jueves, 22 de enero de 2009

Inquietantes síntomas

Me resultan penosas algunas evidencias, rastros, que voy recogiendo por aquí y por allí. Algunas me afectan bastante, tanto como rompen conceptos amables que de pronto se me hacen añicos, ingenuo yo que me los hice.
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Por ejemplo, un dia me quedé patidifuso cuando un chaval de pueblo, de padre y madre de pueblo, criado en pueblo, monaguillo en su pueblo, y con todos sus estudios (medios) en el pueblo, la primera vez que salió al extranjero y fue a París se trajo una sola impresión fascinante de la cité des lumières: Haber estado en la tumba de un rockero que murió drogado, estragado y calamitoso, el infeliz.


No diré el nombre del difunto (q.e.p.d.), que no me gustan esos estafermos del rock ni de lejos. Diré el del cementerio, el del Père-Lachaise, nada más y nada menos, el camposanto romántico por antonomasia, ese que tiene una colección de muertos de primérisima, desde Abelardo y Eloísa (que no sé yo si es buena idea tenerlos juntos post-mortem) hasta Proust y la Callas, pasando por Molière y el mismísimo Cyrano de Bergerac. Y también Oscar Wilde, que bastaría para animar él solito cualquier cementerio. Pero el zagal aquel lo que buscaba con expectación ansiosa era la lápida del rockero drogadicto. Se retrató delante, para constancia gráfico-documental, y de vuelta al pueblo hizo copias de la foto, que dedicó y repartió entre sus amistades, todos-as de pueblo, de su mismo pueblo. Sic.



Mi pueblo era un paraíso de viejas con moño apretado, con horquillas y un par de peinecillos bién sujetos, y velo y mantón y rosario y libro de misa. Mesa de camilla y alhucema. Y un buen rosario con cabezaditas y responso por muchos difuntos queridos y recordados. Mulas por la calle y una recua de borricos con los cencerros sonando. Aun sueño despertarme por las mañanas oyendo el martilleo del herrador en el el yunque. Mi pueblo como fue con gentes como las que eran. No sabían que había en París un camposanto célebre, pero se conocían, lápida a lápida, el cementerio del pueblo.


Tengo un amigo, de mi pueblo, que me hace la gracia de llevarme al cementerio, de vez en cuando, y de ponerme al dia, porque como no estoy en el pueblo nada más que algunas veces y por circunstancias puntuales, no me entero de la vida ni de la muerte. Mi tia también me cuenta cada noche, por teléfono, las novedades; las fúnebres con mucha particularidad, como corresponde a una consciente octogenaria. Me sienta bien re-ubicarme en mis coordenadas reales, tectónicas. Me siento "fundamentado".


Todo lo contrario de lo que me pasa cuando me entero de atrocidades como esas del zagalón cateto retratándose en el Pére Lachaise, el pobre váina.


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Pro unitate Ecclesiae



En Septiembre pasado se cumplió un año de la entrada en vigor del motu proprio Summorum Pontificum acerca de la celebración de la Santa Misa según el rito inmemorial de la Iglesia Católica Romana. Y fue una paradoja ver que había sido necesario tal documento pontificio para "permitir" la liturgia más "eclesiástica", más "católica" y más "romana".

El texto llevaba implícito una especie de discreto "mea culpa", al reconocer que el rito según el Misal de San Pio V-Juan XXIII nunca había sido ni abolido ni suprimido. Tal declaración dejaba en entredicho cuarenta años de desprecio - cuando no de solapada "persecución"- del antiguo y tradicional Rito Romano por parte de las más altas instancias eclesiales, Vaticano incluído. Suponía también la re-valorización de todo aquello que arrinconó la muy discutida reforma litúrgica del post-Vaticano II. En el mismo sentido, descalificaba la imprudente gestión de los responsables de aquel polémico encargo, quizá el más "lesivo" de todos los registrados en la historia de la liturgia.

Sorprende comprobar la escasa reacción del episcopado a todas aquellas innovaciones que empezaron a urgirse al poco de la clausura del Concilio. Quizá fuera que la expectación y el deseo de una necesaria reforma litúrgica bloqueara la revisión crítica de las novedades, que se fueron recibiendo sin apenas protesta. Sólo algunos Cardenales de la Curia más un reducido grupo de Obispos se atrevieron a expresar su oposición a la labor del tristemente célebre Consilium y sus directores, el controvertido Cardenal Lercaro y el polémico Monsignore Anníbale Bugnini.

