jueves, 22 de febrero de 2007

La Cátedra


La Basílica de San Pedro sobrecoge siempre. El cánon de la más grandiosa arquitectura romana reinterpretado por Michelángelo y decorado por el Bernini, a pesar de la magistral proporción de sus elementos, se impone y domina al más insensible espectador. Es un templo cristiano, una Basílica, pero al mismo nivel del Colosseo, el Palatino o las Termas. Roma Cristiana.
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Sin embargo, la Basílica Petrina no es el lugar idóneo para la emoción religiosa intimista. El fervor de un católico se exaltará en una celebración presidida por el Pontífice Romano, las naves repletas de fieles y el interno de rutilante luz y esplendorosas formas; pero necesitará recogerse en la Capella del Sagrario, de dimensiones más "humanas", para concentrarse en una oración que no quede dispersa en el inabarcable espacio sagrado de la Basílica Vaticana. Quizá se buscó ex profeso ese vertiginoso efecto formal-espiritual, y se consiguió.


Hay un dia, una fiesta, en que la Basílica aparenta adecuarse a más asequibles proporciones. Cada 22 de Febrero, la Fiesta de la Cátedra de San Pedro, el templo del Vaticano se "concentra" en una ilusión óptica en torno al relicario del Altar del ábside, el Altar de la Cátedra.

Según una antigua tradición romana, la Sede, la Silla de Pedro el Apóstol, es una de las insignes reliquias atesoradas y veneradas en la Basílica del Príncipe de los Apóstoles. Allí están su Tumba y su Cátedra; la Tumba oculta, bajo el Altar Mayor Basilical, dando cimiento; la Sede manifiesta, en el fondo del Ábside que encabeza convergente las naves basilicales. En torno al Cenotafio Petrino, los sepulcros de los Papas; alrededor de la Cátedra, el Pueblo Cristiano que confiesa y celebra la misma Fe de Pedro y atiende el magisterio de sus Sucesores en la Sede Romana y Universal.Una Cátedra, la Sede Apostólica, en la Urbe para el Orbe.

La mágnífica máquina barroca que ideó el genio de Gian Lorenzo Bernini para contener la reliquia de la Silla de San Pedro, permanece todo el dia de su fiesta adornada tal y como la concibió el gran maestro romano. Los "sampietrini" colocan cirios encendidos en unos soportes-candeleros que rodean perfilando todo el contorno del trono de bronce, en cuyo interior está depositada la Reliquia. Desde lejos, al entrar en la Basílica, el efecto de los cirios encendidos empequeñece el apoteósico conjunto; sólo al acercarse al ábside se advierte ese fenómeno que se repite por toda la Basílica, al reconocerse las medidas reales de los elementos.

Los cirios de la Cátedra que miden más de metro y pico, parecen velitas de tarta infantil desde los piés de las naves. Siluetean con luz temblorosa el Misterio de Cristo hecho Iglesia; tan pequeña en la distancia del tiempo, tan enorme en la imponente verdad de su presencia.


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