Las circunstancias históricas que condicionaron los orígenes y la posterior evolución de la Iglesia anglicana, la definen con una irrepetible personalidad, tan apropiada al carácter de la misma Inglaterra y sus gentes.
Todavía en pleno siglo XIX, con el Movimiento de Oxford y los tractarianos revolucionando el stablishmen de la Iglesia Inglesa, los más “sólidos” de aquella clerecía victoriana se complacían en reconocerse como la “vía media” entre el Catolicismo Romano y las Confesiones Protestantes surgidas de la crisis de la Reforma Protestante; el mismo John Henry Newman, antes de su conversión a Roma, imaginaba a su querida Iglesia en esa intermedia posición.
Fue en el siglo XVIII con sus crisis parlamentarias, las difíciles y polémicas sucesiones de los Estuardos (católicos o filo-católicos) y la entronización de la nueva dinastía de los Hannover, luterana por su procedencia germana, cuando se defínen dos tendencias que, con el tiempo, convivirán en relativa armonía dentro del anglicanismo, pero manteniendo perfiles marcadamente distintos:
Una llamada “High Church” (Iglesia alta), aferrada a la antigua tradición eduardiana (e incluso recurriendo en algunos casos a la memoria del “status eclesiástico” de los años de Enrique VIII y las primeras y originales concepciones de la “Iglesia en Inglaterra”); iglesia con un más o menos confesado aprecio por la liturgia y la tradición romana, que se complacerá en la “restauración” de todos los elementos católicos que se puedan incorporar a la liturgia reformada; identificada con el trono y de tendencias conservadoras en política; con una reconocida presencia en los ambientes de las elitistas universidades inglesas, fué, en cierto sentido, la creadora de aquel “ambiente” del que surgiría el Movimiento de Oxford.
Y junto a ella, una “Low Church” (Iglesia baja), más cercana a las confesiones Reformadas del Continente, simpatizante del luteranismo de los Países Bajos, Dinamarca y los Principados Alemanes; en sintonía con el parlamentarismo más reivindicativo; anti-ritualista y anti-romanista, con una liturgia de púlpito, no de altar; favorecedora del sentimentalismo/emocionalismo de la “experiencia” y la “conversión”; ambientadora, por su parte, de las nuevas corrientes que derivarían en nuevas confesiones que se separarían de la Confesión Anglicana.
Todavía hoy, a pesar de la decadencia de la Iglesia Anglicana, se pueden reconocer esas dos “iglesias” alta y baja, con sus clérigos y sus simpatías/proclividades respectivas. En sus extremos, lo que creen y lo que celebran conserva un mínimo de reconocible identidad. En la Confesión anglicana conviven hoy realidades tan dispares como las mujeres admitidas al ministerio pastoral ordenado-jerárquico, los clérigos gay-homosex, una variadísima gama de tendencias pastorales y litúrgicas y una parte notable cada vez más cerca de Roma y más despegada del anglicanismo.
Viene este excursus por la semejanza que encuentro entre aquellas dos “iglesias” y la actualidad en nuestra Iglesia Católica: Una parte de la Iglesia en comunión y fidelidad con Roma, y otra parte definiéndose, más o menos explícitamente, en contra de la doctrina, la liturgia y la moral de Roma.
Digo esto con todas las salvedades, excepciones y matices que caben en consideración al tratar un fenómeno con tantas particularidades; pero me atrevería a mantener la tesis en este sentido de la separación/división de hecho, y más o menos generalizada, dentro de la Iglesia Católica.
El problema es, ante todo, “de clérigos”, en cuanto que de las actitudes y actuaciones de los pastores han derivado luego las situaciones que se han hecho corrientes, y que se han aceptado o tolerado sin apenas oposición por parte de los últimos responsables de la Jerarquía.
No se me ocultan las dificultades de los Obispos para mantener una necesaria evangelización amplia, al día, y abierta a los retos que plantea el presente y el futuro próximo; pero a la vez constato cómo tantas veces la opción por la evangelización se ha favorecido a costa de la pérdida u olvido de valores y fundamentos sin los que no puede existir una auténtica y responsable pastoral católica.
Existe un clero, en este sentido, “irrecuperable”. Una parte notable de nuestros sacerdotes apenas encajan en el perfil sacerdotal católico-romano; el mito de la “iglesia del concilio” ha causado estragos; la confusión por deficiente e incompleta formación y la “contaminación” por ideologías ajenas e incluso adversas, han hecho lo demás.
El caso reciente de la parroquia madrileña de San Carlos en Entrevías, y algunos más de aproximada gravedad en otros puntos de la geografía pastoral española, más o menos conocidos, evidencian una triste realidad: Junto a una Iglesia Católica con sacerdotes y fieles católicos, convive otra que ni cree, ni enseña, ni celebra lo que la Iglesia Católica Romana, con la que mantiene una aparente comunión, en cuyas estructuras pastorales se comprende, pero de la que dista hasta el punto en el que no se le puede reconocer como parte de esa misma Iglesia Católica. Me alarma ver cómo se afianzan creencias/comportamientos que no son católicos y que apenas se pueden definir siquiera como cristianos.
En la Iglesia católica ha sido una constante histórica la pluriforme manifestación de liturgias, espiritualidades, pastorales, etc. todo conformando el riquísimo mosaico de la catolicidad eclesial apostólica. Nada más distinto que la reclusión y el silencio cartujano de San Bruno comparado con el activismo misional y de vanguardia practicado por la Compañía de Jesús, tal y como la concibió San Ignacio; ni liturgias de formas tan distintas como la de Roma al lado de las de tradición Oriental. Y sin embargo todas estas cosas han convivido sin oposición ni contradicción dentro de la misma Iglesia Católica desde sus orígenes.
Hoy apenas es reconocible lo católico en grupos “de base” que improvisan liturgias, practican éticas o reivindican formas incompatibles y opuestas a la fe católica. Las señas de identidad de estas “comunidades” incluyen las nuevas tendencias y las derivaciones de las "teologías modernas" desde la “teología de la liberación”a las extravagancias de la “teología inclusiva” de las feministas, etc.
Si ha llegado la hora inexcusable de decantar actitudes y actuar en consecuencia, Dios lo sabe; pero nuestros pastores no pueden mantenerse en ese “laissez faire” que ha causado y está causando estragos, escándalos y confusión en un medio ya suficientemente estragado, escandalizado y confundido en el que las distancias de credos, celebraciones y formas separan y conforman "iglesias altas y bajas" a la anglicana...y a veces ni eso siquiera.
#