Hace unos días me animaron la mañana con la noticia de la aparición de un manuscrito supuestamente perdido: Un breve tratado de ajedrez de fines del siglo XV dedicado a Isabella D'Este y Francesco Gonzaga, marqueses de Mantua, probable obra del franciscano Fray Luca Pacioli (ca.1440-1517), uno de los más reputados matemáticos de su época.
Desde niño me ha fascinado la pintura de Jacopo de Barbari, con la imagen del fraile y el poliedro transparente y flotante, uno de los más enigmáticos retratos del Renacimiento.
Un franciscano italiano, aritmético y cortesano, religioso de convento y doctor en la universidad, que teoriza sobre ajedrez y es amigo de Leonardo da Vinci; Leonardo mismo dibujará para fray Pacioli, y fray Luca instruirá a da Vinci en secretas armonías del universo.
Aquella época dorada del Renacimiento era escenario de mentes y obras así, con tanto del armónico medievo, con tanto de la armónica antigüedad. De fra Pacioli están tan cerca Pitágoras y su mística de número y música, como Copérnico y sus hipótesis cósmicas.
Por lo menos hasta Spinoza, el de la "Ética monstrata more geométrico", Occidente vivirá en armonía de espíritu y ciencia, de razón y fe, de número y ánima.
Qué infeliz nuestro tiempo, que no sabe, que ha perdido la sabia armonización del fraile y el poliedro, de aquello que él nombraba tan bien nombrado DE DIVINA PROPORTIONE.
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