La primera vez que visité la Capilla Sixtina en el Vaticano, quedé tan desagradablemente afectado que tardé un par de años en volver. Saqué la conclusión de que debería cerrarse inmediatamente e imponer un severo y restrictivo numerus clausus que impidiera la invasión irreverente del populacho turista. Hay lugares y lugares, y la Sixtina no debería estar accesible por ser el lugar que es, precisamente. Eso pensaba y eso sigo pensando.
El tema se ha vuelto de actualidad por unos comentarios que hace un mes, poco más o menos, lanzaba el antiguo curador-director de los Museos Vaticanos, Francesco Buranelli, refiriéndose al peligro evidente que el turismo masivo causa a la Capilla y su contenido (si no me equivoco, creo recordar con escalofrío la cifra de unos 20.000 visitantes diarios).
Los turistas pasan por la Sixtina como por Piazza Navona o el Panteon, circulando. Se tienden en el suelo (está prohibido) y miran al techo michelangelesco, siquiendo el dedo o el puntero indicador del guía. Pocos miran Il Giudizio, menos famoso que las escenas del Génesis. Poquísimos se entretienen con los demás elementos de la colosal bóveda, lunetos, putti, mancebos, medallones. Y son un puñadito los que contemplan los frescos del Quatrocento, las pinturas laterales del Botticelli, Signorelli, Perugino, Pinturicchio, Roselli, tan preciosas. No saben lo que ven y ven sin saber. Cuando salen, van borrachos de imágenes inaccesibles, fatigados por un alud de belleza que excede su capacidad de contemplación. Pero se van dejando huella, toda esa suciedad ambiental que estremece a los cuidadores y restauradores de la Sixtina.
Desde su apertura, cuando se consagra a la Asunción de la Virgen, el mismo día de su solemnidad, el 15 de Agosto de 1483, por Sixto IV, en pleno fascinante y turbulento Quattrocento romano, los visitantes de la Sixtina fueron los habituales, la capilla papal (cuando había) y casi nadie más. Durante el Sacco di Roma sufre el atropello brutal de los lansquenetes imperiales, pero durante todo el siglo XVII y el XVIII se mantiene lo mismo, con la frecuencia ceremonial de las celebraciones pontificias. Algunos curiosos viajeros alemanes e ingleses van apareciendo en la Roma de mediados del XVIII, pioneros de lo que vendría después. En el XIX aumentan las visitas de extraños (digo extraños queriendo decir "no eclesiásticos"), atraídos por la fama del santuario, pero son todavía muy pocos. Cuando empieza la marea es a partir del pontificado de Pio IX, con las peregrinaciones internacionales; con Pio XI la visita es ya un tópico romano. Aunque no sé precisar desde cuando se incluyó la Sixtina en el recorrido de los Museos Vaticanos. Fue un error.
A su valor artístico, la Capella Sistina junta el histórico, igualmente de primerísimo y exclusivísimo rango. Desde Leon XIII los cónclaves papales se han celebrado todos sirviéndose de la capilla como aula del solemne acto. Personalmente, me repugna ver expuesto a la vista de cualquiera un lugar tan excepcional.
Un vulgar populismo ha tendido a franquear a las masas este y otros espacios consagrados, sin ningún tipo de reserva. El actual director de los Museos Vaticanos, Antonio Paolucci, se excusa con argumentos insuficientes, dadas las evidencias. Pero el más contundente es el de los ingresos aportados por los visitantes, que ignoro a cuánto ascienden, pero que comprendo sea un factor importante contando con el dificil equilibrio de los presupuestos del Estado de la Ciudad del Vaticano. Se comprende, pero no convence.
Lo suyo sería hacer una reproducción, como la que existe en las Cuevas de Altamira y otros recintos protegidos. La gente ni se daría cuenta, si no se les advierte. Las posibilidades documentales de una exposición-reproducción son muchas, compensando la sustitución del original con otros atractivos didácticos. Por supuesto, el acceso reservado a la Sixtina se regularía en atención de los vistantes que lo solicitaran y según sus motivos, dando preferencia a los que lo merezcan en razón de su interés justificado, con la posibilidad de ciertas fechas/ocasiones en las que se ofrecería una visita al alcance de cualquier interesado que lo solicitara, aunque manteniendo siempre el numerus clausus.
De hecho, en parecido sentido, ya existen en la Ciudad del Vaticano algunos espacios que sólo admiten visitas restringidas que deben solicitarse y que se conceden limitadamente, a grupos pequeños bajo la dirección de guías expertos. Me refiero concretamente a la Necrópolis Vaticana, uno de los enclaves arqueológicos más interesantes de toda Roma, y que sin embargo permanece bajo un riguroso control de visitas. Últimamente se ha habilitado desde la página-web del Vaticano una visita virtual, con el mismo itinerario que se suele seguir a través del antiguo cementerio donde se situa la tumba original de San Pedro --> Scavi Vaticani- Necrópolis Vaticana
Aunque hace un año, aproximadamente, que funciona, es ahora cuando se le está dando alguna publicidad. A pesar de sus limitaciones (necesitaría una presentación más manejable y facil, con más detalles y en más idiomas), no me extrañaría que este tipo de documentación virtual se fuera perfeccionando, y pronto ofreciera la posibilidad de acceder a través del mismo formato visual a otros monumentos de interés, como la Sixtina.
Insisto que en el caso de la Sixtina es urgente. Una voz de alarma debería ser suficiente.
p.s. El youtube que sigue lo dejo como ilustración-información de esa interesante exposición sobre la obra menos conocida del Buonarrotti.
+T.
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