Esta mañana leía que la causa de beatificación del Papa Montini va viento en popa, incluso con pronóstico de pronta beatificación. El caso será uno más entre los muchos expedientes tramitados bajo el pan-santoralismo juanpablista, una de las herencias más extravagantes del mega-entusiasta Beato Magno.
La rebaja de méritos, obras, cualidades y realidades, en suma, de los candidatos a la dulía ha sido escandalosa. La misma causa clamorosa de Juan Pablo II con la explosión (y promoción) del 'santosubitismo' marcó un nivel muy bajo, impensable hace medio siglo, cuando las cosas de le fe se trataban, evaluaban y gestionaban con más gravedad, como corresponde.
A 50 años del Concilio, bajo la manta que todo lo tapa del 'Año de la Fe', sufriendo las tremendas consecuencias del post-concilio, a falta de una profunda, juiciosa y responsable revisión oficial /magisterial de esos diez lustros, ensalzar la patética y siempre muy discutible figura y obra de Paulo VI, me parece un indiscreto error, una imprudente decisión.
Además con el agravio comparativo anejo, una herida fresca que sangra injusticia de una memoria santa: El parón a la causa de Pio XII, que sí murió en olor de santidad, cuyo único y principal handicap es el odioso, implacable e insaciable victimismo sionista.
Al fin se descubre/se sospecha una muy tendenciosa canonización de los protagonistas de la crisis conciliar y post-conciliar, como si con las Papas se beatificara/canonizara todo lo demás, o, por lo menos, se quisiera montar una apoteosis sobre las ruínas que, obcecadamente, se niegan.
Las consecuencias de estas promociones inmerecidas son muy lesivas, porque conllevan el descrédito de la misma causa, de su procedimiento y sus promotores. Quiero decir que al final lo que queda en entredicho es el propio concepto de santidad y el valor de una causa, de una beatificación, de una canonización.
Y la misma Iglesia, también.
+T.