viernes, 25 de abril de 2008

Pax Tibi Marce

La primera vez que estuve en Venezia me pregunté si los venezianos saldrían alguna vez voluntariamente de su ciudad. Porque yo, si fuera de Venezia y allí viviera, sabría y procuraría no alejarme de ella usque ad mortem. Y después que me enterraran presso San Giorgio.

Había nevado, y en las callejuelas cortadas por los puentes sobre los canales todavía quedaba nieve. Nos hospedaron en una palazzina que era una residencia regentada por las monjas de un convento anejo. Todo tan netamente veneziano, más que una novela, más que una película.

Existen cosas leídas, imaginadas, que te golpean desencantantes con su realidad sin letras, cuando las ves fuera del cuadro o el grabado o la página donde las aprendiste mentalmente. También están, por gracia de Dios, las realidades que parecen trasladadas del mundo ideal, tal cuales, universales de óntica y sustancial existencia. Son tan verdaderas que mejoran cualquier imaginación que tengas hecha.

Fueron tres días de un Febrero memorable. Apenas había turismo, porque la primera Guerra del Golfo había espantado a la gente. Íbamos y veníamos por los campi, por los canali, en el vaporetto, porque las góndolas eran caras y nosotros no éramos novios en luna de miel. Yo llevaba una capa negra, española, que me habían regalado por Navidad y que entonaba con el aire frio y el sol brillante de aquellos dias.

En Piazza San Marco me retrataron en la esquina de la Catedral-Basílica que da al Palazzo del Dux, sentado sobre la base de los Tetrarcas de pórfido, entronizado sobre y entre la Historia. El que me hizo la foto (que no sé si sabría quiénes eran y cómo se llamaban los cuatro que posaron conmigo), quedó tan satisfecho que nunca me la dio, ni me mandó copia. Es digna de poner en un álbum, pero no la tengo.

Era 1er.Domingo de Cuaresma. Dentro de la Basílica habían desplegado sobre el Altar la Pala d'Oro. No estaban los caballos de la quádriga de Constantinopla en la fachada, porque los estaban restaurando, pero vimos uno expuesto en una sala del museo del Duomo, tan imponente y regio como el del Marco Aurelio del Capitolio, pero sin jinete.

En Santa María Gloriosa dei Frari, tuvieron que mandar a un chierichetto a pedirme que me quitara, que iba a empezar la Misa, porque me instalé en el ábside, frente a la Assunta del Tiziano, estático, y estuve no sé cuánto tiempo sin moverme, absorto. Oh!

La tarde la tengo recordada mil veces en la piazza de delante de SS. Giovanni e Paolo, al pie del Colleone, a la hora del tramonto, todavía con luz en el cielo.

Anduve por calles, plazas, puentes, junto a los canales, como si fuera de allí, sin sentirme extraño, como si conociera todo.

Hoy que es San Marco, he querido regalarme este recuerdo.

Venezia ha sido una víctima de Europa. Las potencias la odiaron, porque era Soberana y no podían poseerla, pero todos los poderes de Occidente sintieron la fascinación por Venezia.

Su declinar decadente en el XVIII fue triunfal con Vivaldi, Albinoni, Tiépolo, Longhi, Canaletto, Goldoni...Hasta el vano y leggero Casanova decoró un ocaso, ese que nos ha llegado y dura, como un lento adagio inmerecido.

No se repuso del despótico golpe napoleónico, tampoco pudo reconstituirse después de la tiranía de Austria, ni la mediocridad de los Saboya y la ópera del Risorgimento la quisieron ver nunca más Reina del Adriático. De haber renacido, podría haber sido una rica república o principado, una Suiza o un Lienchtenstein o un Mónaco o una Andorra (sin comparación posible en metros de belleza, historia y arte). Aunque también hubiera podido sucumbir como tantas bellezas perdidas en el capitalista y liberal y progresista y militarista y revolucionario y devastador XIX-XX europeo.


Quizá San Marcos la custodió celoso, con su león alado y una armada de Dogos en bucentáuros de espejos de azogue, batiendo reflejos de oro y brocados, disimulándola, disfrazándola, enmascarándola: Tornasoles en celosias de aire, de mar, casi sin tierra, dorada en un atardecer de arreboles sin fin, perpetuamente declinante en el rincón más fascinantemente decadente de Occidente.
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Sí, Venezia me afecta. Tanto como da fe el párrafo de más arriba. Se me ocurren más cosas, pero mejor no excederse. De todas formas era por y a propósito de San Marcos, que es hoy.
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