miércoles, 20 de marzo de 2013

Aflicción en la decepción

 
No me inspiran confianza, no me comunican seguridad, quienes no se encuentran cómodos y felices con los signos históricos de su identidad, los propios de una institución, de un ministerio, de una misión. Si se renuncia a ellos, si se opta por un minimalismo condescendiente, entiendo que se desentienden displicentemente de lo que se debería ostentar responsablemente conscientes de su dignidad. Tanto más si se trata de la dignidad más alta.

El pobrerismo eclesiástico empobrece a la Iglesia y deja igual de pobres a los pobres, porque les priva de la riqueza de la Iglesia, que es suya, en ese sentido, verdaderamente. Cada vez que me he topado con un 'pobrerista' militante (de palabra, generalmente) siempre me pregunto por qué si alaban tanto la pobreza no se han quedado pobres como San Antonio Abad y se han ido al desierto a vivir radicalmente la pobreza en el yermo, con una saya de pleita de palma y la dieta del Bautista. Intuyo que la respuesta al enigma es que la pobreza, en estos casos, suele ser sólo un predicado, una construcción verbal, un recurso retórico, una pantalla, un reclamo propagandístico, un tópico ideologizado. El ideal de pobreza es una buena presentación, todavía atrae, aunque se practica poco por quienes tremolan ese pendón en la tribuna, ante las masas.

Lo importante, lo que hay que servir y atender, es, ante todo, la obligación asumida, el triple munus sacerdotal, que, aun siendo sustancialmente el mismo para todos los sacerdotes, tratándose de la Suma Jerarquía, adquiere suma trascendencia: Munus regendi, munus docendi, munus sanctificandi. Regir, enseñar, santificar. Gobierno. Doctrina. Sacramentos. Lo demás son extensiones de lo mismo, o añadiduras (unas convenientes, otras más o menos impropias).

Lo que se ha asumido no puede ser aligerado de su peso histórico. A no ser que se pretenda interrumpir la Historia, la propia, la que debe encajarse cuando se acepta la elección, sin obviar el pasado, sin retocarlo desde el presente.

Me emociona el Papa cercano, piadoso, el que reza con la gente, y se acerca a los humildes, y bendice a los enfermos, y abraza a los niños. Simpatizo con todos los signos de misericordia, de compasión, de proximidad. Me gusta, me edifica, me anima ver al Papa sentirse el Papa con los más pequeños, con los que el mundo ignora, con los simples y los inocentes heridos por el mundo y la vida. Así debe ser, así debe mostrarse.

Pero no renuncio al Papa coronado con tiara, portado sobre la sedia y flanqueado por los flabelli. Es uno y el mismo, sin contradicción, sin merma de su humildad, sin lesión de su título de Servus Servorum Dei. Siento que algo se ha perdido, que una parte de lo que debería ser se ha roto, que falta la consciencia de la dignidad, la más alta, que no puede sustituirse por un sucedáneo de simplicidad aparente que no define lo que debe ser reconocido y apreciado como se nos ha trasmitido, enriquecido por los siglos.

Me inquieta ver titubear a quienes tienen que ser los primeros en aportar solidez personal a la Iglesia, convencidos de lo que son, serenamente investidos de todas las prerrogativas de lo que representan válida y verdaderamente, persuadidos de su fuerza espiritual. Hace unos días lo comenté refiriéndome a los Cardenales del Cónclave. Ahora lo digo pensando en alguien más alto, el más alto.

Y si esto sucede en la cúspide ¿qué pasará en la base?

Se avizoran mares procelosos.

Por eso, durante la Misa, en el momento de la Elevación, espontáneamente, recé: "Misericordia, Señor, misericordia...". Como así reza un versículo de un salmo, también espontáneamente, continué rezando el resto del verso "...que mi alma se refugia en Tí; me refugio a la sombra de tus alas mientras pasa la calamidad..." (Sal 56)

Después también recordé otro versículo, de otro salmo, que también pide misericordia: "...miserere nostri, Domine, miserere nostri, quia multum repleti sumus despectione, quia multum repleta est anima nostra obprobrium abundantibus et despectio superbis" (Sal 122)

Con la impresión de diferir sobre quiénes son los pobres, quiénes los orgullosos, quiénes los soberbios, quienes los que se burlan, quienes los que desprecian.

Conste que yo me considero de los burlados y despreciados. Sinceramente.


