Pender de un leño, traspasado el pecho,
Y de espinas clavadas ambas sienes,
Dar tus mortales penas en rehenes
De nuestra gloria, bien fue heroico hecho;
Pero más fue nacer en tanto estrecho,
Donde, para mostrar en nuestros bienes
A donde bajas y de donde vienes,
No quiere un portalillo tener techo.
No fue esta más hazaña, oh gran Dios mío,
Del tiempo por haber la helada ofensa
Vencido en flaca edad con pecho fuerte
(Que más fue sudar sangre que haber frío),
Sino porque hay distancia más inmensa
De Dios a hombre, que de hombre a muerte.
Es decir, que el Misterio de los Misterios es la Encarnación, que hace que el Verbo Eterno se haya hecho Niño en el seno de la Virgen. Después, vivir como hombre y como hombre morir fueron sólo consecuencias (asumidas en orden a la Redención); eso que tan admirablemente resumen los dos últimos versos del soneto gongorino:
"...porque hay distancia más inmensa / de Dios a hombre, que de hombre a muerte".
+T.
2 comentarios:
La más tremenda kénosis del Verbo es el misterio de su Encarnación. Gracias, don Terzio.
Belleza, Verdad y Fe entrelazadas en unos versos magníficos. Gracias
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