domingo, 11 de diciembre de 2011

El rosa de la inocencia


El tiempo litúrgico de Adviento es, entre todos, el que más me identifica: Por la esperanza y por la penitencia. Además es el tiempo en que vive la Iglesia, el segundo Adviento que espera la vuelta del Señor.

Los demás Misterios de la Redención ocurrieron en el pasado, son Historia de Salvación. El Adviento es, sin embargo, nuestro presente. Los que no presenciamos los otros momentos de la Salvación sí vivimos ahora esta parte final, esos 'últimos tiempos' que van desde la Ascensión de Cristo y el Pentecostés del Espíritu Santo hasta el Último Día, cuando el Señor venga en gloria, como Juez y Señor de vivos y muertos.

El Adviento es un tiempo en adversativo, con proclamas rigurosas que incluyen la predicación exigente de Juan Bautista, el Precursor, clamando penitencia y conversión para recibir al Rey que viene con su Reino, que no es de este mundo, pero sí es para nosotros, los que vivimos sujetos al mundo y sus esclavitudes. Pero el apremiante clamor de la Voz en el desierto se atempera y endulza con el signo de la Virgen que gesta al Verbo.

La Virgen María es la otra cara de la medalla del Adviento, con Juan Bautista por un lado y Ella en el otro: El rigor y la ternura, el desierto y el hortus concusus, la voz y la estrella, la penitencia y la gracia.

El rosa ornamental-litúrgico del Domingo de Gaudete marca un compás suave, tierno, en la penitencia del Adviento. Que es una penitencia ansiosa por la ausencia del Señor, aunque sostenida, consolada, por la presencia de Cristo en el Sacramento. Y en la Iglesia.

Los ornamentos rosados tienen el color de la carne de un recién nacido; el rosa es el color de la inocencia fragante, de la pureza suave, de la belleza intacta, del amor sin pecado.


Algunas veces predico que cuando los adultos pierden la recóndita alegría de la Navidad y se entristecen cuando llegan las fiestas del Nacimiento de Señor, la tristeza que les amarga esos días santos es sólo nostalgia por la inocencia perdida.

Vestirse de rosa es simbolizar la inocencia añorada que todos pueden recuperar, como un don precioso perdido y devuelto; lo dice la oración, esa que tanto me gusta: "Deus innocentiae restitutor et amator..." .

Se encuentra en Belén, junto al Pesebre que es Cuna del Niño (que se ve) y Trono del Rey  (que se verá).


+T.