+T.

martes, 19 de marzo de 2013

Oh Patriarca!

 
Lo imagino con los ojos fijos, arrobado, mirando a su esposa, la Virgen, recogiendo como un espejo reflejos de pureza enamorada. Lo veo con la vista recogida en el seno de su esposa Virgen, que tiene al Niño dormido en su regazo, con la gloria del Hijo nimbando de estrellas invisibles la frente de la Madre, con la gracia del Padre Celeste derramándose con luz divina sobre su cabeza de Patriarca, el que cierra el Antiguo y abre el Nuevo Testamento.

Sus manos, tan recias, su pulso, tan firme, que trabajan con la madera y la sierra, con el mazo y la hachuela, cuando cogen y mecen al Niño, se volvían tímidas, temblorosas un momento, para volverse al punto el centro de todo, el fundamento de todo lo creado, aquella Vida que estrechaba contra su pecho, que se acompasaba con el Corazón del Niño.

Si el Niño lo miraba, se le abría el alma en veneros de ciencia inefable, de amor entrañable que hilaba lo humilde y lo excelso. Si el Niño le sonreía, un firmamento de estrellas brillaba en sus ojos de hombre cabal y sereno, embriagándole con un delirio de sabiduría de cosas que nadie alcanzó nunca.

Su barba rozaba la cara del Niño. Nunca olvidó el primer tirón del Niño a su barba. Cuando lo mecía, el Niño se dormía tocándole la barba, que rebosaba más gracia y santidad que la barba ungida del santo Aarón. Su faja, la que le tejió su esposa, la Virgen, trasminaba mejor olor que el perfume de la ofrenda. Sus pies descalzos pisaban todo el día junto a la zarza ardiente. Y en sus oídos sonaba un melodioso trisagio incesante.

En aquellos días, el Carpintero enseñaba a rezar a Dios. Y hablaba con Dios cara a cara. Y miraba con sus ojos los ojos de Dios. Y con Dios reía. Y Dios se dormía en sus brazos. Y Dios despertaba con su beso. Y Dios comía de su mano. Y oraba a Dios y le cantaba teniéndole en sus rodillas. Con sus manos tocaba a Dios y llevaba a Dios de la mano. Jugaba con Dios y Dios era feliz con él.

Y ni en la Gloria había más gloria que en la casa de José.

Ora pro nobis, Joseph Sanctíssime. Et pro Ecclesia Sancta ora.


Ex Voto

+T.

miércoles, 13 de marzo de 2013

Propter scelera nostra

 
Ha salido sin la muceta, sin el palio-estolón siquiera. Con aire de desconcierto perplejo, como perdido, sin norte, confuso. En el colmo de lo inaudito, el Papa recién electo que salía a la loggia de la Basílica de San Pedro para dar su primera bendición urbi et orbi, ha pedido a la gente que lo bendigan a él, él sabrá por qué. ¿Porque no se veía digno? ¡Si justamente ha sido elegido, escogido para ser el más digno y llevar la máxima dignidad! ¿Porque no se sentía capaz? Si precisamente ha sido elegido para ser el más capaz, la cabeza del cuerpo visible de la Iglesia.

Balbuciendo un italiano mal pronunciado - mucho peor que el italiano del polaco Wojtyla o el del alemán Ratzinger - ha rezado por el Papa que renunció. Y no sé qué más, ya no recuerdo, sólo mantengo la impresión de inseguridad, un aire, un tono deslucido en el gesto, un rictus triste y desanimado en el rostro, tan distinto de la encantadora timidez de Juan Pablo I, o de la fuerza gestual del entusiasmante Juan Pablo II, o de la amable humildad de Benedicto XVI.

En un instante, casi tuve la impresión de un dejá vú, de alguna secuencia de alguna peli italiana de serie de tv, por el ambiente, por la iluminación, por los planos que ofrecían en la tele, por la gente que se veía tras el cortinaje abierto, la indumentaria del Papa, como de atrezzo, sólo con la sotana blanca y la faja de moiré mal sujeta.

Tampoco ha pronunciado bién el latín, se le nota que no está acostumbrado. Pidió al fin el palio-estolón, que tenía en las manos uno de los ceremonieros.Tampoco ha cantado la fórmula solemne de bendición urbi et orbi.

La gente que estaba en la piazza, el pueblo romano, no ha exultado.

