sábado, 16 de abril de 2011
Patético final de los ornamentos de Pablo VI
Hace un par de días me quedé tristemente sorprendido por la noticia, tan chocante. Pero son las cosas del mundo y sus vueltas, tan cargadas de ironía que uno se resiste a atribuirlas a la vana casualidad y tiende mejor a atribuirlas a una muy determinada y aleccionadora acción de la Providencia:
Pectoral y anillo de Pablo VI salen a subasta (inglés)
Los ornamentos de Pablo VI subastados en Ebay
Muy triste, ¿verdad?
Si pudiera, si tuviera dinero, los rescataría. Desde niño he sufrido cuando he visto imágenes, ornamentos y cosas sagradas expuestas en lugares inadecuados, profanos, lejos del uso santo que una vez tuvieron y para el que fueron concebidos. Sin disfrutar personalmente nada más que de un corto peculio, a veces no soy capaz de resistirme y compro algunas cosas con la conciencia de que estoy rescatando algo de un probable uso (¡abuso!) sórdido. Por eso me ha entristecido la noticia de esa subasta, tán sórdida: Unos ornamentos de significado y valor eclesial y pontificio, un pectoral y un anillo, salen a subasta por un elevado precio y se exponen a terminar en manos de algún adinerado coleccionista, que los usará según su capricho.
Pero, según el artículo, esos ornamentos pontificales ya han rodado de mano en mano desde el mismo desgraciado día en que el Papa Montini tuvo aquella peregrina idea (me resisto a llamarla siquiera 'ingénua').
Lo bello que se dedica a Dios (o a la Iglesia) queda dotado de una sacralidad relativa que no pierde ya más, a no ser que fuera destruído como tal objeto. Incluso en caso de ser víctima de horrenda profanación sacrílega, lo sería propiamente por la referencia sagrada que posee, más allá incluso de la bendición/dedicación que perdería en el acto de ser destinado a un uso/abuso profano.
Sobre la subasta de estas dos piezas, antiguos ornamentos sagrados papales, me hago preguntas que podría hacerse cualquiera con una cierta sensibilidad católica: ¿Tanto despreciaba Pablo VI esos ornamentos? En la noticia se dice sucintamente que pertenecieron antes a Pio XII. Yo me pregunto si tanto odiaba Montini la memoria de "su" Papa Pacelli, porque, como es sabido, monseñor G.B. Montini crece y hace su curriculum a la sombra del Papa Pacelli.
Pio XII tuvo una alta conciencia soberana de su potestad papal, la máxima que existe en el orbe. Es justo y necesario que el que ostenta y desempeña un ministerio de esa naturaleza (¡sobrenaturaleza!) lo asuma con toda la carga de dignidad que el ministerio lleva anejo, cargas históricas de profundo significado, muy elocuentes para transmitir conceptos teológicos, eclesiológicos y espirituales válidos. Que el Papa se vea y entienda como 'principal' en el mundo es bueno, porque es su carácter, porque es todo eso que representa y no existe en este mundo otra potestad equiparable ni pareja a la suya. Por eso su exteriorización es y debe ser extraordinaria. Y debe asumirla, respetarla y transmitirla, él mismo es el primer obligado a ello.
Imagino al joven (y al adulto) monsignore Montini atormentado por la 'gloria' de Pio XII, sufriendo silente las magníficas entradas de Pio XII en San Pietro, revestido con el manto pontificio, coronado con la tiara, sentado y bendiciendo sobre la sedia gestatoria, entre los altos flabelli ceremoniales, asistido por la Curia Romana con todo el despliegue de las solemnidades vaticanas, las trompetas de plata sonando desde la loggia interior y los fieles vitoreando al Pontífice.
Con Pablo VI desaparecieron la tiara, el manto, los flabelli, el cortejo, las trompetas de plata. La sedia no, la sedia gestatoria se conservó. Probablemente porque le gustaba, si no la hubiera quitado también. Pablo VI, en desacuerdo con ese dubitante carácter teologal-pastoral-moral que se le achaca, tocante a gustos estéticos tuvo una firmísima y muy segura definición. Todo lo que cambió en diseño-decoración en la ornamentación de los Palacios Apostólicos en el Vaticano lo hizo con una clara y voluntariosa determinación. Y sus ornamentos personales, lo mismo: La férula-báculo con el cristo modernista, las mitras, las casullas, el palium. Todo lo que usaba se volvió característico, marcando un estilo que pronto se copiaría y difundiría por todos sitios, por toda la Iglesia.
