jueves, 17 de abril de 2014

Velar el Monumento


Mi abuela criaba macetas de alhelíes para adornar el Monumento del Jueves Santo, alhelíes dobles, blancos y morados, de un olor dulce intenso. Venían a recoger las macetas la mañana del Jueves Santo, y las ponían sobre unos pedestales blancos con filos dorados, en la parte de fuera del Monumento, en los lados y por delante. De otras casas llevaban claveles, calas y celindas; de los naranjos en flor se cortaban ramitos de azahar que se ponían en jarritas con agua. Era cada año como una repetición floral del bálsamo de nardo de María de Betania, que perfumaba al Señor adelantando su santa sepultura.

Un Monumento es un sepulcro con Cristo viviente reservado, como esas imágenes del Cristo latiente del Quattrocento italiano, mitad eucarísticos, mitad pasionistas, que evocan, a la vez, Pasión y Resurrección. Un Monumento es una prueba de oración, de resistencia piadosa, un contraste de garantía de fe. Al Monumento van los cabales; en el Monumento están los católicos bien forjados, los de golpe de pecho sincero, los de rezo constante, los que saben guardar cada día un rato para el Señor.

En el Monumento se repite mucho la oración del contemplativo sin mística, que mira y no especula alturas teológicas, sino que simplemente mira el Misterio (¡Ahí está el Señor!) y cree como un pastor de nochebuena, o un mago oferente, o un centurión asombrado, con ojos elementales que creen aunque ven, a pesar de que ven la humildad del Misterio, ya sea la simple Hostia o las heridas abiertas de Dios que se deja ver sólo como hombre, como un simple hombre, despreciado por los soberbios, pero creído y adorado por los humildes. Y por los Ángeles.

Los Ángeles tampoco faltan al Monumento. Están y no se ven ni se van (ni se duermen), adorando, reconociendo al Señor en el Sacramento, admirados por su amor por los hombres, admirados por la falta de amor de los hombres, amando y adorando, aunque no son hombres.

A mí se me quedó el alma en el Monumento, una vez, de niño. Después repito cada año, variando sitios y circunstancias, parroquias, conventos, de capellán, de párroco, de visitante ocasional. Pero siempre es lo mismo, la misma atracción suave, el mismo intenso deseo de quedarme, de estarme más allá de lo que puede y soporta mi contemplación sin mística (que lo digo y no sé si será al fin mística, de otro grado).

Del grado del pecador, del insuficiente, del que se duerme. Pero del que vuelve y quisiera ser más para poder más.

Las velas de mi Señor
que acompaño con mi vela...
Quién pudiera siempre estar
junto al Señor, a su vera,
con la cabeza apoyada
sobre su pecho, escuchando
cómo late el Corazón
del Señor, y meditando
cuánto me ama sin que yo
le quiera con amor tanto
como merece su amor.

Ex Voto.

+T.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Noche de Jueves Santo. El alma se me va a Getsemaní. Después de la Cena, el Señor va a orar y a temblar. Es la noche en que el Señor tiembla; es la noche en que la carne asumida flaquea; es la noche negra de la traición de Judas, del sueño pesado de los discípulos que no pueden permanecer siquiera una hora en vela. Es la noche en que Jesús es prendido mientras los discípulos huyen. "Heriré al Pastor y se dispersarán las ovejas".
En esta noche me siento más cerca de una Iglesia que, como Cristo, tiembla y padece; y que, también, como aquellos discípulos duerme y al final huye... Pero es la Iglesia a la que fue hecha la Promesa, la Iglesia que "vestida de fulgores", anunciará gozosa la Resurrección de Cristo.
La angustia y la esperanza unidas en esta singular noche.
Mario Caponnetto

Miles Dei dijo...

De pequeño recuerdo de mis padres el llevarme temprano en el día de hoy a visitar todos los monumentos de la ciudad, templo por templo y rezar un rato en cada uno.

rolando dijo...

Me gusta tu blog y los temas que publicas, pero dedo decir que ese reloj que suena siempre es muy molesto. Hace incómoda la lectura y tengo que ponerle mute sólo para poder leer agusto.

Rafael dijo...

Estimado Rolando,
Ofrezca por la Iglesia la pequeña irritación de poner el mute. Entiendo que pueda molestarle, pero a otros nos encanta. Es como los relojes que antes teníamos en casa! Marca los cuartos!

Esperanza dijo...

En el pueblo de mi madre ponían un biombo blanco y dorado (eran unas piezas que se ensamblaban) y que tapaba todo el retablo. Ademas de una puerta de acceso a la sacristia, quedaba un lugar para colocar un Sagrario que decoraban con macetas si las flores no habían salido todavía. En el pueblo se dice que el Monumento se lo vendieron a unos catalanes como ha pasado con tantas cosas por aquí. A saber, porque ya se estaba marchando la gente por decenas, y con la reforma litúrgica nadie lo echó en falta, menos los viejos del lugar, que no han olvidado tanto como pensamos.

Ps: me quedo con una copia en word de este post :)