domingo, 22 de abril de 2012
La caza real
Cuando desaparecieron Don José María Pemán, Don Pedro Saínz Rodríguez y los otros pocos monárquicos inteligentes, sabios, históricos, perdimos una clase privilegiada que no se ha renovado. Siempre he visto en la ausencia de grandes monárquicos una de las mayores y más peligrosas debilidades del status político de la España actual.
Gente de la talla de los que acabo de citar, Saínz Rodriguez y Pemán, fueron una especie de custodios-mentores de la monarquía, desde el destronamiento de Don Alfonso XIII hasta la proclamación de Don Juan Carlos. Desfortunadamente, no han tenido herederos.
De aquella generación de monárquicos, hay que destacar que sus convicciones políticas iban acompañadas (precedidas) de una firme profesión católica y una neta conciencia española/hispánica, y entendieron que la mejor definición político-social para el futuro de España se garantizaría por y con la monarquía como institución de referencia.
Lo que ha sucedido estos días atrás, sólo se entiende desde la errática perspectiva de una sociedad sin conceptos históricos, por la pérdida de auto-conciencia, un vacío quasi ontológico que se rellena con viento de mentideros de internet, modas de esquina, rejones de micrófono, portadas de revista y titulares de televisión.
Cuestionar las entradas y salidas del Rey puede ser justo y necesario dentro y a partir de cierto entorno familiar-institucional, un nivel que circunscribe a unos pocos selectos por proximidad dinástica o por responsabilidad estatal, y a nadie más. Pasar de ese límite, bajar de ese nivel, denota desafecto por la Corona y deslealtad con las personas.
La publicación de lo de la cacería, la agitación de los medios por el anecdótico incidente, si fuera una maniobra tramada por la siniestra post-marxista del psoe y cía, apestaría lo mismo pero se entendería ajustada a la indignidad de sus inductores. Lo que sorprende es ver a neocones pperos y gacetilleros afines pringando en el plato, al borde de la iracundia jacobina.
Las revoluciones acabaron con la nobleza de sangre como clase, pero no consiguieron que desaparecieran las monarquías como formas de identidad histórico-nacional. Los estados que las han conservado, se enriquecen con un patrimonio de inmenso valor, digno de admiración y preservación constantes, permanentemente, en todo tiempo y bajo cualquier circunstancia.
Ser Rey de España no es cualquier cosa. Que lo sepa el Rey, importa. Pero importa tanto (o más) que la gente sepa que al Rey no se le pasa revista.
+T.
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12 comentarios:
Creo que podría suscribir por entero lo que afirma, pero con un breve añadido: al rey no se le pasa revista... mientras no pierda la majestad.
Además poner al pecador público empedernido de Pedro Sainz como ejemplo da poco menos que grima. Vale que hayamos tenido que aguantar la lascivia de nuestros reyes que tantos males ha traído, pero que encima se nos haga ignorar la lascivia de sus consejeros y se los ponga como altos ejemplos de hombres de Estado pues muy mal. Estos son los que llevaron España a su ruina actual paso a paso y ladrillo a ladrillo (en muchos casos con escuadra y compás).
Siendo un "rey republicano" creo que se le puede pasar, y de hecho se le pasa.
Estamos en las mismas: esto no es una monarquía católica, así que se la trata "por lo civil".
De Don Pedro Sáinz Rodríguez (una de las figuras más interesantes del s. XX español) se cuentan anécdotas, muchas, sabrosas y simpáticas casi todas.
Y ¿qué quieres que te diga? Te diría que 'pecador público' no es concepto adecuado, en absoluto. De todas formas, considera que no todos llegamos a la gracia de San Agustín, pecador público (dirías tú) y luego converso, obispo y santo.
Muchos pecadores permanecemos, simplemente, en el escalafón de los pecadores, sin más mejoría que la común inter peccatores (sin que ello obste para mantener la esperanza de la bienaventuranza post saeculum).
Espero que te hagas cargo, por Don Pedro y por todos los demás.
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Hagáse cargo de estas palabritas de Don Pedro para que aprecie mejor lo que digo de escuadra y compás:
Yo me opuse en un Consejo de Ministros a que saliese una ley de persecución de la Masonería. Y lo hice por motivos políticos. Primero, porque nosotros, para que la guerra terminase pronto, o hubiese posibilidad de una paz acordada, habíamos hecho repetidas veces declaraciones de que no se perseguiría a nadie por ideas políticas, cosa que, lamentablemente, no se hizo luego, pero se repetía constantemente que sólo serían sancionados los delitos comunes: asesinatos, robos, etc., y que nada tendrían que temer aquellas personas que no tuvieran en su contra más que el haber pertenecido a tal o cual partido político. Y yo dije en el Consejo de Ministros: Si después de tales reiteradas declaraciones sacamos una ley, sin terminar aún la guerra civil, por la que se condena a la gente con carácter retroactivo incluso a la pena de muerte, ¿cómo demonios vamos a compaginar lo uno con lo otro? Y como hay muchísimos masones en el campo contrario es tanto como asegurarles que perder la guerra será perder también la vida, y, claro, se defenderán como gato panza arriba hasta el último aliento, con lo que en vez de propiciar una posible paz a corto plazo lo que conseguiremos será exacerbar la resistencia. Me parecía una enorme torpeza política. Por otra parte, como en el mundo anglosajón la Masonería goza de gran consideración social, nuestra ley de represión causaría un efecto negativo, sería un escándalo y nos pondría frente a la opinión mayoritaria de esos países. Yo, como me conocía muy bien el problema existente entre Masonería y Catolicismo, antes de formular mi oposición a esa ley, que me parecía desde luego disparatada, fui a ver al nuncio, a pedirle su opinión en estos términos: “Usted es el representante del Papa y han sido los papas quienes han promulgado las encíclicas condenatorias de la Masonería. Pues bien, yo como católico que acepta la disciplina de Roma, ¿tengo o no derecho a oponerme a esa ley de represión de la Masonería?” Y el nuncio me contestó: “No sólo tiene usted el derecho, sino que tiene usted el deber de oponerse, porque esa ley es un disparate que a la Iglesia le parece absurda”. De manera que yo fui al Consejo de Ministros con la bendición de Su Santidad”
Hale con la inteligentsia católica consejera de la casa real.
Que sí, Miles, que conocemos esas y otras anécdotas. En esa, por ejemplo, el Nuncio demuestra tacto y diplomacia, demostrando que bien sabía Don Pedro a quién recurría.
p.s. Si algo no sale, será que no es pertinente por irreverencia con el tema, o con el blog, o con el blogeante, si me explico.
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Es curioso, pensaba que era usted carlista.
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