Gloria in excelsis Deo et in terra pax hominibus bonae voluntatis.

...Si es que se reza.


+T.