La cosa del caso fue muy familiar, porque anduvo por medio Ingunda, que no es una walkiria, sino la esposa de Hermenegildo, que, además de las arras y la res matrimonial, le trajo a su joven marido desde su Austrasia natal la fe católica, porque entonces los visigodos de España todavía eran pérfidos arrianos. Y la más pérfida y atroz, Goswintha, mujer en segundas nupcias de Leovigildo y abuela por parte de madre de Ingunda, a la que profesaba especial inquina por haber sido educada católica. Las crónicas hablan de las terribles violencias que tuvo que sufrir la nieta Ingunda de su tremenda abuela Goswintha, una de las más señaladas hembras visigodas de la historia, notable caso.
Por toda esta tensión familiar, Hermenegildo e Ingunda se marchan de Toledo y se establecen en la Bética, donde el príncipe ejercerá una especie de virreinato. Animado por su esposa y bajo la direccción de Leandro, Arzobispo de Sevilla, se convierte él también al catolicismo. Su rebelión contra Leovigildo significó su fulminante caída. Acosado y perseguido, sale de Sevilla y lo hacen prisionero en Córdoba. Trasladado a Tarragona, el conde Sisberto le forzará a recibir la comunión de manos de un obispo arriano. Hermenegildo se resiste, y finalmente es asesinado de una hachazo que le abre la cabeza. Mártir, en la Pascua del año 585.
Mártir que no se inscribe formalmente en el Martirologio Romano hasta mil años más tarde, por Sixto V, en 1585, a instancias de Felipe II, que había conseguido sus reliquias, trasladándolas a su dilecto Monasterio de San Lorenzo del Escorial.
En Sevilla se gestó el cúlmen y la primera parte del desenlace de Hermengildo. Pero la confusión de hechos y citas llevó a algunos a considerar nuestra capital como sitio del prendimiento del Santo. Entendieron que la Córduba que se cita sería la puerta de Córdoba de nuestra muralla, en el tramo que va entre la puerta de la Macarena y la puerta del Sol, frente al Convento y huertas de Capuchinos. Allí, unos nobles sevillanos, caballeros y clérigos, fundaron una Hermandad y edificaron Iglesia y dependencias anejas cabe el torreón de la puerta en el que la tradición fijaba la cárcel de San Hermenegildo, y tanto creció la devoción que en el sitio y los vecinos torreones se instalaron hombres de ascética vida, que conmovieron con sus oraciones y rigores penitentes a Sevilla entera.
Patrocinados por el Duque de Alcalá y dirigidos por el venerable P. Don Cristóbal Suárez de Ribera, se labró la actual Iglesia, que se inauguró el año del Señor de 1616. En ella, en el lado de la Epístola, bajo las gradas del Altar Mayor, estuvo el retrato en lienzo del susodicho Don Cristóbal, una de las primeras obras documentadas de Velázquez, actualmente en el Museo de Bellas Artes. En lugar del valioso original, en San Hermenegildo queda una copia, que se hizo cuando el cuadro velazqueño pasó al Museo.
En San Hermenegildo, la imagen hercúlea del Santo Mártir visigodo domina la concurrencia de los habituales fieles, que son los miembros de la Adoración Nocturna, que tiene allí su sede y allí celebran las vigilias de Adoración. Como son varios los turnos, son frecuentes las vigilias, aunque pocos los adoradores. Entre los rezos del ritual, dan cabezadas somnolientas entre salmo y salmo, avemarias y glorias, por la noche y la madrugada.
En San Hermenegildo, la imagen hercúlea del Santo Mártir visigodo domina la concurrencia de los habituales fieles, que son los miembros de la Adoración Nocturna, que tiene allí su sede y allí celebran las vigilias de Adoración. Como son varios los turnos, son frecuentes las vigilias, aunque pocos los adoradores. Entre los rezos del ritual, dan cabezadas somnolientas entre salmo y salmo, avemarias y glorias, por la noche y la madrugada.
Dentro de la Iglesia, de una sóla nave, se repite como adorno el emblema del santo: La cruz entre un hacha y una palma. En el presbiterio, el retablo manierista está en madera teñida, sin dorar. En su segundo cuerpo, en pintura, se ve el martirio del Santo, vestido de rey, a la usanza cortesana del XVII español; y en la hornacina inferior, en talla atribuída o cercana a Montañés, Hermenegildo triunfante. Viste de militar, a la romana, con coraza de cuero, faldellín de tiras remachadas y sandalias de calzas vueltas, con el manto terciado y recogido; lleva la Cruz en la mano, con la corona sobre la cabeza atravesada por el hacha, sangrante por los lados, y un cepo a los pies; también porta la palma. En el centro de la mesa del Altar, un Sagrario de plata. Y cuando hay vigilia, la custodia con el Santísimo, expuesto para la adoración.
A mí me parece una significativa alegoría, los piadosos sueños de los adoradores incluídos. Durante la noche, el susurro lento de los rezos se alterna con el crujido de los bancos, el chisporroteo de las velas, algún suspiro. El ruído del tráfico de la Ronda, apenas se oye: Suena más el silencio de dentro.
La España Católica que se confirmó con el martirio de un príncipe rebelde, es la misma que sigue velando al Sacramento: Adsumus! (Hermenegildo y nosotros).
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