Pero no estamos en época de esos "pares". Lo unisex y el tolerancismo se imponen de tal forma, que las afirmaciones más recias de ayer se templan hoy con declaraciones que falsean lo que pasó y se desdicen del pasado y sus protagonistas, como si se soplara sobre figurones de humo. Pero no son humo.
A mí me hace gracia, me cae simpático, el tremendo Samuel Wilberforce (véase la caricatura y entiéndase al personaje y su "estilo") arremetiendo desde su anglicanísimo púlpito de Oxford contra el más bien tímido Dr. Darwin (que me cae muy simpático, por otras razones; lo he comentado hace poco a propósito de otra entrada en este blog). Aquella tensión, aquella reacción, tuvo que ser así, forzosa y coherentemente así. Y tan serio y respetable es el Darwin que observa y concluye y publica, como el Wilberforce que se alarma y clama tonante. Pretender siglo y medio después poner árnica en la herida, es una ridiculez de pazguato acomplejado, con muy poco del carácter firme y apasionado de aquellos formidables y batalladores clérigos y científicos victorianos.
La paradoja, además, es que sea la Iglesia Anglicana la que se desdiga y ponga en entredicho a su propia y antigua Jerarquía en un intento de reconciliarse con un pasado imposible de re-actualizarse. Digo más: Muy desconcertada debe andar la Jerarquía actual para enredarse en tales dimes y diretes del antaño de sus bisabuelos. Pero son nuestros tiempos.
A la Iglesia Católica le viene de más largo lo del "caso Galileo", que si yo fuera el Papa habría mandado al cuerno con cajas destempladas, sumaria y definitivamente. La semana pasada leí por ahí, no sé dónde, una noticia que me alegro: Que al final no iban a poner en los jardines del Vaticano la estatua de Galileo que había donado no sé quién. Perfectamente! Con lo que joden a costa del viejo cabezota, como para que encima le dediquen estatua con regodeo en el patio de casa del paciente sufridor, faltaría más!
Me gusta la historia tal cual ha sido. Y me gustaría haber estado en una de aquellas inflamadas controversias. Fue una época fascinante, y ya he dicho que me resulta tan atractivo el perspicaz y genial Darwin, como el fogoso Wilberforce.
A los Wilberforce les conozco más que a Darwin, por Newman, principalmente. De casta les venía ser ardorosos defensores de altas causas, como su padre William W. que combatió contra la esclavitud, y la vio finalmente abolida en Inglaterra. También fueron apasionados en religión, Samuel, el anti-darwinista, como obispo anglicano de Oxford, y su hermano Henry, uno de los más conocidos miembros del Movimiento de Oxford y famoso converso católico del grupo de Newman.
Por cierto, casados cada uno de ellos con una de las cuatro famosas hermanas Sargent (que siempre que salen a relucir se las nombra así: "las famosas hermanas Sargent"), tan ligadas a la historia y los personajes del Movimiento de Oxford; las otras dos se casaron una con George Ryder, futuro oratoriano, confratre de Newman en Birmingham, y la otra que fue esposa del que acabaría como obispo católico de Westminster y Cardenal Henry Manning (tan tremendo como su cuñado Samuel).
Me agrada terminar con esta semblanza amablemente doméstica y romántica. Hombres que amaron, que pensaron, que polemizaron. Pero hombres al fin: Un respeto para ellos y sus luchas, y no se pidan perdones con y por bocas extemporáneas, extrañas a las de los protagonistas de la historia (de esta y de otras).
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p.s. Que se me ocurre pudiera ser que fuera otra afloración del síndrome memoriero-historiero que aqueja a nuestro monclovita, que gobierna la España de ahora con la mente capta por el abuelete que perdió la guerra que él quiere ganar ahora para su abuelete. Más o menos. Pero pudiera tratarse del mismo espejismo (digno de gabinete psicológico y/o tratamiento psiquiátrico).
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