miércoles, 12 de febrero de 2014

A un año de la tragedia


En el aniversario de la trágica renuncia de Benedicto XVI, reasumo todo lo opinado en su momento, aquel fatídico día. Ha pasado un año y las consecuencias son/han sido mucho peores que lo que entonces temíamos. Si Benedicto marcó un compás de esperanza y regeneración, al fin consumó su pontificado de forma impropia, dejando expuesto el futuro de la Iglesia a los hechos que se sucedieron a causa de su patética renuncia. Con todas las puntualizaciones, incluso críticas, que le hicimos en ExOrbe, el suyo fue un pontificado digno, señalado por el motu proprio Summorum Pontificum, un verdadero hito en el desastroso panorama post-conciliar, motivo de perspectivas restauradoras que a la postre se vieron abocadas a punto muerto por la traumática decisión del abandono de la Santa Sede. Una desgraciada efemérides.

Esto es parte de lo que publicamos entonces aquí, en Ex Orbe:
Es otro gran rifiuto

Divagaciones sobre el retiro

Júbilo indiscreto, regocijo absurdo

Nosotros nos lamentamos, ellos hacen fiesta

Pentimenti di Benedetto

Se va, renuncia, pero con muchos aplausos

El Papa habla al terminar los ejercicios espirituales (un texto verdaderamente patético y emotivo)


Sin embargo, como hace un año, la voz del catolicismo políticamente correcto repite a coro los tópicos que se acuñaron ad casum, ponderando la 'valentía'(?) de la decisión, su responsable(?) oportunidad(?), independencia(?) y premeditada determinación (?). Todos y cada uno de estos asertos me parecen discutibles y sujetos a una duda razonable, por como se plantearon y desenvolvieron las circunstancias previas y posteriores a la renuncia.

Lo que sí reconozco ser verdad es otra de las proclamas tópicas que las más conspícuas voces católicas, oficiales y oficiosas, repiten también a coro, como si estuviera ensayado: Que la renuncia de Benedicto supuso/supone el fin de una época y la apertura de otra nueva. La diferencias es que esos lo dicen con el ya acostumbrado timbre de entusiasmo, mientras yo lo comento con el punto y subrayado de alarma que en verdad merece: Todo ha cambiado y va a seguir cambiando, en un momento de agitación exterior e interior en el que, precisamente, la Iglesia Católica necesita estabilidad y firmeza, si no en el ad extra imprevisible sí, por lo menos, en el ad intra que debería estar celosamente ordenado por nuestra Jerarquía, misión que le compete muy gravemente.

Por contra, en este año transcurrido, todo se ha desenvuelto en la liviandad del aplauso y la anécdota diaria. Los documentos se han vuelto portadas de revista y titulares de prensa. La doctrina de la Sede se ha trocado en charla de micrófono y sermoncillo de ambón parroquial. Hasta hemos visto publicada una encíclica anterior con firma extrapolada y hemos leído, con perplejo estupor, una exhortación apostólica indefinible por extraña, en forma y fondo.

Tantas veces hemos recordado el pasaje de Lc 22, 31ss. apoyándonos en la profecía del Señor y esperando que después de la agitación diabólica el sucesor de Pedro acometiera la urgentemente necesaria confirmación de los fieles y consolidación de la Iglesia entera. Pero ahora tenemos la impresión de haber pasado a otro tremendo tiempo de convulsión, como cuando lanzan en alto el trigo pasándolo de una zaranda a otra.

Sin duda, la criba va a ser intensa y quedará un trigo limpio, muy limpio. Lo que no sé pronosticar es cuánto trigo quedará.

Oremus!

+T.