miércoles, 14 de diciembre de 2011

Santo en llama viva


Un temeroso estupor me golpea cuando leo/medito/rezo la oración de confianza de San Claudio de la Colombière, y lo mismo me pasa con esta reflexión de San Juan de la Cruz. Reconozco que sólo un santo, muy inspirado por la gracia, muy empapado del conocimiento de Dios, con una fe depuradísima, puede decir cosas como estas:

"No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu amado Hijo Jesucristo, en quien me diste todo lo que quiero. Por eso me gozaré de que no te tardarás si yo me espero. Míos son los cielos y mía es la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios es mía y todas las cosas son mías, y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues, ¿Qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto y todo es para ti. No te pongas en menos ni te conformes con las migajas que caen de la mesa de tu Padre. Sal fuera y gloríate de tu gloria, escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón". (Dichos de Luz y Amor, 26)

Un dicho con luz de amor, diría yo, que no me explico sino como efecto de una gran iluminación y un desbordante amor, una inteligencia excepcional del Misterio. Es como el desenvolvimiento del verso del Salmo 'El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?'; o la explayación de la proclamación de San Pablo: 'Todo es vuestro, vosotros de Cristo y Cristo de Dios'.

Con un dicho como este de San Juan de la Cruz, con esta muestra, se puede calibrar todo lo demás, su obra y su vida. No es un Santo más, no es un santo corriente.


Hace ya unos años, el 16 Diciembre de 1990, por la efemérides del IVº Centenario de San Juan de la Cruz, el ABC publicó en su tercera página un artículo memorable del p. José Luís Martín Descalzo, una bellísima semblanza del Santo Místico. Contaba el episodio de la escapada de la celda-cárcel del convento carmelitano de Toledo y la colación de unas peras cocidas con canela que le dieron las monjas carmelitas en el locutorio de su convento, donde le refugiaron.

Si no lo conocen, lean aquí el precioso artículo

Tengo el artículo recortado, plegado entre las páginas de unas Obras Completas de San Juan de la Cruz, y me gusta releerlo. Recuerdo hasta el momento en que lo corté de un ABC, en Roma, pocos días antes de la Navidad de 1990.

De aquella mañana de la huída toledana, esta es mi pequeña semblanza, mi Ex Voto al Santo de los poetas:

Dudó la luz si amanecer el día,
si poner sol o seguir la noche oscura,
si alumbrar o darle cobertura
a aquel que como un ciervo huía

de su pena y prisión. Ya esclarecía;
iba receloso, en la estrechura
de la celda ansiaba aquella anchura
que ahora en despejado se temía

Por una cuesta subió; temblando, el alma
por la boca con su aliento se le iba,
rezando con los labios. Vió una palma

abriendo su penacho arriba,
y remansó su corazón con calma
su verso ardiendo en llama de amor viva.

El final del artículo del ABC recuerda la escena que cuenta el p. Crisógono en su insuperable biografía, cuando estando en Sierra Morena, en La Peñuela, al incendiarse unos pastos, una liebre salió despavorida y se cobijó en el halda del padre Juan, y dos veces que la retiraron volvió las dos a meterse bajo el hábito del Santo. Terminaba Martín Descalzo confesando "...¡Y qué envidia tengo yo de aquella liebre!".

Una liebre escapando de un incendio yendo a esconderse en uno incendiado por la Llama de Amor Viva.


+T.