Supongo que porque, estupefactos, recibieron ese inesperado shock: Fueron a que el nuevo Papa les bendijera y el Papa nuevo les pidió a ellos la bendición. Hasta se inclinó, en un extraño y des-ritualizado gesto, desde el balcón de la loggia, el Papa hizo una extraña venia pidiendo, urbi et orbi, la bendición.

Francisco es su nombre, el que ha elegido. Otra novedad. En un flash de memoria, la blanca figura del balcón me recordó, remotamente, como una sombra, a Pio XII, y también a Pablo VI, por la silueta, quizá, por la vestimenta blanca, probablemente. Pero no, era ilusión; venciéndome, re-asumí la realidad de la imagen que retransmitían en directo, corrigiéndome la impresión engañosa, fantasiosa, imponiéndoseme la realidad, lo consumado. No era Pacelli, ni Roncalli, ni Montini, ni Luciani, ni Wojtyla, ni Ratzinger...Se llamó Bergoglio, antes de ser Franciscus y salir al balcón.



Será que nos lo merecemos.

Oremus, ergo, pro Pontífice nostro Francisco.

...Et pro Ecclesia, oremus magis etiam.


+T.

viernes, 8 de marzo de 2013

Cuestiones de pre-cónclave

La historiografía de la Iglesia debe ser cabal, recia. Que sea más o menos empática, importa relativamente, aunque prefiero que el historiador no pierda el horizonte sobrenatural, que entiendo imprescindible si se trata de escribir verdaderas crónicas circa Ecclesiam, por ser una parte fundamental del Misterio de Dios con nosotros.

A tenor de lo dicho, conste que leo con gusto (porque me gusta) a Leopold von Ranke, cuya estupenda 'Historia de los Papas' provocó la respuesta insuperada e insuperable de Ludwig von Pastor, cuya tesis de fondo profeso: En el transcurso de su historia, el Papado fue afectado por las circunstancias, defectos y vicios de cada época, permaneciendo en todo momento su transcendencia sagrada, su esencia sobrenatural, incólume a pesar de las vicisitudes que afectaran a sus personajes y protagonistas (protagonistas, digamos, secundarios, todos supeditados al Cristo, Caput Ecclesiae).

Entre otras muchas posibles, dos cuestiones de actualidad se pueden derivar de esta tesis:

1- si se cree tal aserto histórico-sagrado y se es consciente de él

2- cuáles son los defectos, vicios, circunstancias de nuestro tiempo que pesan más notablemente sobre la Iglesia y sus representantes actuales

El contenido top secret del dossier vatileak respondería, propiamente, a esta segunda cuestión; aunque no se piense que el susodicho informe agote, siquiera, la exposición sumaria de todo lo que hay y/o pueda haber, siendo tantas las circunstancias, tantos los afectados, estando todos sujetos - cosas y personas - a tantas posibles variables. Pero, en sustancia, el informe de los Cardenales Herranz, Tomko y De Giorgi será un documento precioso para la historiografía eclesiástica de estos años.

Pero a mí, personalmente, no me preocupa este particular, que juzgo accidental. A mí me interesa (y preocupa) la primera cuestión que he señalado más arriba: ¿Los Cardenales, los Conclavistas (entre quienes está, presumiblemente, el próximo sucesor de San Pedro) son conscientes, asumen, se creen, en definitiva, lo que son y lo que van a hacer? ¿Creen en el Papa para cuya elección han sido nombrados y son convocados? ¿Qué concepto tienen los Cardenales electores del Papa y del Papado?

Uno de los síntomas más alarmantes del post-concilio fue el de la pérdida generalizada de la conciencia sacerdotal, primeramente entre los mismos sacerdotes, en segundo lugar entre los fieles católicos: Ni el sacerdote ordenado era formado en la grave consciencia de su alto ministerio sagrado, ni se recibía el Sacramento del Orden insistiendo en la consciencia de su esencia sobrenatural, ni se vivía después personalmente ese don sacerdotal, ni el sacerdote ordenado se consideraba distinto ante Dios y entre los hombres, ni realizaba, ni expresaba, ni comunicaba a la hora de ejercer el ministerio aquella consciencia sacerdotal interior (y exterior) que era propia, exclusiva (y excluyente) del sacerdocio cristiano.

