viernes, 5 de junio de 2015
En su Presencia
En las noches de vigilia de Adoración Nocturna me acostumbré a adorar (a orar, a rezar) desde lejos. Lejos es la distancia desde el confesonario, donde estoy yo, al altar de la capilla del Sagrario, donde está expuesto Él, unos metros, diez o quince, con la nave de la iglesia por medio, en transversal, a la mitad justa de la planta del templo.
Donde yo estoy está oscuro, sólo con la bombillita de dentro confesonario, encendida para poder rezar el breviario o algunos libros piadosos para sostener la oración, la meditación. Muchas veces, cuando levanto la vista del libro, al mirar en dirección a la Custodia, el altar iluminado frente a mí, con la oscuridad de la nave separando la distancia, causa una especie de efecto túnel; otras veces me parece el efecto de un escenario iluminado en una gran sala oscura. La mirada, en todo caso, siempre queda atrapada por la luz, a la que tiende irresistiblemente, imperceptiblemente, como imantada por la luz atrayente, suavemente fascinante. El centro de esa luz, esas noches, es Él manifestándose en la Hostia Sagrada, un punto, una pequeña figura redonda, distante, blanca bajo el cristal del viril, entre las puntas temblorosas de las llamas de los candeleros encendidos.
Yo estoy en mi oscuridad, sentado en el confesonario, rezando, meditando, oyendo al fondo los rezos a dos coros de los adoradores. No estoy en el primer plano de la luz. Me he quedado como una de esas figuras secundarias que pintan los pintores en los ángulos, en los fondos de los grandes cuadros con grandes escenas de gloria, teofanías, apariciones, éxtasis...Siempre hay algún figurante menor, no un santo, ni un ángel, sino algún frailuco, uno que estaba sin que se notara, un pobre, una vieja, un niño, alguien o algo que está en el cuadro para rellenar espacio, para completar la escena; lo mismo hubiera valido en vez suya poner una tinaja, o una maceta, o una piedra, o un perro. O a mí, yo mismo en el rincón de sombra.
En mi oscuridad, sin estar en la escena mayor, dentro de la capilla, sin que se note. Pero de lejos, veo; en la penumbra, adoro; en el silencio, rezo. Lo mejor es que estoy y no se me ve. Y no hace falta que nadie me vea. Sólo Él, que en su luz me ve a mi, en lo oscuro.
Una noche me di cuenta de que aquella distante luz del Sacramento también me alumbraba a mí, desde lejos, suavemente: Si miraban desde el Sagrario, cuando el ojo se hacía a la gradación de la luz, desde la capilla iluminada a la nave oscura, al fondo, en el muro de enfrente, el confesonario conmigo dentro, también recibía, recogía, un rebajado resplandor, una penumbra luminosa.
Es mi consuelo. Verme así. Sabiéndome en el espacio de su luz, en su sombra radiante, presenciándole creído, amado, deseado, alabado, adorado.
O quam bonus est nos hic esse !!!
+T.
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