¿Era por austeridad, por 'espíritu de pobreza'? Era (estimo yo) por gusto, por gusto personal. Buen gusto, sin duda, muy alabado en su momento: Despreciar el damasco rojo del tapizado de los apartamentos y salones pontificios, y preferir los tonos grises y marfiles para las nuevas tapicerías que sustituyeron a las viejas, algunas (muchas, casi todas) heredadas de Papa a Papa, que estaban en uso desde tiempos de Pio Nono. Y así todo lo demás, todos los elementos del mobiliario y la decoración. La austeridad costó cara mientras los 'suntuosos brocados' estaban super-amortizados por un siglo (o más) de discreto uso.
La sacristía papal se resintió igualmente. De allí, del ropero de algún predecesor, saldria ese bello conjunto de brillantes y esmeraldas, la cruz pectoral y el anillo. Pablo VI los entregó como ofrenda testimonial, para ser vendidos para la asistencia de los pobres, cuando su célebre visita a la ONU, el 4-5 de Octubre de 1965. En el articulo en inglés que refiere la noticia de las subasta se cuenta sumariamente la lista de compradores del pectoral y el anillo. En vez de estar expuestos en una vitrina de la Sacristía de San Pedro, han estado en el salón o en la caja fuerte de un magnate, para su disfrute y el de sus selectos amigos (y amigas).
¿Se asistieron a muchos pobres con el dinero de la primera venta, se rescataron muchos indigentes? No sé. Pero sospecho que el dinero de la primera subasta, de las sucesivas compras y de la venta actual, esos cientos de miles de dólares, ahora quizá un millón o más a causa de la publicidad de la subasta, todo ese dinero ya no servirá para asistir a los pobres. Me pregunto incluso cuántos pobres pudiera ser que estuvieran detrás del dinero que ahora se pagará por el anillo y el pectoral.
Este 'gesto' del Papa Montini fue el segundo de ese estilo, porque el más sonado fue el de la entrega para lo mismo (subasta para los pobres) de la tiara pontificia, su tiara, la que le regalaron los milaneses para la ceremonia del día de su coronación. Una tiara de diseño, mitad arqueologista mitad art-nouveau, poco estética y nada favorecedora; pero tiara al fin, la última tiara, que afortunadamente no luce en la vitrina de un potentado o un famoso adinerado.
Pablo VI escogió un momento especial para renunciar a la tiara: El 13 de Noviembre de 1964, en medio de las celebraciones de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, depuso solemnemente su tiara a los pies de la Imagen de San Pedro. La pudieron rescatar los católicos de USA gracias al famoso Cardenal Francis Spellman, que organizó la recaudación que alcanzó más de un millón de dólares; hoy se expone en la cripta de la Basílica-Santuario de la Inmaculada Concepción en Washington D.F.
De aquel histórico y simbólico momento, una ceremonia con quasi signos de abdicación o auto-deposición, quedan algunos testimonios gráficos. Esta foto, por ejemplo, con el venerable Cardenal Ottaviani sosteniendo el manto papal con gesto compungido, a punto de romper en llanto; y el no menos venerable Monseñor Enrico Dante, ceremoniero pontificio desde tiempos de Pio XII, con sus enjutos rasgos aguzados en un contenido y enervado rictus. Pablo VI tiene un gesto estudiadamente humilde; sabe lo que está haciendo y lo quiere. Un gesto que dice tanto y que desprecia tanto también.
Por eso resulta más chocante lo de la frívola subasta en Ebay del pectoral y el anillo. Se trata, yo diría, de una lección de cómo valora el mundo los 'despojos' de la Iglesia. Igual que el anillo y el pectoral terminarían todos los bienes de la Iglesia si se sacaran un dia a subasta. Y los pobres se quedarían igual de pobres y sin ellos; quiero decir los pobres de verdad, los humildes creyentes que gozan viéndo la cruz gloriosa, el anillo pastoral y la tiara de tres coronas en el pecho, la mano y la cabeza del Pontifice, que es Cabeza visible de la Iglesia y Vicario de Cristo.
Me queda por citar la oportuna sentencia del Evangelio: Que no se deben echar las cosas santas a los perros ni arrojar las perlas a los cerdos.
Lástima que fuera un Papa el que no entendiera justamente el alcance de estas palabras del Señor en las que también (eso creo yo) se incluyen el pectoral y el anillo que ahora se subastarán.
Y el gesto también. Y todo lo demás que desde el Papa Montini al presente se ha arrojado, tan pródigamente, a los perros y los cerdos del mundo.
+T.
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