miércoles, 4 de mayo de 2011
El entusiasmo y la precipitación
Un anónimo (no sé si amigo invisible o si enemigo emboscado) me ha avisado en un comentario que me han puesto en la picota; o en la 'caverna' de Infracatólica, mejor dicho. A parte de que las cavernas me fascinan (las geológicas, las platónicas y las admirables del Cuartenario), que te señalen los iraburritas y los mercenarios paniaguados de la pluma forzada, a estas alturas, es un honor que define muy bien. Gracias, gracias, muchas gracias. No merezco semejante distinción.
Pero para que vean los iraburritos que no andamos desnortados, vean Uds. lo que se dice y comenta por ahí un par de días después de la beatificación express de Juan Pablo II (para algunos 'magno'):
Sobra evidencia de que Juan Pablo “sabía que Maciel era un criminal”
Así de duro es el titular. Que tiene todas las probabilidades de estar en lo cierto, como Uds. mismos juzgarán cuando lean el articulete, nada sensacionalista, sino todo lo contrario: Muy aclarador, ponderado, bien informado y aportando datos.
Desde antes de 1956 sabían en Roma cosas de M. Maciel. Por eso quizá el poco relieve del personaje durante aquellos años y los pontificados siguientes. Fue justamente con Juan Pablo II cuando Maciel salió a escena, a bombo y platillo.
Me pillaron en Roma aquellos años dorados, cuando los Legionarios descollaban en todo y por todos sitios, brillantemente. No había punto clave romano donde no estuvieran (o se les esperara). Y muy bien, por cierto, con toda competencia, calidad y nivel. Quizá JPII soñara con hacer de la Legión la sustituta eficaz de la Compañía para su Tertio Millenio Adveniente. Y se comprende si tuvo o hubo esa intención. Lo que no se comprende ni se puede tapar con el repostero de la beatificación es la cobertura de JPII a Maciel.
El caso Maciel, por mucho que se repita y se diga, es una monstruosidad que no tiene parangón en la Historia de la Iglesia. De tal maginitud que pone tacha, da sombra y deja mancha en todo lo que tocó y a todos los que se arrimó. Y la proximidad de Maciel y Juan Pablo II fue mucha. Ahí están los hechos, que cantan.
Se podrá decir, como se dice, que la aceptación/promoción/espaldarazo fue a la obra (de Maciel), a la Legion, los Legionarios de Cristo y el Regnum Christi, independientemente del sórdido fundador. Pero es que el sórdido fundador estuvo todo ese tiempo en el candelero romano. Sólo al final, con un Juan Pablo II patéticamente valetudinario y las riendas del gobierno en manos de un par de Eminentísimos, ocurrió el retiro de Maciel. Y la pena canónica no vino sino después de muerto y sepultado Juan Pablo IIº.
Cuando estos últimos días se ha visto tantas veces en los esecenarios de la beatificación al Cardenal Stanislaw Dziwisz (en los años juanpablistas nada más y nada menos que Don Estanislao, un simple sacerdote-monseñor con más influencia y poder que los más conspicuos curiales vaticanos), me resultaba inquietante la reaparición del personaje, que tantos datos sobre tantas cosas supo en su día y calla ahora. Tantas cosas sobre tantos casos.
Pero un secretario debe callar, servir y guardar discreción. Es su oficio. Lo que me parece impropio es que se velen con cortinas cosas que van a salir a relucir con poco mérito para los protagonistas, directos o indirectos, y mucho descrédito para la Iglesia.
Supongo que me comprenderán Uds. si confieso que a mí me importa la Iglesia, no los personajes de la Iglesia, sean quienes sean y/o quienes hayan sido. Con adornos, con marco, pulidos o revestidos, con gestatoria o en papamovil, con tiara o con casco de bombero, un Papa tiene un valor tan relativo como el que le confiere el plazo de su pontificado. Y su valor mayor, una vez pasado, queda en su doctrina, su magisterio y su gobierno. Por eso es tan peligroso precipitarse y 'subitanear' lo que, por prudencia y discreción mínimas, debería tratarse con parsimonia y pies de plomo.
Vuelvo a comparar y reflexionar sobre una figura tan enorme como Pio XII, alabada universalmente en 1958 y en 1962 calumniada y pisoteada con saña irreverente; hoy todavía pesa sobre su recuerdo la venganza implacable del peor sionismo que ha hecho del Papa Pacelli un totem maléfico, con tal efectividad que en el mismo Vaticano pesa un tabú sobre su causa, tabú del que no fue ajeno el recien beatificado Juan Pablo II. Comparar la causa del Papa Pacelli con la de Wojtyla da mucho que pensar.
Pero así como los testimonios sobre Pio XII van esclareciendo el humo con el que oscurecieron su historia, lo que pueda pasar con la historia de los años juanpablistas es un dossier abierto que, por mucho que algunos quieran cerrar, permanecerá mucho tiempo con sus páginas preparadas para recoger lo que se vaya sabiendo y publicando. Hechos y conclusiones como las del articulete mexicano, tan tremendo.
Repito que me importa la Iglesia; los personajes en tanto y en cuanto. Aunque sean beatos (de lo que me alegro tanto como se merecen, of course).
+T. (cavernícola, de la inmemorial y nobilísima tribu del bisonte rojo altamirano, honradísimo y complacidísimo de serlo, inmerecido y altísimo honor).
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