Vienen del brazo, tres y otras dos detrás. Visten chaquetones y abrigos oscuros, con pañuelos al cuello, los zapatos de tacón bajo. Caminan con un balanceo pesado, torpón, lento. Cada seis o siete pasos se paran un poco, y siguen otra vez, andando despacio, con cuidado.
Son las primeras que llegan a la Iglesia. Van primero al Sagrario; después escogen banco, que siempre es el mismo. Se sientan y empiezan a rezar el Rosario. Saludan con la cabeza o con la mano a las que van llegando. Cuando están a mitad de las Letanías, el sacristán comienza a rezar el Rosario a la Virgen del Consuelo, y ellas dejan sus Letanías y siguen el Rosario del sacristán.
Ya está llena la Iglesia. Rezan ahora las preces del Tríduo Doloroso y la coronilla de las Siete Avemarías, con rogativa por la concordia de las naciones, extinción de las herejías, conversión de los infieles y exaltación de la Santa Fe Católica. Ellas lo rezan todo, de carrerilla, apenas el Sacristán dice las primeras sílabas, que se saben de memoria desde niñas, y ahora todas tienen los ochenta cumplidos o van a cumplirlos pronto.
La gente más joven han ido ocupando los bancos de detrás y los laterales. Los primeros, detrás de la mesa de la Hermandad, son bancos de viejas, beatas de calidad, de solera. Como los vinos generosos, han ido mejorando con el tiempo, de año en año, de pena en pena, con la vida y con sus rezos. Las horas de Sagrario y Rosario las llevan en los ojos, que ya ven poco para coser, pero van penetrando mejor lo invisible, aquello que rezan sin meterse en complicaciones de doctrina, pero cada vez con más intuitiva profundidad, como cuando barruntan el tiempo porque les crujen los huesos. Con dos palabras y un suspiro exponen teología comprimida, que se cuece en puchero de lágrimas, a fervor lento, y se toma a sorbitos y a solas.
Llevan en el bolso calderilla para el pobre de la puerta y la canastilla del monaguillo. Todos los dias. Es la sisa de la economía, el diezmo doméstico, la reviviscencia del óbolo de aquella viuda a la que le han recogido el relevo, y ahora son ellas el Evangelio en céntimos de euro.
Cuando el cura en el sermón habla de penas, suspiran. Cuando el cura en el memento nombra a los difuntos, suspiran. Cuando se ponen en fila para la Comunión, suspiran. Cuando vuelven de comulgar, suspiran. Como si el alma necesitara más soplo, porque les ha crecido.
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Se van las últimas, después de pasar por el Sagrario y detenerse en algún altar, o en dos, o en tres, o en todos. Son viejas, y hacen las despedidas largas.
.Cuando al fin salen, dan las nueve y media en la torre del reloj, con dos campanadas dobles, lentas, al compás de su paso lento y torpón.
+T.
12 comentarios:
¡Qué hermosura de entrada!
Bendiciones
Toñi
Muy buena la descripción y extraordinarias las ilustraciones.
Teología pura.
De lo mejor que he leído en este blog. Mis reverentes saludos.
Enhorabuena por esta pequeña obra maestra.
Maravilloso lo que has escrito, Terzio. ¡Piedad de viejas! Qué cerca están de Dios.
Algunas.
Bien apuntado, Sangre.
Y muy bien descrito Terzio: se ve que conoces el paño.
Las imágenes parecen del "Grupo Estampa Popular". Paco Cortijo, Paco Cuadrado o por ahí.
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Maravilloso, Terzio. De principio a fin.
No suelo comentar aquí pero me salto la norma para decile que me encantó la parodia.
Le felicito
Anónimo, no creo que Terzio haya hecho una parodia. A ciertas edades uno echa de menos la piedad de los niños y la de las viejas.
Puede que ese anónimo no sea español y no entienda el significado que aquí le concedemos a "parodia".
Yo diría que lo que escribí es una "semblanza real", porque sólo he descrito un mundo/unas personas que conozco y admiro porque comparto con ellas fe y esperanza, además de cierta vida común.
Esas ancianas piadosas bien merecen ser llamadas beatas. Sus almas, unidas a Dios por la oración y la frecuencia de Sacramentos, llevan mucho tiempo recibiendo la acción del Espíritu Santo, que las ha ido adornando con sus dones a la vez que perdían otras facultades. Están llenas de sabiduría, fortaleza, piedad y temor de Dios. Y esto, que es patente en ellas, sin que deje de manifestarse también el pecado original. En ellas con la edad se hacen incluso más visbles sus pequeños vicios, porque los disimulan menos. Nos pueden parecer egoístas, envidiosas, golosas, impacientes... No son ángeles, pero están ya casi contemplando a Dios.
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