martes, 14 de abril de 2009

Descendió a los infiernos


Los que sepan catecismo - cada vez son menos - sabrán para qué descendió Cristo a los infiernos: -Para liberar a los justos que estaban esperando su santo advenimiento. Esa es la respuesta que se enseñaba en el Catecismo al comentar-explicar el Credo Apostólico, que incluye ese artículo del Descensus ad inferos.
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Como la Cristología se ha ido haciendo ultimamente sobre las especulaciones de los incrédulos y no sobre la fe de los creyentes, nuestros cristianos cada vez saben menos y dudan más. Hasta el Concilio, la Teología Católica se fundamentaba en la Escritura y la Tradición (Magisterio, Padres, y Doctores de la Iglesia). Desde el Concilio, cualquier exegeta de última hora o el último libro del último autor tiene más "peso" que los 20 siglos precedentes. Tristemente.

El que quiera informarse sobre la cuestión un poco más allá de la escueta (pero cierta) respuesta del catecismo, mejor que lea la obra del p. Antonio Orbe, un experto católico insuperado (insuperable?) sobre temas de teología paleo-cristiana, por ejemplo este capítulo sobre el Descensus ad inferos, magistral.

En suma, es la revelación de Cristo a la humanidad "retenida" en ese lugar/estado no bien definido en el Antiguo Testamento, denominado "sheol" o "seno de Abrahám". No es un lugar propiamente de condena, sino una privación de la Gloria. Cerrado el Edén para Adán y su descendencia, los justos no pueden gozar post-mortem de una felicidad preternatural/sobrenatural que tienen vedada. Tampoco pueden ir propiamente al infierno, puesto que los méritos personales de cada uno merecen la recompensa de Dios. De ahí la retención de los justos en ese "limbo de los padres", como también se le llama.

Existe un evangelio apócrifo, atribuído a San Bartolomé apóstol, que narra extensamente el descensus, con la característica imaginería de los textos apócrifos, tan influídos por conceptos extraños a la doctrina verdadera de la Iglesia, casi siempre por contaminación de ideas-conceptos provenientes de sectas heréticas, la mayoría de las veces gnósticas.

La iconografía greco-ortodoxa representa la Anástasis-Resurrección según la imaginería que escenifica el Descensus ad inferos: Cristo vestido con túnica blanca pisa y rompe las puertas del infierno-hades, aplastando al diablo vencido, y toma con sus manos a Adán y Eva, representados como ancianos que tienen detrás a todos los demás Justos retenidos (se suelen representar a Moisés, reconocible por los rayos que le despuntan en la frente o por las tablas; y al rey David, que lleva corona; y así a otros profetas y patriarcas del Antiguo Testamento). En otras iconografías occidentales dependientes de este prototipo, se representa al Señor desnudo, cubierto con el sudario blanco y portando un estandarte con una cruz, dirigiéndose a unas figuras que representan igualmente a Adan y Eva etc. Otras veces aparecen junto a Cristo unos Arcángeles, a manera de séquito, y no es raro que porten los instrumentos de la Pasión: Cruz, lanza, corona, caña, flagelos, etc.

El Descensus, ocuparía en los Misteria Vitae Christi ese intervalo que media entre la Muerte-Sepultura y la Resurrección. En Cristología se explica que Cristo no baja al infierno corporalmente, sino sólo en alma (unida sustancialmente al Verbo), puesto que aun no había ocurrido la resurrección carnal-corporal, que acaece "al tercer día" para cumplimiento de las Escrituras que así lo profetizaban.



Una de las homilías pascuales más bellas de la antigüedad cristiana recrea con una intensa emoción este momento, la conversación de Cristo con Adán:

Va a buscar a nuestro primer padre como si éste fuera la oveja perdida. Quiere visitar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte. Él, que es al mismo tiempo Dios e Hijo de Dios, va a librar de sus prisiones y de sus dolores a Adán y a Eva.

El Señor, teniendo en sus manos las armas vencedoras de la cruz, se acerca a ellos. Al verlo, nuestro primer padre Adán, asombrado por tan gran acontecimiento, exclama y dice a todos: “Mi Señor esté con todos”. Y Cristo, respondiendo, dice a Adán: “Y con tu espíritu”. Y, tomándolo por la mano, lo levanta, diciéndole: “Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y seré tu luz. Yo soy tu Dios, que por ti y por todos los que han de nacer de ti me he hecho tu hijo; y ahora te digo que tengo el poder de anunciar a los que están encadenados: ‘Salid’, y a los que se encuentran en las tinieblas: ‘iluminaos’, y a los que duermen: ‘Levantaos’.

A ti te mando: Despierta, tú que duermes, pues no te creé para que permanezcas cautivo en el abismo; levántate de entre los muertos, pues yo soy la vida de los muertos. Levántate, obra de mis manos; levántate, imagen mía, creado a mi semejanza. Levántate, salgamos de aquí, porque tú en mí, y yo en ti, formamos una sola e indivisible persona.

Por ti, yo, tu Dios, me he hecho tu hijo; por ti, Yo, tu Señor, he revestido tu condición servil; por ti, yo, que estoy sobre los cielos, he venido a la tierra y he bajado al abismo; por ti, me he hecho hombre, semejante a un inválido que tiene su cama entre los muertos; por ti, que fuiste expulsado del paraíso, he sido entregado a los judíos en el huerto, y en el huerto he sido crucificado.