Sin embargo resultó definitiva la buena acogida por parte de los fieles. Pasar del latín a las lenguas vernáculas supuso un cambio pastoral y espiritual rara vez contestado, porque las ventajas se ponderaban por encima de las pérdidas. La misma actitud receptiva y benevolente se siguió entre el clero, un hecho enormemente significativo que no se puede obviar. Al fin, todo aquello que se venía postulando desde el s. XVIII (Sínodo de Pistoya) más los principios del movimiento litúrgico del XIX y las iniciativas de los pontificados de Pio X y Pio XII, se consumaría de forma tan novedosa que superaba incluso la expectativas más aperturistas. Una verdadera revolución de la liturgia.

Toda revolución tiene sus víctimas, y la víctima mayor en este caso fue la propia liturgia católica. El nuevo misal de Pablo VI, sin decirlo, anulaba aquel rito que había sido el identificativo de la Iglesia de Roma, el mismo que desde la antiquitas romana, sin solución de continuidad, había llegado hasta el Vaticano II, con toda la solemnidad y venerabilidad que su propia historia le confería. En pocos años, no volvería a celebrarse más "oficialmente". Hubiera sido interesante registrar qué dia se celebró por última vez con el Misal de San Pio V en la Basílica de San Pedro, y quién fue el celebrante. Y también la fecha en que el pontífice, Pablo VI, celebró según el venerable Misal y el rito que él mismo "cerraba". La misma curiosidad se me despierta respecto a los siguientes Papas, Juan Pablo I, Juan Pablo II, y el felizmente reinante Benedicto XVI: ¿Con qué "sentimientos" sacerdotales dejaron de celebrar el antigo rito y se adaptaron al nuevo?

Si ha habido una historia problemática, dificil para Roma, esa ha sido la de las relaciones entre Santa Sede y Francia. Desde Avignon (pongamos ese hito como cierto límite), las más graves circunstancias han jalonado la correspondencia de la Stª Sede con la titulada "hija predilecta de la Iglesia". En y con Francia ha pasado de todo. Enormidades eclesiásticas insólitas como la sustitución-renovación de toda la Jerarquía, cuando después de la Revolución - Consalvi diplomatiqueando con sus epígonos bajo Bonaparte - Pio VII renueva todo el espiscopado galo, sólo han sucedido en Francia. Y eso marca. Y se nota en la Iglesia francesa. Hasta el dia.

Una de las huellas bastante apreciables de la moderna historia eclesiástica ha sido la relativa perdurable influencia que dejaron el galicanismo y el jansenismo en el clero francés. Dependiente, en cierta manera, de uno y otro se podría entender el caso Lefèbvre con su capítulo de reacción post-conciliar. También muy "tipificado" en la historia de los post-concilios. Supuso una contestación contundente al "espíritu" del Vaticano II. Las consecuencias de la tenaz postura del arzobispo fueron traumáticas, incurriendo en la excomunión al atentar las ordenaciónes episcopales de Junio de 1988, cuatro obispos que le "sucederían" y continuarian su "labor". ¿Fue un cisma post-conciliar como los ocurridos a propósito de otras ocasiones de "tensión" o controversia intra-eclesial? No me atrevo a contestar, pero pienso que sólo un francés se hubiera atrevido, como se atrevió Lefèbvre.

Desde hace unos meses se viene especulando en las webs católicas con el posible "levantamiento" de las penas canónicas impuestas a los cuatro Obispos ordenados por Mons. Lefèbvre; la mayoría de los comentarios hablan de "anulación" de las excomuniones, incluída la que afectaría al Obispo ordenante, ya difunto. Todos los comentarios se desencadenaron a propósito del archi-esperado motu proprio Summorum Pontificum (7 - VII - 2007) con el que Benedicto XVI "restauraba" canónicamente el Misal de San Pio V. Un hito, quizá el mayor desde la propia reforma litúrgica post-conciliar.

Muchos entendieron que con el Motu Proprio, removido el "obstáculo litúrgico" que se había convertido en el santo y seña más identificativo de los tradicionalistas, la via para una solución del "caso Lefèbvre" quedaba expedita. Y parece ser que así ha sido. Ignoro (y no me atrevo a suponer) los términos, pero todos los medios católicos esperan para hoy o mañana la publicación de un documento papal que resolvería el episodio (o lo dejaría en vias de definitiva resolución).

Tiene mucho sentido, incontestable lógica, que en la Semana de Oración por la Unidad, la Iglesia se reconcilie con la Iglesia, y se reintegre la plena comunión con los que han mantenido un coherente catolicismo. Traumático, quizá, pero catolicismo indiscutible. Incluso "aleccionador", diría yo, en algunos aspectos, para la propia iglesia.

Si vuelven a Roma (y no les cabe otra alternativa según su propia identidad, tan enfáticamente "romana"), en buena hora. Porque será para bien de Roma y de toda su Catolicidad.

Oremus!

+T.