jueves, 11 de agosto de 2011

Noches de verano


Recuerdo cuando mi madre me contó que el día de San Lorenzo era el de más calor del año, por el martirio del Santo quemado sobre unas parrillas, un tormento terrible cuya consideración piadosa ayuda a sobrellevar el rigor de la canícula agosteña. Y de noche, el cielo lloraba estrellas por el martirio de San Lorenzo.

La lluvia de estrellas de San Lorenzo la veíamos en el cine de verano, que en mi pueblo se instalaba en la Plaza de Toros, un lugar estupendo para mirar el cielo estrellado de Agosto, que es el que más estrellas tiene. Mirábamos al cielo y veíamos el polvo de estrellas que levantó el galope del caballo blanco de Santiago. Lo de la Vía Láctea y las tetas de Amaltea también lo sabía, pero lo del Camino de Santiago me lo enseñó mi abuela, también recuerdo la noche que fué.

Íbamos al cine de la Plaza de Toros casi todas las noches, porque el gerente del negocio era amigote de mi padre, y nos dejaban entrar de balde. De chiquillos nos gustaba sentarnos en las gradas de la plaza, recalentadas por el sol, en el tendido de frente a la pantalla. Si la peli era de romanos, parecía talmente que estábamos en el circo. Recuerdo una vez que pusieron 'Los Diez Gladiadores', con una escena en la que echaban a los cristianos a los leones, me impresionó tanto que hasta me dio fiebre, soñando con leones hasta que amaneció.

Las pelis de romanos eran las mejores. Había una que se llamaba 'Siete contra todos' que la reponían todos los años y era un éxito cada vez que la echaban. Salía un enano que repartía y recogía porrazos todo el tiempo, un centurión que era el bueno y unos malos inconfundibles desde que aparecían en pantalla.

Otra que recuerdo muy bien es Ulises, con Kirk Douglas de Ulises y Anthony Quinn de Polifemo. 'Los últimos días de Pompeya' y 'Quo Vadis?' también solían reaparecer casi todos los veranos, pero el exitazo cada temporada eran 'Ben Hur' y 'Los Diez Mandamientos'.

A lo lejos, durante las peli, se escuchaba el ensayo de la Banda Municipal, tocando marchas y pasodobles. Cuando salíamos del cine, sobre las doce de la noche, había gente sentada tomando el fresco, delante de sus casas, algunos durmiendo en butacas, las mujeres sentadas en sillas bajas y los niños jugando por la calle.

Coger grillos de noche era otra de las diversiones de las noches de verano. Mi amigo Francisco Daza organizaba corridas de toros con los grillos, que metía en una caja de Ducados y los iba soltando en una plaza de toros de cartón que se había hecho. Los indios de plástico a caballo eran los rejoneadores y los picadores, y unos soldados de plomo los toreros, con una muleta de papel de seda grana. Las banderillas eran alfileres con unos papelillos de adorno, y el rejón de muerte y el estoque unos alfileres de cabeza negra de los que se usaban para los velos de Misa; los mejores eran unos que usaba mi tía Rosario, extra largos, con la cabeza gorda como un garbanzo. Yo se los cojía de un tubo de aspirinas que usaba como alfiletero, con polvos de talco para que no se oxidaran. Ganaba la corrida el que antes matara al grillo, con música de tachero-chero-chero chín-púm chero-chero-cherocheeerooo chín-púm traraliro-liro-lero chín-chín que cantabamos mi amigo Francisco y yo por lo bajini, para animar la lidia. Los grillos saltaban y se escapaban de la plaza de cartón y más de uno se iba sin picar, ni un alfiler. Los chicos eran difíciles, porque tenian menos cuerpo para clavar; los mejores eran los grillos grandes, que se dejaban clavar hasta tres y cuatro alfilerillos antes del rejón-alfilerazo de muerte.

A las doce y media ya era hora de recogerse, después del cine o de la corrida de grillos. Los grillos fueron desapareciendo con la edad, cuando uno ya no jugaba a esas cosas. Pero el cine fue ganando con los años.