Contempla los salivazos de mi cara, que he soportado para devolverte tu primer aliento de vida; contempla los golpes de mis mejillas, que he soportado para reformar, de acuerdo con mi imagen, tu imagen deformada; contempla los azotes en mis espaldas, que he aceptado para aliviarte del peso de los pecados, que habían sido cargados sobre tu espalda; contempla los clavos que me han sujetado fuertemente al madero, pues los he aceptado por ti, que maliciosamente extendiste una mano al árbol prohibido.

Dormí en la cruz, y la lanza atravesó mi costado, por ti, que en el paraíso dormiste, y de tu costado diste origen a Eva. Mi costado ha curado el dolor del tuyo. Mi sueño te saca del sueño del abismo. Mi lanza eliminó aquella espada que te amenazaba en el paraíso.

Levántate, salgamos de aquí. El enemigo te sacó del paraíso; yo te coloco no ya en el paraíso, sino en el trono celeste. Te prohibí que comieras del árbol de la vida, que no era sino imagen del verdadero árbol; yo soy el verdadero árbol, yo, que soy la vida y que estoy unido a ti. Coloqué un querubín que fielmente te vigilara; ahora te concedo que el querubín, reconociendo tu dignidad, te sirva.

El trono de los querubines está a punto, los portadores atentos y preparados, el tálamo construido, los alimentos prestos; se han embellecido los eternos tabernáculos y moradas, han sido abiertos los tesoros de todos los bienes, y el reino de los cielos está preparado desde toda la eternidad».


Es una de las lecturas más bellas y emocionantes de entre las que se leen en Semana Santa, en el Oficio de Lecturas, el Sábado Santo. No se sabe su autor, sólo que es una homilía pascual de los primeros siglos, recogida como "homilía antigua sobre el grande y santo Sábado" (PG 43, 439. 451. 462-463). Una preciosa meditación para esta Semana de la Octava de Pascua.
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+T.

11 comentarios:

Chano Piñeiro dijo...

Si, ¡bellísimo!, es cierto. Y que Dios tan Dios y que Hombre tan hombre ( ¡que felicidad sentirse así de amado!).

párvulo dijo...

Muchas gracias Terzio, el texto me parece maravilloso.

Anónimo dijo...

Homilias así se tendrían que hacer.

anco marcio dijo...

El texto de la homilía me parece bellísimo pero he emtado en el link "El descensus ad inferos y San Ireneo" y me quedo atónito ante mi absoluta inapacidad para seguir el razonamiento en él expuesto. ¿Qué significa que el Logos de Dios estuvo colgado en la Cruz? ¿La muerte del Señor se produjo por la separación de su Alma y su Cuerpo? ¡Dios mío, no sé nada ni entiendo nada!

Terzio dijo...

La Encarnación del Verbo, se trata de eso. La Persona del Verbo se une inseparabelemente a una naturaleza de hombre (cuerpo y alma--> los 4 adverbios de Calcedonia: inconfuse, indivise, inmutabiliter, inseparabiliter). En ningún "momento" del Misterio de Cristo (su Vida) se "separa" el Verbo del Padre ni del Espíritu, pero es un "acto" del Hijo por "apropiación"; decimos (aparece así en la teología/cristología de San Ireneo) que el Logos/Verbo estuvo crucificado (¡Dios Crucificado!) por ese mismo misterio de la unión sustancial en Cristo de la naturaleza divina del Verbo/Logos con la humana asumida.

La cristología se expresa con la "comunicación de idiomas" que atribuye/predica lo humano a lo divino y viceversa, sin contradicción. Este caso que citas es un ejemplo.

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anco marcio dijo...

Muchas gracias Terzio por tus palabras, pero sigo sin saber: ¿Se separó el Alma del Cuerpo del Señor tras su muerte? ¿Dónde fue el Alma del Señor hasta el tercer día, que resucitó?. Pido perdón por si estoy diciendo algo contrario al Dogma, pero no es mi intención ni ponerlo en duda ni contardecirlo, es secillamente mi ignorancia

Terzio dijo...

Ah! Necesitas la Summa urgentemente: busca aquíEl alma no se separa del Verbo, y el cuerpo del alma sólo en tanto "cuerpo cadáver" según la carne. Lo referente a Cristo es algo único, y la teología penetra con fe inteligente hasta donde el Misterio (y nuestras limitaciones) consienten.

El Descensus explica (a su manera) "donde" estuvo el alma de Cristo en el intervalo de las 40 horas.

Pero lee la Suma, que San Tommaso se explica muy bien.

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anco marcio dijo...

Estraordinario: Santo Tomás explica doctoralmente todas mis preguntas. Recomiendo vivamente la lectura de esta parte de la Summa, creo que rezamos el Credo sin profundizar medianamente (en la medidad de nuestras posibilidades) en tan grandes misterios. Gracias

Anónimo dijo...

Pero Cristo si bien murió se me hace que no sufrió el rigor mortis. ¿Es asi?. Ana

Terzio dijo...

Pues no sé decirte porque yo no estuve allí.

Entre la fe inteligente y la curiosidad médico-forense hay una "distancia", si me explico.

Por lo demás, la indiscreta pregunta trasluce eso que decía San Jerónimo y que tengo puesto por ahí, en las estampitas del blog.

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Anónimo dijo...

Te echamos de menos en LC.