El indigenismo pastoral es uno de los avatares en que sobrevive y se actualiza la teología de la liberación, tan relanzada por el francisquismo. Si las formas del periplo mejicano de PP Franciscus conservan la impronta juanpablista, la vena dista mucho de la de los viajes iberoamericanos del Papa Wojtyla. Entre aquella foto de JPII amonestando a Ernesto Cardenal y los yutubes de PP Franciscus alternando con Raul Castro, hay una desconcertante distancia, que no sólo es temporal.
No comulgo con el rezo del indígena que en la Misa celebrada en Chiapas se emocionaba diciendo ante el Papa que 'la fe nos ha mantenido en pie de lucha por el Reino de Dios'; ese lenguaje, en esos términos, no es católico, no es cristiano, hiede a marxismo y heterodoxia inmanentista.
El viaje, tan cargado de momentitos de emoción muy magnificados por los medios que cubren la información, parece al fin una campaña de animación socio-política con breves y ligeras pinceladas de piedad popular, con las Misas multitudinarias como coartada. Y poco más.
El clero des-católico estará entusiasmado, pero los católicos conscientes vivimos en permanente estado de inquietud.
Nos anima considerar que si tan pronto pasó el efecto del voluntarioso JPII, sin apenas huella actual en América, salvo pocas excepciones, lo mismo pueda pasar con el francisquismo.
Es de temer, sin embargo, que, supuesta la degeneración general, las consecuencias sean distintas y, en este caso, lesivas.
Duele ver que la nación con la mayor población católica del mundo esté recibiendo en estos días una dosis tan pobre de catolicismo. Una extraña siembra que dará un imprevisible fruto.
El día menos pensado nos contarán en Rome Reports que se ha creado, con aprobación papal, una misa en la que el evangelio se proclama con señales de humo, y el padrenuestro con tambores lejanos.
Lo paradójico es que en esta era de la globalidad la Iglesia esté jugando a zambullirse en indigenismos regionalistas con aliños teológicos.
+T.