Ya no hay niños que jueguen con los grillos, mala señal. Ni la gente sale a tomar el fresco a la puerta de la calle, porque tienen aparatos de aire acondicionado y se quedan dentro de sus casas viendo la tele. Tampoco hay ya cine de verano, aunque menos mal, gracias a Dios, que la Plaza de Toros (la de verdad, no la de cartón) sigue en pie.



Calor sigue haciendo el mismo. Esta misma noche hace un calor antiguo, como el que sudaron mis tatarabuelos. Aunque los sonidos de las calles también han variado, entre moto que corre y coche que pasa, todavia se oye maullar a algún gato destemplado de madrugada, o algún gallo a lo lejos, y el ladrido de los perros. Las campanadas del reloj tienen un sonido especial las noches de verano, más largas, con más eco.

El cielo es el mismo, la misma luna, las mismas estrellas. Cuando miro al cielo en las noches de Agosto es como si abriera un balcón a los días que pasaron y que imagino estáticos, como pegados en un álbum de cartulina negra, instantáneas revividas entre flashes de estrellas.

+T.

9 comentarios:

Pioquinto dijo...

Qué bonitas vivencias, me ha tocado algo similar en mi tierna infancia, con esos juegos inventados con muchísima imaginación y creatividad. Nos divertíamos más con los juguetes sencillos, hechos por uno mismo, con las pláticas familiares todos juntos en el portón de la casa, con la arrodillada y el persignarse cuando daban las nueve de la noche las campanas de la parroquia local, las excursiones al campo cuando había mucha seguridad y mucho respeto. Mis hijos se desesperan porque ya no hay nada como aquello. Esta es la edad de los videojuegos, de las encerradas en casa frente a la TV o la ordenata.

Cura pilongo dijo...

De valde no, de balde. Aliquantulus dormitat Homerus. Corrigelo y borrame. Abrazs.

Un ronin católico dijo...

Pero el cine fue ganando con los años.

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Supongo que es irónico, como todos estos posts costumbristas. Una especie de fina ironía sobre el momento presente, ¿me equivoco?

Terzio dijo...

Pues no no sé si habrá sido teclazo o es que se me ha colado el valde decora del Ave Regina, que es el único valde que uso habitualmente.

Intríngulis.

'

Un ronin católico dijo...

Lo dicho, fina ironía.

Esperanza dijo...

Pobres grillos, jorr... yo recuerdo bien los juegos con hormigas cuando íbamos al campo o al pueblo; y en la ciudad, era a los habitantes de la pecera a los que a veces les tocaba sufrir un pelín... hasta que se puso de moda reunirse para jugar con los videojuegos.

Qué bien vienen estos relatos en sepia, de vez en cuando.

Capuchino de Silos dijo...

Nosotros jugábamos a las carreras de grillos haciendo el camino con cartones y lo pasábamos en grande. También con ranitas pequeñas,y a los paquetes,y a los teatros disfrazándonos.
¡Qué tiempos aquellos!

Preciosa estampa.

Miguel Ángel dijo...

Pater, sin ánimo de adularle... Me ha parecido un artículo verdaderamente precioso. Tan bonito, que el último párrafo me ha puesto los pelos -literalmente- de punta.
Gracias por ser como es, Pater. Enhorabuena, y que Dios le bendiga siempre.

Montecarmelo dijo...

En alguna ocasión, le he comentado en este escenario, que creo, quiero creer y no soy lo que se dice docta en esas lides, pero que del corazón si se. También algo de escribir aunque las tildes (nuestros acentos de toda la vida) hay veces que me da pereza usarlos...(uff, fatal, lo reconozco!!!!).
Confieso que leo todo o casi todo lo que nos cuelga de esta ventana,con resultados casi siempre de conformidad absoluta, alguno me ha causado perplejidad, y algún otro rechazo, pero lo que me alegra el momento de verdad, es cuando se abre de capa, y salpica el blog de verónicas de recuerdo, del mas puro y sincero, del que atesoramos con pinceladas de infancia.
Y digo yo....¿se ha planteado escribir alguna vez????. Pero escribir con pastas y páginas, de las de verdad, de las que huelen a tinta y crujen al pasarlas despacito.
Ande, sea bueno y piénselo.
Si alguna vez lo hace, ya ha vendido uno.