Fueron los años en que los seminarios católicos de-formaban según otro modelo sacerdotal, muy desacralizado: El hombre de todos, el servidor de la comunidad, el asistente de los marginados, el promotor de iniciativas, el animador de grupos y asociaciones, ese era el presbítero ideal. El sacerdote - se insistía - no es alguien superior a los demás, ni diferente; el sacerdote era un hombre como los demás, uno más entre los otros.

Esta 'desacralización' del sacerdote fue general, afectó a toda la Iglesia, excepto a los pocos y muy determinados grupos católicos que asumieron la preservación y defensa del sacerdocio católico, sin desvirtuaciones, mermas o desfiguraciones.

Mi pregunta es: De los Cardenales electores y elegibles ¿quiénes, cuántos son los que entran en el Cónclave con una neta y consciente conciencia sacerdotal católica, eclesial, sabiendo lo que son, lo que tienen que hacer y a quién deben elegir?


Puede ser que sean eficientes gestores, eficaces comunicadores, valientes promotores, estupendos directores...¿pero cual es, cómo es el grado de su sagrada conciencia sacerdotal, de su alta vocación y alto ministerio eclesial, espiritual?

Un obispo actual, formado en los seminarios y el ambiente de-formativo de los centros académicos de la Iglesia entre 1965-1990 (un arco temporal bien definido) ¿con qué grado/nivel de consciencia sacerdotal católica entra en un Cónclave para ser elector y elegible?

Si se compara este próximo Cónclave con otros Cónclaves de hace, digamos, medio siglo, cuando la conciencia de la Iglesia y sus ministros no estaba empañada por la posterior crisis de identidad, el resultado de la comparación es estremecedor. Por ejemplificar con personas, se trataría de medir la distancia que puede haber entre un Merry del Val y un Sodano, o entre un Gasparri y un Bertone, si me explico.

O - también pretendiendo explicarme - las diferencias que existirían entre el actual Camarlengo y el Cardenal Raffaele Riario, que fue Camarlengo en el cónclave de 1492, en el que se eligió a Alejandro VI Borgia. ¿Qué concepto del Papa y del Papado llevaría in mente et in péctore el cardenal Riario? Era el nepote de su tío, el intrigante Sixto IV, primo del también célebre Cardenal Pietro Riario, y también primo del que sería Papa Julio II, en cuyo cónclave también participó, y en el siguiente, el que eligió al Papa León X. Rafael Riario participó en todos los cónclaves entre 1478 (con 17 años)  y 1512. Fue Cardenal Camarlengo desde 1483 a 1521, año de su muerte.

Y me hago la misma pregunta sobre la mente y la intención de otros cardenales en otros momentos de la historia: ¿Cual sería el concepto y la intención de un egregio cardenal conciliarista del siglo XV? ¿Y el pensamiento de un cardenal del partido español-imperial-habsburgo del XVII? ¿Y la intención de un cardenal francés, agente del Rey Sol?

Recalco estas cuestiones, tan pertinentes a la hora de reflexionar sobre el Cónclave y sus protagonistas. Quedando siempre a salvo la acción de la Providencia, que saca virtud de miserias humanas, y hace que elijan Papa - valga el ejemplo entre otros muchos posibles - a un afamado (y no por virtud) Cardenal Farnese, Paulo III, que sería el convocante del Concilio de Trento, otro magnífico don providencial.

Reflexiono así para no desfallecer al repasar la nómina de los Eminentísmos SS. Cardenales que entrarán al Cónclave, a cual más decepcionante y/o preocupante y/o temible. Sin exagerar. Esa es la materia humana que estará disponible para que el Espíritu Santa inspire y la Providencia Santa obre. Por eso oramos. Pero conscientes, no ignorantes, que somos pecadores - lo sabemos - pero no cretinos, gracias a Dios. Y la piedad no nos suspende el juicio.

Desde otro plano, más vulgarmente, el grado de devaluación de los momentos que vivimos se puede apreciar en todo su alarmante desnivel simplemente revisando escenas de películas, como El Cardenal y/o Las Sandalias del Pescador, dos clásicos del género, dos documentos explícitos de una gran decadencia formal, sintomática de otra decandencia - nos tememos - sustancial.

El golpe de la renuncia del Papa Ratzinger ha sido el último capítulo de la crónica post-conciliar. Los Cardenales que entrarán en el Cónclave también llevarán sobre ellos esa reciente influencia, tan desconfiguradora del Papado tal y como ha sido conceptuado hasta ahora.

