Escuché un par de veces al padre Borja Medina s.j. mantener la tesis de que cuando San Ignacio describe en los Ejercicios el mundo y sus cosas - EE 2ª semana, nº 91-110 - lo que tiene en mente es la Sevilla rutilante y agitada de principios del XVI, que conocería brevemente, de paso, siendo paje de la reina Dª Ysabel. No pongo en pie cómo explicaba el p. Medina ese viaje y la anécdota sevillana, pero siendo experto historiógrafo y jesuíta sevillano, sus razones tendría. Sí recuerdo que se refería expresamente a la visión del puerto de Sevilla, con sus naves y sus gentes - negros y blancos - de Castilla y la recien descubierta América, con tanto "mundo".
Durante unos años me moví por otro mundo ignaciano que circunscribe en la geografía jesuítica de Roma, tan localizada, buena parte de la historia de la Compañía. El eje es el Gesú, con la residencia y edificios anejo, toda una manzana en el centro de Roma, colindando con el Palazzo Venezia y la Basílica de San Marco. Frente a la esquina del Gesú, a pocos metros, la Via degli Astalli, que te lleva a la piazza del Collegio Romano y Sant'Ignazio. De la plaza del Santo, por la via del Oratorio del Caravita, se sale al Corso; callejeando por la via dell'Umiltá a la derecha hasta la piazza della Pilotta y el complejo de la Gregoriana y anejos. Como un apéndice, subiendo al Quirinale, la preciosa iglesita de Sant'Andrea. Y en el otro ángulo de la Roma histórica, cruzando ponte Sant'Angelo o el ponte Vittorio, en el Borgo Santo Spírito, la Curia Generalizia con la Casa de Escritores y algunos otros edificios en torno, aunque esto es post-ignaciano.
Un punto nuclear de todo aquel mundo romano-ignaciano es la capellina de la Madonna della Strada, junto al imponente altar-capilla que contiene la urna con las reliquias de San Ignacio, en el Gesú. Según la historia, habría allí mismo, en una esquina, una de esas humildes edícola con su imagencita de la Madonna. La Madonna degli Astalli se le decía entonces, porque tomaba nombre de la familia que tenía su palazzo por allí cerca. No sé quién o por qué la intituló luego Madonna della Strada, pero el nombre tiene ahora más "sentido". Quedó como reina del Gesú, en su capillita de la nave del evangelio, entre el presbiterio y el rutilante altar de San Ignacio. Tiene el particular de unas pinturas preciosas de Pozzi (azules y púrpuras carmín que parecen recién pintados) y a ambos lados de la Madonna una interesante representación de escenas de la vida de la Virgen, con la Assunta repetida por lo menos tres veces (una antigua devoción asuncionista de la chiesa del Gesú y la Compañía).
Si te enseña Roma algún guía chispero, o algún clérigo locuaz, no dejará de señalarte la particularidad de que la Piazza del Gesú, frente a la Iglesia, es un píccolo universo italiano, porque entre las instituciones que allí tienen su domicilio, a más de la Iglesia y de la casa residencia de los jesuítas, también conviven en la plazuela la D.C. (léase "dí-chí", democrazía cristiana), con su escudo en un balcón; il P.C. (pronúnciese "pí-chí ", el partido comunista - puaj!-) con su escudete rojo en otro balcón, y hasta una loggia masónica, con su compasito y su escuadrita en otro escudito colgando de otro balcón. Muy completo el panorama.
.
Gracias a Dios, la que lleva más tiempo en la vecindad es la iglesia del Gesú, con su Madonna della Strada dentro, cabe al Santo de Loyola, mejor guardado y universalizado aquí, en Roma, que si se hubiera quedado en su tierra natal, tan degradada por los malnacidos que la han hecho rincón de asesinos y vergüenza de España. En el Gesú, custodiado por la Virgen de la Strada, el universal Ignacio está mejor.
La Virgen es una pinturita - no más de 50 x 60, calculo - todo rostro de la Madonna y el Niño, las dos cabezas y asomando parte del busto. Yo la conocí tal que parecía una pinturita popular del XVI, cien veces retocada para refrescarle al óleo los colores. Llevaba su romana media corona de relieve, Ella y el Niño, de cuando la coronación canónica; y la estrella en el hombro, y collares; y el Niño el popularísimo detalle del coral colgando del cuello, contra el mal de ojo, un amuleto típico de los niños romanos y napolitanos y sicilianos, que las devotas le ponen también al Niño Jesús (no porque lo necesite, sino porque es Niño). Catolicismo popular neto y simpático (y que tiemblen los protestantes y el ecumenismo).
Ya no los llevan (ni corona, ni collares, ni corales sobrepuestos) porque se los han quitado para que luzca mejor la Madonna. Resulta que hace unos años (2006), en una restauración, se vió que los repintes al óleo ocultaban la Madonna original, que no es del XVI, sino una bellísima pintura del XIII-XIV, probablemente de la época de Pietro Cavallíni o los primitivos de la Escuela Romana de pintura. Se han descubierto partes antes ocultas (la mano derecha de la Virgen, todo el cuerpo del Niño, ropajes originales, etc.).
El cuadrito ha perdido los colores oscuros que estábamos acostumbrados a ver, pero la Virgen está preciosa, tan antigua, tan romana, con el rastro de los siglos y los miles de miles de avemarías sobre su Imagen bendita, más cercana a como tuvo que conocerla Ignazio, cuando predicaba el catecismo a los chiquillos y a las traviate, allí mismo, por la esquina del palazzo degli Astalli, presso l'immagine della Madonnnina.
&.