Recuerdo haber estado varias veces en la Misa que Juan Pablo II celebraba todos los días en su capilla privada, en el Palazzo Vaticano. Se pedía por medio de la secretaría personal, a Don Stanislao; nunca se aseguraba ninguna, con la salvedad de que se prefería invitar a sacerdotes residentes, estudiantes o de paso por Roma. La tarde antes, sobre las 7 o las 8, ya de noche en Roma, avisaban por teléfono.
Había que estar en Portone di Bronzo antes de las 6'30 de la mañana. Nos abrían desde dentro los suizos de guardia, y se pasaba al patio de San Dámaso, desde allí súbiamos a la planta de las estancias papales en ascensor. Se pasaba por unos cuantos salones, y se llegaba a la capellina.
Cuando llegábamos, el Papa ya estaba allí, arrodillado en un reclinatorio blanco, en el centro de la pequeña capilla, vuelto al Altar, ya preparado y con los candeleros encendidos. En silencio, discretamente, los sacerdotes se revestían en uno de los salones próximos. Solían ser unos 10, nunca más de 12 ó 15 porque entre las monjas del servicio, Don Stanislao y algunos invitados más, se completaba el número, más de 20 personas no creo que cupieran en la capilla, sentadas una junto a otra.
El Altar lo ocupaba el Papa, con Don Stanislao asistiéndole, también revestido para concelebrar. Los sacerdotes estaban frente, detrás del reclinatorio del Papa, revestidos con alba y estola (se advertía a los sacerdotes que debían vestir sotana o clergyman, y los seglares traje sencillo, si eran religiosas, con su hábito). El Papa se revestía allí mismo, auxiliado por Don Stanislao
Todo el ambiente era de un recogimiento intenso, natural, no forzado ni estudiado, que te envolvía desde el momento en que entrabas en aquel pequeño espacio. Las veces que estuve tuve más tiempo los ojos cerrados que abiertos, rezando, y siguiendo la voz del Papa. Celebraba en italiano, una vez creo recordar que fue en latín.
La primera vez me quedé con la imagen de Juan Pablo II arrodillado, antes de la Misa, con el rostro entre las manos. Se movía, cambiaba las manos de postura, las ponía sobre la cabeza, las apoyaba en el reclinatorio, las volvía al rostro. Y decía palabras que no se le entendían, medio musitadas, otras veces parecían como gruñidos o sonidos orales inarticulados, o la respiración honda, o resoplando. Estaba rezando, haciendo su oración personal, desconectado de espacio y de gente, sólo en presencia consciente y activa ante el Señor, preparando la Misa y pidiendo por lo que fuera y los que fueran. Se notaba su oración.
A otros amigos o conocidos que también estuvieron en algunas de esas Misas privadas, les pregunté y todos me contaron lo mismo, impresionados por la oración personal, tan personal y profunda de Juan Pablo II.
Yo me traje el recuerdo y lo emparejé al momento con una escena del Génesis, la que cuenta la lucha de Jacob con el Ángel del Señor, cuerpo a cuerpo, toda la noche. El Ángel le dice a Jacob:
“Déjame partir, porque ya está amaneciendo”. Pero Jacob replicó: “No te soltaré si antes no me bendices”. Gn 32, 25 ss.
Así me imagino todavía a Juan Pablo II.
Hoy, cuarto aniversario de su muerte, han publicado otro milagro. Dicen que la postulación de la causa tiene tantos, que han tenido que escoger cuáles son los que aparecerán en la positio.
También se ha comentado estos días que para el año próximo podría ser su beatificación, Deo volente.
+T.