Creer y amar a la Iglesia implica asumir las deficiencias de la historia y la actualidad de la Iglesia. Pero, primera y fundamentalmente, quien cree y ama a la Iglesia debe ser consciente de su esencia, carácter y misión sobrenatural y sagrada.

No somos un holding internacional, ni siquiera un estado soberano. No van a elegir a un presidente de empresa, ni a sustituir a un monarca jefe de estado.

Aunque, sin ir más lejos, la nota-telegrama de agradecimiento que la Congregación de Cardenales ha mandado al novedosísimo Papa emérito parezca, en forma y fondo, una vulgar y expeditiva carta de despedida a un director jubilado.

Cuando von Pastor cuenta la historia de los Cónclaves, del siglo XIV al XVIII-XIX hace la crónica de los hombres de iglesia de aquellos siglos, con sus admirables méritos y terribles deméritos. Considerar los méritos (bastantes) y deméritos (inquietantes) de los conclavistas del 2013 es ser testigos de la historia que un día se escribirá, con las perspectivas que ahora no poseemos y sin la preocupación que ahora padecemos los católicos conscientes de la gravedad de la coyuntura y su futuro próximo.


Tu autem, Dómine, miserere nobis


+T.

sábado, 2 de marzo de 2013

Ritos de rezo y silencio

 
En el coro ha empezado a sonar el órgano, tocando la saeta primera, al punto de salir el sacerdote de la sacristìa, con pluvial morado; le acompañan los acólitos con el incensario y la naveta. Caminan despacio, recogidos, al ritmo lento de la antigua música de la Hermandad, la misma que hace siglos suena ante sus pasos en la Madrugá. Al llegar al presbiterio bajo se detienen y hacen reverencia a la Imagen del Señor, expuesto en besapiés. El sacerdote comienza las preces, cinco salutaciones de alabanza a Jesús Nazareno:

- Te adoramos, Jesús Nazareno, Hijo de Dios Altísimo, Redentor nuestro; por la fuerza de tu Santa Cruz defiéndenos de nuestros enemigos y fortalece con tu brazo potente a tu Iglesia Santa: Te alabamos, Cristo, Señor y Rey nuestro: Padrenuestro...

- Te adoramos, Jesús Nazareno, Hijo de Dios Omnipotente, Salvador nuestro; por la virtud de tu Cruz Sacrosanta extiende la paz por el mundo y ampara propicio a nuestra patria. Te alabamos Cristo, Rey y Pastor nuestro: Padrenuestro...

- Te adoramos, Jesús Nazareno, Hijo de Dios Eterno, Señor nuestro; por el misterio de tu Cruz Salvadora líbranos del pecado y haznos fuertes para vencer la tentación. Te alabamos, Cristo, Rey de eterna gloria: Padrenuestro...

- Te adoramos, Jesús Nazareno, Hijo de Dios Misericordioso, Mediador nuestro; por los méritos de tu Cruz Amorosa santifica nuestras almas y condúcenos a tu Reíno. Te alabamos, Cristo, Rey y Sacerdote Eterno: Padrenuestro...

- Te adoramos, Jesús Nazareno, Hijo del Dios Verdadero, Señor nuestro y Dios nuestro; por la gloria de tu Cruz Redentora bendícenos con tu poder y danos tu amor y tu gracia. Te alabamos, Cristo, Rey del Universo, Señor de Cielo y Tierra: Padrenuestro...

Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo...

Los del coro cantan ahora la copla antigua del Quinario:

"Sufriendo, Jesús mío,
y a fuerza de dolor,
diste la Gloria Eterna
al pobre pecador...

(...) Oh Jesús! Oh Jesús
¡cuánto sufres por mi amor (...)

¡Ten compasión, ten compasión!"


El sacerdote, frente al Nazareno, con la mirada fija, reza y canta, siguiendo la letra de la copla, o dice alguna oración que no se oye, sólo se le ve mover los labios. A un lado y otro, el Hermano Mayor y otros señores hermanos de la Junta de Gobierno, algunos ancianos venerables y otros jóvenes estrenando vida, parecen igual de estáticos que el sacerdote, como si la Imagen del Señor les fascinara y envolviera en un halo de piedad, de emoción, de recogimiento, mitad embelesados, mitad temerosos, como si vieran más allá y más alto de la misma visión que captan sus ojos al contemplar la faz del Nazareno.

