sábado, 3 de julio de 2010
Uno por mil
La historia del soldado Shalit se está desenvolviendo, capítulo a capítulo, como un serial corto de esos de la televisión de EEUU. Un drama de/y para la sensibilidad moderna, pero que ocurre (está ocurriendo) en un extraño marco social-geográfico. Uno de los absurdos de Israel es vivir según derecho como una sociedad moderna, estando de hecho rodeado por otra que computa su cronología con el reloj atrasado de la hégira, seis siglos de desajuste que se imponen con toda la pesadez de un mecanismo de bronce sobre la sutileza de un reloj de pila de cuarzo. Y ni siquiera eso, porque en lo alto de los minaretes no dan la hora las campanas, sino el pesado canto del almuédano.
El soldado Shalit tiene cara, tipo, de uno de esos jóvenes soldados israelíes que se ven por Jerusalén, más uniforme que persona, todo casco, botas, caqui total con dos puntillos negros desconfiados que son los ojos del chaval. Siempre me he preguntado cómo pueden ir por ahí con toda esa impedimenta, con un paso característico por los zapatones, el uniforme y el impresionante fusil-metralleta con la munición a cuestas.
Pero no son zagales jugando a la guerra, son soldados, eficaces soldados, preparados para entrar en acción en cuanto salte la más mínima chispa. Son de verdad. Aunque siempre, entre todos los que son, hay uno que lo es un poco menos, que por lo que sea es el despistado, el que vive en su mundo y va pensando en sus cosillas; antes eran amores, ahora pudiera ser que se les escape la fantasía prendida en una partida de consola, e incluso que sea un juego de guerra de la play. El soldado Shalit tiene cara de eso, un chaval simpático entre sus compañeros de escuadrón, buena gente. Y así - por eso - debieron pillarle los de Hamás en su puesto, en su tanque, cuando lo apresaron. Hace cuatro años.
Me parecen patéticas las fotos asomando las ojeras por encima del borde del periódico. Y más tristes aun las que sale sonriendo, una sonrisa forzada, martirizada, con el temor de no saber qué le harán, qué pasará si no sonríe a la camara. Detrás de las ojeras y la sonrisa triste estarán todas las aprensiones y las añoranzas del soldado Shalit, su casa, sus cosas, sus personas. Todo trenzado como una tomiza apretada de 4 años de cordel, de celda, de tormento, de miedo de noche y de mañana, cuando oscurece y todo suena a amenaza y cuando sale el sol y se ve que la pesadilla es real, que sigue.
Israel, que no respeta convenciones, quiere que en el caso del soldado Shalit se respeten todas y se considere que la captura no fue un acto de guerra, ni se están garantizando los mínimos pactados para un tipo de detención como esa. Como si los de Hamás hablaran con la lengua del articulado de la Convención de Ginebra, la misma conveción que Israel se salta a la torera cada vez que le conviene.
Después de todas las consideraciones, surge la sospecha de si todo es así, se ha vuelto así, porque no hay tanta distancia entre unos y otros, que se habrían contagiado necesariamente por el contínuo contacto cuerpo a cuerpo, sangre con sangre. Y entre ellos se hablan con ese lenguaje de guerra, en un idioma que fuera causa extrañeza pero que es la lengua franca entre los contendientes. Y se entienden, ateniéndose a leyes no escritas, dictadas por no se sabe qué fatum, demiurgo o espíritu diabólico.
Allí, que es donde nacieron las leyes (las humanas y las Divinas), se graban nuevos códigos con resaca de código de Hammurabi y ley del talión, pero corregidas y aumentadas las proporciones. Por ejemplo una vida no vale otra vida, ni un preso otro. Dependiendo de quién sea, uno puede valer mil o mil valer por uno. Es como una versión del retruécano bíblico de que para el Señor un dia es como mil años y mil años como un día, pero con hombres y vidas.
¿Es una inflación del valor de lo humano en el mercado libre de la guerra? ¿Una subida de la cotización de la vida, o un bajón de su precio? Depende. Depende de qué vida, de qué hombre se trate. Si es un soldado Shalit, el valor es 1/1000. Un precio costoso o favorable dependiendo de quién sea el pagador y el que cobre en esta transacción regulada por esta particularísima ley de oferta y demanda.
En otro sentido, aunque anejo, resulta verdaderamente escalofriante extrapolar los cálculos y deducir que 1 israelí, según eso, vale 1000 palestinos. Ese es el precio, la cotización. Una tabla de equivalencias anómalamente desajustada.
No diré yo quién es el que rige, establece, concierta, mantiene y revisa esas valencias. Pero tan cierto que existen como que pasan y se consumen en ojeras tristes los días de cautividad del soldado Shalit.
Hace unos días leí este articulete de Bernard H. Levy, en/para ciertos ambientes conservadores post-modernos un oráculo, tan intangible como el de Delfos. En su redacción, marca cierta inflexión haciendo notar la diferencia entre rehén y prisionero, para reclamar la consideración "aureolada" del soldado Shalit como víctima digna de especial movilización internacional a su favor. Y saca a relucir un par de ejemplos para ilustrar su tesis.
A mí, sin embargo, me resulta más llamativa la desproporción 1/1000. Insistiría en que se reflexionara más sobre ella, sus particulares, sus circunstancias y su significado.
Yo quisiera que liberaran hoy mismo al soldado Shalit, y que después de liberado le dejaran re-vivir, que pudiera cerrar el libro de cuentas de su penosa historia y que abriera otro nuevo. Pero me da cierto escalofrío saber que otros 1000 libros dependen del suyo, mil por uno.
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