martes, 8 de abril de 2014
De Lázaro a Caifás
En el Evangelio de San Juan, el milagro de la resurrección de Lázaro marca una inflexión en la narración, abocada ya, desde este episodio a la Pasión, tan cerca en el tiempo como en el espacio Betania dista de Jerusalén, al otro lado del Monte de los Olivos.
De este Evangelio me impresiona la tensión que el Señor, conscientemente (deliberadamente), va dejando crecer hasta que estalla en el desahogante reproche de Marta y en las lágrimas del mismo Cristo, como un desbordamiento de sentimientos personales y religiosos, de la carne y del espíritu, lo humano y lo divino en esa intensa conjunción que rige el misterio del Dios-con-nosotros, el Verbo encarnado. En este Evangelio, valdría decir la Palabra hecha emoción, Dios hecho llanto, recurriendo a la osadía de la siempre vertiginosa y conmocionante comunicación de idiomas.
Al fin, el clímax de la escena provoca una de las confesiones de fe cristológica más completas de todo el Nuevo Testamento:
"...Marta dijo a Jesús: 'Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas'. Jesús le dijo: 'Tu hermano resucitará». Marta le respondió: 'Sé que resucitará en la resurrección del último día'. Jesús le dijo: 'Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá;
y todo el que vive y cree en mí,no morirá jamás. ¿Crees esto?'.
Ella le respondió: 'Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo'..." Jn 11, 20-27
Marta, la activa y vivaz, la que servía al Señor con inquieta dedicación, tan distinta de María, su hermana; Marta no se resigna sino que golpea con su fe rotunda y sufriente el pecho del Señor; no le besa los pies ni le unge, no le derrama bálsamo, sino que confronta su esperanza dolorosamente decepcionada y abre su corazón rebosante de fe y sufrimiento; choca su alma con Cristo, con la bravura de quien sabe a Quien se está dirigiendo, con Quién se está confrontando en un combate de amor, dolor y fe, donde no se distingue qué le rompe más, si la muerte de Lázaro, su hermano, o la inactividad de Cristo.
El fin del episodio es terrible, porque nadie, ningún humano, está preparado para ver resucitar a uno que es cadáver hediondo de cuatro días. La voz imperante de Jesús Nazareno tuvo que resonar - pasando del oído al alma - en lo más profundo de cada uno de los que la oyeron, como un clamor ancestral, pre-humano, pues era la voz del Creador llamando a la vida.
Después sigue el Evangelio contando la turbación del Sanedrín porque muchos jerosolimitanos creían en Cristo al enterarse de lo de Lázaro.
La profecía de Caifás, sumo sacerdote, es un evangelio (Jn 11, 45-57) con un enunciado soteriológico implícito, que se pronunció sin entender su alcance, puesto que era la proclama primera de la Pasión: El pregón primero y más auténtico de la Semana Santa.
+T.
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