Cuando el coro entona el 'Christus factus est', el acólito acerca el turíbulo y el sacerdote incensa, cadencioso y pausado, la Imagen del Señor; se inclina y gira hacia la capilla de la Virgen e incensa desde allí mismo a la Imagen de María Santísima: Inclinación y tres glopes dobles de incensario al Señor, reverencia;  inclinación y dos golpes dobles de incienso a la Virgen, reverencia...

Sigue el responsorio 'Adoramus Te, Christe, et benedícimus Tibi / Quia per Sanctam crucem Tuam redimisti mundum'

El oremus del sacerdote suena grave y solemne, con la oración cantada

"Deus protector noster aspice, et respice in faciem Christi tui; custodi virtute Crucis Eius quibus in Suo Sánguine redimisti. Per eundem Christum Dominum Nostrum...Amen."

Concluídas las preces, el preste y los acólitos retornan a la sacristía, mientras el órgano toca otra vez la saeta primera.

El capiller comienza a apagar las luces de la capilla, después las del presbiterio. La Imagen del Señor queda sólo iluminada por unos reflectores que resaltan la figura sagrada rodeada de la penumbra del altar mayor, sólo con la luz de las velas de los candeleros y los faroles.

Se acercan quedamente algunas mujeres para besar los pies del Señor, el talón de la Imagen, el extremo de la Cruz de plata y carey. El prioste espera a que los últimos hermanos besen otra vez; algunos fotógrafos aprovechan para hacer las últimas instantáneas, captando algún perfil, algún detalle.

Se oyen chirriar las aldabas del cáncel de la iglesia, y, poco después, los cerrojos del portón de la calle, con esos ecos tan sonoros, tan identificativos de un ambiente, de un momento, de un lugar y un tiempo conocido, repetido, sabido.

Al salir al compás del atrio, el aire frío de la noche huele al incienso de la capilla, un aroma de resinas y rosas que nos llevamos prendido en la ropa y en la mente, que luego nos volverá en sutiles volutas de evocación, como un tracto de oración, con las notas de las coplas, con la neblina transparente, suave y vagamente radiante, de una visión de lo que hemos contemplado, olido, besado, sentido, rezado...

Deo gratias!


Ex Voto

+T.






viernes, 1 de marzo de 2013

La alienación de los corderos





De los borregos, más bien: La alienación de los borregos y las borregas, de los pavos y los pavas, de los pijos y las pijas de las jmjs y los youcaths, los papaboys y las papagirls. Estos chupi-guays de youtubes y lipdubs y todo eso. Los cachorros neocons de papilla y yogurt descremado que no dejan la teta de la nodriza, aunque ya tienen edad de escoger estado productivo.

Una de las características internas de los movimientos de 'laicos consagrados' suele ser el mantener a sus adeptos en un estado de bobería adolescente. No sólo frustran vocaciones al sacerdocio y la vida conventual, sino que también congelan a los captados-as en una especie de pubertad espiritual incoada y nunca maduramente desarrollada. Terminan siendo alienados, carne de cañón y tropa para todo. Cuando alguno estalla (que estallan muchos) las trizas son irrecomponibles, un millón de fragmentos, de astillas de alma imposibles de pegar.

Ahora, los mismos que lanzaron aquellos youtubes para lo de la jmj de Madrid, sacan estos youtubes con galería de sonrisas y parabienes por la renuncia de Benedicto, tan estupendo porque se va y nos deja encantados y muy contentos.

Estos pijo-católicos están contentos siempre, en la vida y en la muerte, en la salud y en la enfermedad. Y me temo que es pose, ensayada o inconsciente impostura, porque las cosas son de verdad y no causan risas si son penas, y no hacen cosquillas si son dolores.

La negación del sufrimiento (o de la derrota, o del problema, o de la tragedia, o de la herida) me ha parecido siempre un disimulo que contradice a la Providencia porque niega la realidad, que si es dolorosa no admite una careta con sonrisa.

