miércoles, 20 de noviembre de 2019
El Sínodo de la Pachamama
Del Sínodo amazónico, entonces adveniente, dijimos ya algo hace dos años (véase aquí El sínodo jibaro). Lo decíamos con mucha ironía para insinuar justificados temores sobre lo que, ya se intuía, sería un embeleco para encubrir malas pretensiones de la pseudo-vanguardia des-católica, que nos impondrían luego a toda la Iglesia con la coartada del sínodo amazónico como arma de penetración. Los hechos del sínodo ya clausurado (aunque no conocemos a fondo todas las intervenciones y debates del mismo) confirman lo que se temía, todo con mucha hojarasca selvática para encubrir el daño ya premeditado por los promotores, rectores y autores sinodales.
Como ilustración del desvarío del sínodo amazónico han resultado en extremo escandalosas esas anti-ceremonias con fetiches indígenas adorados en ridículas escenas, en los Jardines Vaticanos, con el Papa presente y aquiescente, para estupor de los católicos conscientes y diversión de los espectadores de toda laya que se tragan con frivolidad lo que leen y ven en los medios. Ya sabemos que el vulgo mira, oye y olvida pronto, como ventolera que arrastra polvo y se va con el mismo polvo que venteó. Pero tocante al efecto que todo eso causa en la Iglesia, sabemos también que el daño es real, muy grave, por cuanto afecta al Credo y su presentación ante el mundo, como una perversa anti-figura de la propaganda fidei, ahora vuelta una especie de seminatio errorum con – y eso es lo grave – cobertura católico-romana de alto nivel, del más alto nivel.
Al respecto, pienso y concluyo muchas cosas, con un juicio tristemente resentido por tener que reflexionar sobre tales hechos, tan lejanos de la recta fe, la piedad y la Doctrina Católica Apostólica que se nos ha transmitido y que vemos como se descompone por la acción insidiosa de quienes deberían ser los garantes de la doctrina y que se desvelan en el susodicho sínodo como agentes de la confusión doctrinal más lesiva.
Cada vez que veía las imágenes de los extravagantes rituales vaticanos con los idolillos amazónicos, recordaba esa escena de la película 'La Misión', de Roland Joffe que he insertado en yutube. La ficción del film imagina en una muy lograda secuencia el encuentro primero del misionero jesuíta (padre Gabriel, interpretado por Jeremy Irons) con los indígenas, en un riachuelo, en mitad de la selva, con el sacerdote inerme sentado sobre una piedra, tocando con un oboe una melodía que se integra en la belleza de la naturaleza incontaminada de la selva y que capta, a pesar de ser extraña para ellos, la atención y la emoción de los indios, que cambian su recelo aprensivo y agresivo por una amable recepción, que se continua luego con la propia misión que desarrolla la película. El misionero ni duda de la bondad de su presencia entre los indígenas ni de su intención misionera, ni de la suficiencia de sus medios ni de los resultados futuros, obras y frutos, de su acción sacerdotal y también cultural. ¿Y por qué? Porque tiene fe: Cree en Dios, cree en Cristo Redentor, cree en su sacerdocio, cree en su misión, cree en la eficacia de los Sacramentos que va a celebrar y cree en la vida sobrenatural y eterna que va a iniciar confiriendo la gracia de Dios.
La escena, inspirada en relatos reales de misioneros de entonces, tuvo que repetirse muchas veces, por el estilo, con Francisco Javier o José de Anchieta o Francisco Solano o Junípero Serra como protagonistas, con los mismos escasos pero firmísimos medios espirituales y personales que describe la escena de 'La Misión', salvando la variabilidad de escenarios concretos, fechas y referencias de cada misionero y de cada misión. Pero, en suma, coincidentes con la escena de la película.
A aquellos santos misioneros no se les ocurría admirar la idolatría indígena ni adorar fetiches pre-colombinos, por ancestrales que fueran. Su atención se centraba en evangelizar, explicitando aquel lema que alentó tantas vocaciones misionales: 'Da mihi ánimas, coetera tolle' (Gn 14,21), versículo implícito en el principio 'Salus animarum suprema lex', nuclear en la Teología/Eclesiología.
Porque todo esto ha faltado y/o no se ha manifestado con la necesaria claridad y la sólida intención y convicción desde el principio del sínodo, en su planteamiento y desarrollo, ni en el instrumentum laboris ni en el aula sinodal, por todo eso, las pachamamas y sus rituales han sido la elocuente imagen del malhadado sínodo amazónico. Faltaba fe, no había fe, no tenían fe ni en el mensaje, ni en los medios, ni en el fin: Ni en Cristo Redentor, ni en su Evangelio, ni en su Gracia.
P.s. De la exhortación y demás documentos pendientes, no esperamos más ni mejor; por desgracia, Franciscus y su camarilla pueden rubricar y publicar un auténtico instrumentum destructionis.
Oremus!
+T.
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