domingo, 28 de diciembre de 2014
El Nacimiento
Cuando chico, el primer Nacimiento que recuerdo era grande, largo y profundo, que ocupaba todo el testero del salón, bajo el espejo veneciano, con el tablero y el medio tablero y los cuatro caballetes, tres de frente y uno esquinado. El portal era de corcho, y el castillo de Herodes de escayola blanca, con los perfiles pintados color madera y unas palmeras de alambre y cartón. Los tres Reyes Magos iban entre los riscos de corcho y las palmeritas, por un caminillo de serrín. Abajo a la izquierda se figuraba el pueblo de Belén, con casitas de cartón y corralitos con pavos, gallinas, pollitos, cabritas y vacas; más al centro se ponía el río, con muchos patitos de barro sobre un papel de plata con un cristal encima. Los pastores con las ovejitas se repartían por los corchos, las figuras grandes más adelantadas, debajo, y las más pequeñas detrás, en alto. En el rincón de la derecha se ponía una cueva con el demonio dentro, con un papel colorado y una bombillita, que representaba el infierno rabiando porque había nacido el Señor.
También recuerdo otro, más recogido, que se puso en el estrado del recibidor, sobre una de las arcas grandes, debajo del cuadro grande del Ángel de la Guarda, allá por el año 1966, con un Misterio nuevo que compró mi padre en la calle José Gestoso porque las figuras antiguas estaban muy estropeadas. También compró unos Reyes, pequeños, pero muy bonitos, con los tres pajes, pintados y dorados. Tia Antonia hizo un naranjal en una de las esquinas, con ramitas de lentisco y naranjitas y limoncitos de caramelo sujetos con alfileritos, que tuvo que reponer dos o tres veces porque nos los comíamos con esa delectación tentadora e irresistible con que gustan las cosas prohibidas; el demonio en su cueva estaba junto al huertecillo, también, aunque nuestras travesuras sólo fueran pecadillos veniales, acaramelados.
Los años del luto por abuela Antonia y abuelo Emilio nos colocaron el Nacimiento en la alcoba entre el recibidor y el despacho de mi abuelo, para tenerlo reservado a las visitas. Cuando cantábamos con las panderetas, cerrábamos la puerta para que no se oyera en el salón ni en el comedor. Uno de aquellos años, nos trajeron por primera vez un árbol para adornar, que era un pino redondo, mediano, que mi tía plantaba en un garrafón enorme de cristal verde, sobre uno de los soportes de hierro de los macetones del patio. Quedaba muy bonito en el rincón de entrada al comedor, con las lucecitas de colores, las tiras de flequillos brillantes, la estrella arriba, las bolitas de cristal y unas piñitas pintadas de purpurina. Pero mi hermano Ricardo, de un balonazo, reventó la gran damajuana de cristal, y ya no se volvió a poner el pino.
Cuando se vendió la casa grande y nos mudamos al piso, el Nacimiento lo poníamos en la entrada, sobre el arca, apoyando los corchos en una de las rinconeras. Yo, que ya me hice cargo del montaje, sustituyendo a mi tía, tenía en mente una estructura ideal, alta y con tres o cuatro niveles, que nunca logré, siempre me salía más o menos igual. Mi punto flaco era la iluminación; todos los años fundía los plomillos al encender las lucecitas del portal (y la cueva del demonio).
Ahora pongo el Nacimiento reducido, sólo para mí, como un rito obligado de Navidad, piadosamente pero sin la maravillosa ilusión de cuando era niño. Coloco solamente el Misterio, La Virgen, San José y el Niño, sin mula ni buey. El Niño es el resto sobreviviente más antiguo de otros nacimientos pasados, una figurita de terracota con ojitos de cristal, desconchado, roto y pegado. También, cerca, a los lados o en algún hueco, donde me caben, meto a los Reyes, a camello, con sus pajes. En torno, unos cuantos iconos, que adornan muy bien, y unas puntas de lentisco. Y la estrella, que es de plata.
Demonio ya no pongo. Aunque tengo por ahí un dragón dorado que pegaría, haciendo las veces.
Durante Navidad y Reyes, encima de la comodilla del dormitorio, junto a unos cuantos calcetines y pañuelos, y el cepillo de los zapatos y un bote de betún, tengo un Niño en la cuna, de los de Olot, pequeño, bonito, de los antiguos, para besar cuando entro y salgo.
+T.
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