No sé si me entenderán Uds. si les digo que estas cosas me suenan a una especie de neo-docetismo, que niega el sufrimiento de la Iglesia o las debilidades de sus miembros (también de la Jerarquía (también del Papa)) porque no conciben la herida sangrante en el cuerpo eclesial, como los herejes docetas de los primeros siglos del Cristianismo no soportaban el misterio real del Hijo de Dios sufriente, y explicaban y enseñaban que la Pasión fue apariencia, que el cuerpo del Hijo era aparente, y diluían la Encarnación del Verbo en una apariencia, solamente, porque la segunda Persona Divina nunca pudo asumir una carne pasible, un cuerpo sensible, una naturaleza humana verdadera, sufriente y doliente.

Pues estos chupy-católicos pijo-jmjoteros, lo mismo. Y ¡viva el Papa manque caiga!

Tampoco temen falsificar al Papa. Miren Uds. este otro youtube, que sacaron ayer en la quasi semper equívoca agencia RomeReports:





Han reducido el pontificado de Benedicto XVI a formato juanpablista, con toda desvergüenza, como si lo único de estos 8 años de Benedicto hubieran sido viajes, jmjs y espectáculos juanpablistas.

En el fondo, piden más. Están pidiendo otro como el BeatoMagno, un Papa de feria perpetua que amplíe la diversión del parque temático católico.

Grave ha sido la renuncia de Benedicto, como él mismo ha reconocido, con palabras y con gestos. Pero más grave es este apetito del insaciable juanpablismo, con hambre de otro Papa de papaboys y papagirls.

Tu autem, Dómine, miserere nobis!


+T.

miércoles, 27 de febrero de 2013

Quasi Sede Vacante



Tras la muerte queda la esperanza sobrenatural, que consuela porque se abre al Misterio y la Gloria. Pero ¿qué resta tras una renuncia? Sólo el vacío de la decepción, el desconsuelo de la ausencia, la inquietud por lo que vendrá, la vaga y doliente sensación de haber sido abandonados por el que se va y nos arrastra con él, debilitados con su debilidad, desencantados, desmotivados, envueltos en la penumbra de una sombra que se retira dejando vacante su sitio, su sede. Hemos abierto los ojos y los hemos entornado para no ver la roca vencida, vuelta ceniza, polvo llevado por el viento. Caer luchando hasta el final alienta y enardece a todos los combatientes, pero irse en mitad de la batalla desalienta hasta a los más recios capitanes.

Cuando un Papa moría, el cónclave, más allá del dolor por el Papa muerto, se abría con el aplomo consciente de haber concluído un tiempo, un capítulo de la gran Historia de la Iglesia. Con esta renuncia, el Cónclave se convoca con la aprensión insatisfecha de estar viviendo en mitad de una incierta crisis, que ni se reconoce ni se define, ni se declara ni se desvela, como una enfermedad sin diagnóstico ni tratamiento.

No he visto casi nada de la patética audiencia de esta mañana, algunas imágenes, unos pocos planos e instantes en el televisor, solamente. A pesar del sol en el cielo raso y despejado, la Plaza de San Pedro estaba gris, sin brillo, deslucida. La restauración del brazo derecho del Colonnato afeaba todas las perspectivas con las mamparas y los tableros que tapan los andamios de las obras. La edícola del estrado del Papa parecía más desafortunada que nunca, un antiestético parapeto moderno-funcional que resaltaba la soledad decrépita de Benedicto.

Ni los vítores ni los aplausos sonaban sinceros, parecían un eco rancio de otros vivas y otras palmas de otros días, de otras audiencias del Papa en el sagrato de San Pedro. El único sincero parecía ser el propio Benedicto cuando reconocía la gravedad de su renuncia  -"Ho fatto questo passo nella piena consapevolezza della sua gravità (...)" Las otras palabras de la alocución me han parecido tópicas, forzadas por las circunstancias y el momento.


En un momento, mañana, 28 de Febrero, en un segundo marcado por el reloj, a una hora exacta, Benedicto XVI habrá pasado, dejando vacante la Santa Sede, pasando a ser, en un instante, el primer Papa sedevacantista motu proprio. Una extraña figura, un insospechado final, un telón nunca visto para el finiquito de un Pontificado que, por buenos signos e importantes hechos, merecería haber tenido un punto final como los otros, sin esta 'grave novedad'.

Sin luto, pero con la pena de sabernos en quasi-Sede Vacante, por grave voluntad consciente del (todavía) Papa renunciante.

Dios bendiga, en fin, a Benedicto.




...bella premunt hostilia, da robur, fert auxilium, Dómine!


+T.