El rito se celebra propiamente la mañana del Jueves Santo, una ocasión especial en la que el Obispo reúne a todo el Presbiterio Diocesano. Pero se concede trasladar la Misa Crismal por razones oportunas a alguno de los días primeros de la Semana Santa. En Sevilla hace muchos años ya que se celebra la mañana del Martes Santo.
Cuando los diáconos y los acólitos llevan al Altar los óleos para su bendición, se canta el O Redemptor:
O Redémptor
súme cármen
Témet concinéntium.
Árbor foéta álma lúce
Hoc sacrándum prótulit,
Fert hoc prona praésens túrba
Salvatóri saéculi.
.
Consecráre tu dignáre,
Rex perénnis pátriae,
Hoc olívum, sígnum vívum,
Iúra cóntra daémonum.
Ut novétur séxus ómnis
Unctióne Chrísmatis:
Ut sanétur sauciáta
dignitátis glória.
Lóta ménte sácro fónte
Aufugántur crímina,
Úncta frónte sacrosáncta
Ínfluunt charísmata.
Corde nátus ex Paréntis
Alvum ímplens Vírginis,
Praésta lúcem, cláude mórtem
Chrísmatis consórtibus.
Sit haec díes fésta nóbis,
Saeculórum saéculis
Sit sacráta dígna láude,
Nec senescat témpore.
En Semana Santa los ritos son especialmente significantes de la Santidad que sobre el Mundo ha derramado su Redentor. Se bendicen olivos y palmas, se consagran óleos, también se bendice y consagra el cirio elaborado con cera de los panales. Y el agua. Las oraciones nombran a los seres: El olivo, la abeja, el agua, el mar, el fuego, la luz. Se canta con la boca, y se besa, y se exhala el aliento o se sopla. Y se come y se bebe.
Son seres sencillos y hasta elementales. Todo en dependencia expresiva del Misterio que se hizo presente en la Historia y sigue operante a través de la Iglesia. El Verbo Encarnado ha santificado las cosas para que las cosas sirvan por su Gracia de medios de comunión con Dios y para Dios.
Entiendo, sin embargo, que el mundo se nos ha vuelto "difícil" para la simplicidad de los ritos, su uso y su siginificado. Antes, antigüamente, ungir con aceite era una forma de medicina común, ahora hay que explicar y extenderse en profundizar el significado de la acción ritual. Lo mismo respecto a otros ritos, como el beso. O la misma Comunión.
La comunión en la mano es una de las novedades más discutibles y susceptibles de malentendido surgidas de la liturgia post-conciliar. Aparte de la ruptura de una práxis sacramental y devocional secular, con la innovación se ha perdido reverencia y conciencia de adoración. Y - lo más lamentable - también se ha debilitado (extinguido?) la consciencia de la Presencia Real.
No descalifico a todos los comulgantes en la mano, pero sí me muestro resistente a esa forma de administrar el Sacramento por cuanto incurre de hecho en un minimalismo eucarístico que desvaloriza a los ojos de los fieles (sobre todo - y de manera escandalosa - para los menos formados, pero también - de manera imperceptible pero igualmente negativa - para los más preparados).
En la Catedral de Sevilla, los días solemnes, se desvela esa magnificencia de las cosas que concurren con su presencia y uso a su "vocación", aquella utilidad sacra para la que fueron concebidas. Y no otra. Si el organista toca en el órgano una pieza sacra, la música sirve a su Creador y a la creatura, alaba a Dios y facilita el acceso del fiel al Misterio; si en cambio interpreta una bagatela fútil o una piececilla moderna de su gusto, trivializa el momento y deja en suspenso el nivel sacro para descender a una frívola insustancialidad cualquiera.
Una de las claves de verdad del Credo cristiano es que lo Sacro se ha hecho posible y accesible porque ha ocurrido verdaderamente entre los hombres y para los hombres. Cuando la Iglesia celebra no inventa rituales, sino que practica la potestad recibida para acceder a lo Sagrado desde el mundo y sus cosas. Lo que en las religiones paganas era un "intento", en el Cristianismo es una verdad, y en la Iglesia encuentra su plenitud.
Por eso el grandísimo valor de cada cosa, de cada acción. Creer bien comporta hacer bien lo que hay que hacer con lo que hay que hacer y como se debe hacer. Si no, es que se cree poco o se cree mal.
+T.