viernes, 22 de junio de 2007

Perder la cabeza

Soy amigo de Tomás Moro desde los siete u ocho años, por un artículo de una enciclopedia juvenil que contaba su vida y su muerte. Un cadalso con verdugo y decapitación, Moro dando la moneda al verdugo, el hachazo y la cabeza colgada sobre una puerta de la Torre de Londres, son escenas fascinantes para los ocho años...y para el resto.

Ese fué el comienzo. Luego vinieron más lecturas, y con catorce o quince años, la Utopía. Utopía fué la primera obra filosófica que me leí del tirón: Era un librito editado en Argentina, en rústica. Se leía muy bien, y se entendía, y hasta daba argumento para imaginarse reinos y estados ideales. Más tarde me dí cuenta que era una iniciación buenísima para empezar a hincar el diente a las obras serias; mejor que el Orwell tan recomendado, el viaje con Rafael Hitlodeo me parece mejor, mucho mejor en todos los sentidos: Comenzar con un clásico, es siempre una garantía.

La peli de Zinnemann vino después; la vi de reposición, cuando todavía existían aquellas magníficas salas de re-estreno. Sesión contínua, que repetí aquella misma semana. Por la peli, busqué y compré la obra de Robert Bolt A man for all seasons.

La moromanía se enriquecía con más complejas aficiones, porque también desde chico me fascinaron las cosas de Enrique VIII, las seis esposas, Holbein y sus retratos, los episodios de la reforma y la Iglesia Anglicana, y More me afianzaba el gusto.

Es frecuente - el cine, el teatro, la biografía - plantear el drama de Moro como el del desenvuelto hombre de ideas y leyes arguyendo y resistiendo hasta que le acorralan entre el sí o el no. Su vida dorada de humanista, y la apacible del hombre de familia, que se ve envuelta en uno de los más espinosos zarzales de la época, un caso de pasiones, frustraciones, dinastías, ambiciones, reinos, épocas, leyes, controversias doctrinales...

La actitud de Moro tiene más valor si se consideran las circustancias de los protagonistas directos del drama y los actores y jueces de la cuestión. Incluso la firme y apasionada defensa de sus derechos de esposa por parte de la Reina Catalina de Aragón no está exenta de arrogancia. Se diga lo que se diga y quien lo diga, el matrimonio de una reina no vale, no debe valer, un cisma para la Iglesia. Pero dígase lo mismo también de los Papas que intervinieron y del emperador Carlos; de Henry Tudor no se diga, porque su más atormentada duda o su más frustrado deseo de engendrar heredero valen tantísimo menos, dado el personaje y su trayectoria.

Se estaba fraguando Europa casi tal cual la hemos heredado, y su génesis trajo sus conflictos, hechos drama en este caso. La tristeza es que el humanismo regenerante y esperanzador fuera víctima y también "dramatis persona". Con la cabeza de Moro, decapitan aquel Humanismo. Quedarían luego ideólogos políticos, teólogos reformadores, o filósofos de la ciencia o las letras, pero con la cabeza de Moro en la London's Tower se oreó secándose en reliquia el tiempo de los humanistas.

No fué la única víctima. Con Moro caen Fisher de Rochester y una selecta representación de lo mejor del monacato inglés, con algunos nobles y también gente del pueblo llano. Hasta el siglo XX no son canonizados, More y Fisher por el mismo Pio XI que canoniza a Juana de Arco (tan "distantes" en concepto unos y otra). A veces me he preguntado si sangre tan digna mereció derramarse por causa tan enrarecida y por una Roma tan discutible, cápite et in membris, en aquellos momentos. Más aun si se piensa que More y Fisher eran representantes de la intelectualidad, tan propensa siempre al fino desmarque con el que las élites se desentienden del compromiso o el riesgo personal, porque pueden y saben. Pero Thomas More y John Fisher, sobre todo y ante todo creen.

La nota de Santidad nunca falta a la Iglesia, y si no está en la tiara, puede estar activísima y esplendente en el cíngulo, la fimbria, o las sandalias. La Roma rutilante y medicea de Leon X había pasado con la Roma del sacco y Clemente VII ; Michelángelo pensaba ya su Giudizio y Paulo III Farnese todavía no planeaba Trento; pero la santidad se derramaba por las cabezas y con la sangre de Fisher y More, creyentes en lo que tantos no creían, y defensores de lo que otros despilfarraban o vendían.

Honra de su tiempo, de la Historia, de su Patria, de la Iglesia tan Católica y Apostólica y Romana por ellos testimoniada, a pesar de Roma, de aquella Roma que ellos sabían era más que Roma. La oración de su colecta lo expresa tan romanamente bien: "...quam ore profitemur, testimonio vitae confirmemus ".

Una queja: Que hayan metido en el Martirologio a los dos prefiriendo al Obispo-Cardenal San Juan Fisher antes que al Thomas More Canciller, abogado, esposo, padre y humanista. Hoy es la fecha del martirio del Obispo de Rochester, porque Tomás Moro fué decapitado un 6 de Julio. A San Juan Fisher de Rochester le conocen pocos, la fama de More es universal.

Cosas de clérigos.

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Ps. He cambiado la ilustración de Tomas Moro en familia por esta que me ha mandado mi amigo Tente: Su estatua en Chelsea, con el collar de Canciller en las rodillas y sólo la cruz sobre el pecho. Me ha gustado.