Quizá más que ninguna otra parábola, me inquieta la de los talentos. Que es la que sale en el Evangelio de este Domingo XXXIIIº (Ordinario, rito idem),
Mt 25, 14-30 . Quiza porque afecta a mi natural indolente, dubitante, nada negociante, gestor de lo que sea a mi modo y manera. Con semejantes condicionantes personales, se entenderá que me afecte.
.Y ya sea a propósito de esta de San Mateo o de la de San
Lucas 19, 11-27 (que dice
minas y no
talentos y aparece un rey que va y que vuelve), suelo comentar que por qué no saldrá en ninguna de las dos un personaje que pierda su talento (o su mina). Que podría pasar, porque pasa. Son muchos muchísimos los que han perdido todo por mala gestión, despreocupación o reveses de la fortuna. Y me acuerdo de ellos y me pregunto qué les hubiera pasado si hubieran sido personajes de la Parábola. Y Dios sabe por qué no los puso el Señor en la parábola.
No hace mucho, en otra entrada, comenté algo de esto mismo, escribiendo sobre las finanzas y los negocios y las cosas de la fe. El cura, en el sermón, ha dicho que sería probable que el Señor se dirigiera a hombres de negocios, a mercaderes, cuando predicó esa parábola. Cuando hablaba a la gente del campo escogía como tema la siembra, la semilla; y si le escuchaban pescadores del Genesaret, les contaba cosas que tenían que ver con pesca, con redes y peces. Por eso se podría deducir que la Parábola de los Talentos o las Minas (si son la misma y no dos dichas en distintas circunstancias y para diverso público) las dijo para gente que entendían de negocios y mercados.
Yo no entiendo. Nada. O casi nada, que es peor porque puedo aventurar un negocio, una inversión, un plan económico que sea ruinoso. Saber poco de algo es algunas veces peor que no saber nada, porque el que no sabe nada se estará quieto, pero el que sabe algo se podría meter donde no sabe. Y eso es peor, por el riesgo que supone, particularmente si se trata de exponerse a perder por ganar.
También se puede ganar pudiendo perder, pero tomarse la vida y sus cosas (las importantes) como un juego, es una necia temeridad. En el lenguaje vulgar de los politicantes se introdujo el concepto "apostar" con su relativo paralelo "arriesgar", como conceptos válidos aunque incluyan "perder". Un relativismo que primaba una idea de "libertad" unida a la del "error" como posible-probable, unido a la decisión/elección, que valdría siempre la pena, aun cuando se fracasara, por ser ejercicio y expresión de la libertad con su anejo "derecho a equivocarse", es decir, a errar o a fracasar. Una barbaridad y una trampa para incautos. Lleva escondida la disculpa de todo error o fracaso, que se justificaría con el super-valorado apostar/apuesta. Decir que el error o el fracaso son derecho, le concede al apostador esos márgenes tan cómodos entre los que se mueven los políticos, una irresponsabilidad que nunca se les imputa aunque yerren o fracasen estrepitosamente porque están en su "derecho". Tamaña perversión que se paga muy cara por la multitud (que es mayoría) de los que consienten, quizá con la esperanza de que a ellos tampoco se les imputen sus fracasos-derechos.
El fracaso, cuando es de uno mismo, es malo, pero cabe decir que ha sido (hasta donde sea) responsabilidad de uno. Pero si la "apuesta" pone en riesgo a los otros, o lo que es de los otros, es grande la irresponsabilidad, y hasta canallada o crímen, según lo que se esté poniendo en riesgo, o a quienes. Si se trata de hipotecar un futuro institucional, social o nacional, es tan grave como tantas sean las implicaciones de lo que se arriesgue y/0 se pueda perder o dañar.
Los de la piara, maestros en el charlataneo ambulante, en cualquier sitio y para cualquier cosa han "apostado" todo de todo por todo. Y contagiaron a otros, que también empezaron a decir "apostar" "apuesta" "apostamos". Le tengo particular aversión al politiquillo de segunda o tercera clase (si es una "ella", peor) que "apuesta" en su discursillo. Pero se me despiertan irreprimibles grimas si la "apuesta" aparece en el sermón de un cura o similar. No lo soporto.
Volviendo a los talentos, hay que enseñar que no se "apuestan", que no son para arriesgar con posibilidad de perder, sino para invertir con seguridad de ganar. Lo paradójico es que es fácil: Dar, prestar, consolar, rezar, creer, esperar, perdonar, amar...Tres talentos del alma (memoria, entendimiento, voluntad) o el gran talento que es el alma, y el otro que es la vida, incluído el tiempo con sus circunstancias (que son la calderilla y los céntimos de los talentos, que también cuentan y redondean las cuentas y son preciosos para los buenos mercaderes). El negocio de la salvación, que decían los antiguos que entendían; los negocios del alma.
Pero qué ansiedad hasta que llegue el dia de ajustar las cuentas con el Señor de los talentos, de nuestros talentos (y vuelvo a pensar en el que pierde o pierda sus talentos).
p.s. Fui y le pregunté al cura. El cura me miró, me sonrió, me dió un cogotazo (es muy hábil dispensando coscorrones) y me dijo:
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- "Oh impío! ¿Es que no has leído la Parábola del Hijo Pródigo? Ese lo perdió todo, pero no se puso a discutir con un negociante, sino que buscó a su padre. Cuando lo pierdas todo, vete en busca de tu padre, vuelve a casa de tu padre".
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Y me dió otro amable coscorrón de despedida; mi cura es así. (Iba diciendo por lo bajini: "...Tu auten, Dómine, miserere!" (también es muy aficionado a los latines)).
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