jueves, 21 de abril de 2011

Monumento


Mi oración ideal, la mejor imaginada, la más deseada, es una tarde, noche y una mañana ante el Monumento. Sonando en el aire templado del atardecer los gritos de los vencejos, y por la noche con los ecos de las cornetas y los tambores, y el canto de un gallo en mitad de la madrugada, y por la mañana los primeros trinos de las golondrinas.

Una oración con rezos de letanías y secuencias de Evangelios de la Pasión, con nombres conocidos de lugares santos evocados: Jerusalén, Cenáculo, Getsemaní, Torrente Cedrón, Sanedrín, Pretorio, Calvario, Gólgota, Sepulcro. Y mi alma yendo de un sitio a otro, medio dormida, medio dolorida, impresionada, prendida, despabilada, temerosa, recogida, balbuciente, orante.

La urna de plata que contiene su Presencia Real, el Sacramento, su Sacrificio, su Comunión, es un punto atrayente, centrante, iluminado con la cera de las velas que chorrean lágrimas derretidas y van dando una luz matizada cada hora, distinta en cada tramo de la noche de la Pasión.

Si abren la ventana, desde la Alcaidía llega el olor del azahar de los naranjos, que se mezcla con el del incienso y la cera, endulzando el aire ya perfumado con los alhelíes, los claveles y las calas. También hay rosas.

Las campanadas del reloj suenan especialmente solemnes, todas las horas con sus cuartos y la repetición. ¡Las cinco! ¿Dónde estabas a las cinco, qué sufrías, qué te hacían, qué rezabas, qué pedías?...

Y con un temblor de espíritu, la curiosidad del alma: -¿Pensaste en mí, en mis pecados?...Y la oración se vuelve tremor, y amaga alguna lágrima, y se siente latir el corazón porque Él te dice que sí, porque tú sabes que sí, que Él pensó en tí, que te tuvo en su mente, en su intención, en su voluntad, en su Pasión.

Y te convence el Sacramento del ansia pascual, del amor hasta el extremo, de su dolor y su gloria.



Señor de mis horas dormidas,
Dios de mis oraciones,
Cristo de mis pasiones,
Jesús de todos mis días.


La noche del Monumento
te rezo sin darte un beso
porque temo darte un beso de traición.


Temo entregarte, perderte,
tiemblo hasta imaginando
que un día vender pudiera
por treinta dineros viles
tu amor, tu amistad, tu entrega;
temo ser el que te exponga
a la pasión y el dolor.


Si quieres, óyeme
y nunca me dejes,
besarte en falso, Señor.


Déjame mejor llorar
lágrimas de arrepentido.
Déja que el gallo me cante
y del corazón me arranque
la amargura de quien llora
por el dolor de no amarte
tanto como tú mereces
tanto como tú me amaste
y me amas, mi Señor.


Y así venga clareando
el alba del Viernes Santo
y el sol me encuentre rezando
junto a tu altar de Pasión.


¡Quién pudiera tantas horas
como estrellas tiene el Cielo
rezar y ganar consuelo!

+T.

3 comentarios:

Josefina dijo...

Bendígame, Padre, vengo a confesar un robo. Le he robado estos versos que hoy especialmente me llegaron al alma. Volvía un poco triste de haber dejado al Señor oculto en el Sagrario y me los encontré. Luego leí lo de la subasta, demasiado triste para comentar.
Como no creo volver estos días, le deseo unas muy Felices Pascuas de Resurrección. Y a los contertulios.

Anónimo dijo...

«La piedad popular es especialmente sensible a la adoración del santísimo Sacramento, que sigue a la celebración de la Misa en la cena del Señor. A causa de un proceso histórico, que todavía no está del todo claro en algunas de sus fases, el lugar de la reserva se ha considerado como "santo sepulcro"; los fieles acudían para venerar a Jesús que después del descendimiento de la Cruz fue sepultado en la tumba, donde permaneció unas cuarenta horas.
Es preciso iluminar a los fieles sobre el sentido de la reserva: realizada con austera solemnidad y ordenada esencialmente a la conservación del Cuerpo del Señor, para la comunión de los fieles en la Celebración litúrgica del Viernes Santo y para el Viático de los enfermos, es una invitación a la adoración, silenciosa y prolongada, del Sacramento admirable, instituido en este día.
Por lo tanto, para el lugar de la reserva hay que evitar el término "sepulcro" ("monumento"), y en su disposición no se le debe dar la forma de una sepultura; el sagrario no puede tener la forma de un sepulcro o urna funeraria: el Sacramento hay que conservarlo en un sagrario cerrado, sin hacer la exposición con la custodia.
Después de la media noche del Jueves Santo, la adoración se realiza sin solemnidad, pues ya ha comenzado el día de la Pasión del Señor».

Directorio sobre la piedad popular y la liturgia , número 141.

Anónimo dijo...

Yo también sueño con una oración como la que aquí describe, aunque nunha haya sido capaz de velar, siquiera, una hora con Nuestro Señor.