Es muy grave y anómalo poner al frente de un organismo garante de la ortodoxia a un teólogo con su ortodoxia sin garantizar. Se trata de un caso que no tiene satisfactoria explicación por mucho que se quiera explicar satisfactoriamente. Benedicto (salva reverentia) no ha escogido bien, ni ha escogido al mejor. Ni siquiera al menos malo. Aunque Mons. Nicola Bux salga, capote en mano, a hacerle un (discutible) quite: 'Se extrapola del contexto'.
El contexto - entiendo yo - es el mismo personaje: Müller, su obra y sus circunstancias. Es dificil, cuando no imposible, desprenderse de lo que uno ha sido y ha venido siendo. Haría falta una especie de declaración de conversión, al estilo de aquellas confesiones dogmático-doctrinales históricas, cuando se precisaban las cosas dichas o no dichas, con claridad meridiana, para no suscitar confusiones y/o erróneas interpretaciones.
Pero Müller no hace eso, al contrario, me parece (con permiso de Don Bux). Por ejemplo, de una entrevista que le hicieron poco después de hacerse público su nombramiento, entresaco dos inquietantes afirmaciones:
1)- "...La Congregación para la Doctrina de la Fe tiene la responsabilidad de promover, no sólo proteger (...) La idea es promover la teología y sus raíces en la revelación con garantía de calidad, teniendo en cuenta las novedades intelectuales de la época a escala mundial. No podemos limitarnos a repetir mecánicamente la única doctrina. Se debe ser sensible a la evolución de la época, los cambios sociológicos, el pensamiento de nuestros contemporáneos".
Fue uno de los postulados-tesis del modernismo esa revisión-reformulación de la fe y la doctrina, trasvasándola desde sus formas (que son fórmulas, palabras, doctrina, dogmas) originales (antiguas, tradicionales), al lenguaje, la cultura y las expresiones modernas, contemporáneas, actuales. Por ejemplo, pasar del concepto escolástico de la 'transubstanciación' al nuevo, más en consonancia con la filosofía contemporánea, de 'transignificación' o 'transfinaliación'. Así, explicaban sus autores, se discurría sin solución de continuidad entre Stº Tomás de Aquino y E. Schillebeeckx. Pero obviaban que en realidad se disolvía el dogma entre la doctrina recta de un Santo y la insuficiente y errada de un heterodoxo (aunque dominicos ambos). Así se ha escrito gran parte de la turbia teología del siglo XX post-conciliar y lo que llevamos del XXI tertiummilenarista advenido. Lo que piensa y escribe Müller sobre el Sacramento, parece ir en esta línea.
Lo segundo que dice y que me inquieta, en la misma línea que lo anterior, es esto:
2)- "... Uno no puede simplemente elegir lo que se ajusta a un determinado esquema (...) tiene que abrirse a la totalidad de la fe cristiana, toda la profesión de la fe, la historia de la Iglesia y el desarrollo de su enseñanza (...) la tradición viva (...) Cada época tiene sus propios desafíos...".
También el historicismo teológico es una vieja tesis del modernismo, explicando que toda doctrina tiene su razón de ser coyuntural, según el marco cronológico-cultural del momento en que se formuló. Ni existen verdades eternas ni la Iglesia puede pretender tales conceptos supra-cronólógicos que exceden su naturaleza y dimensión históricas: La Iglesia y la fe son devenir.
Desde esta tesis, todo el Credo cristiano, incluso las mismas Sagradas Escrituras, queda suspenso en el el éter de la indefinición, susceptibles de ser adaptadas según los cánones del pensamiento u orden social-cultural vigente. Los teologos como Müller serían los autores encargados de la re-formulación, manteniéndose atentos a los signos de los tiempos, en cada momento y lugar.
¿Me dirán Uds. que voy más allá de las mismas palabras de Müller? Les pregunto yo a Uds. si no ven en las afirmaciones de Müller la dirección en que apuntan.
Para remachar la inquietud que este nombramiento sorprendente nos suscita, Müller se auto-apologiza:
- "...Pero el Santo Padre me conoce a mí y mi trabajo teológico, no sólo como autor, sino también como experto en los sínodos de obispos en Roma o en la Conferencia Episcopal Alemana..."
Pues por todo eso - no obstante Don Bux - los católicos conscientes estamos agitados, desasosegados, disgustados.
Tanto que no salimos de nuestra perplejidad.
+T.