Pero hoy han vuelto a darme una alegría con la noticia de un estupendo Van Dyck re-descubierto entre los fondos de la Real Academia de San Fernando. El cuadro es una joya, atractivo hasta viéndolo solamente en las fotos que ilustran la noticia.
Aparte el valor de la pintura en sí - un Van Dyck siempre es una exquisitez, ya sea retrato, escena piadosa o fábula mitológica - al lienzo de la Academia se le añade un interés iconográfico, por su rara temática, nada frecuente: Una Madonna con Santos ex-pecadores, que son los SS. David, Mágdalena y...¡el Hijo Pródigo!
Tocante a tan elocuente trío, me extraña la presencia de un personaje de parábola, ficticio, por más que sea evangélico y hechura narrativa del mismísmo Jesucristo. En el personaje (el joven del centro, entre María Magdalena y el Santo Rey David) del supuesto Hijo Pródigo, yo incluso adivino un posible autorretrato del joven Van Dyck, a quien se parece por las facciones y el corte de pelo, pero de quien se diferencia por el color de la cabellera y la piel, que son cetrina y morena en la pintura y fueron rubios en el muy cortesano maestro Van Dyck. Pero, así y todo, yo no descartaría un posible auto-retrato del maestro, como digo.
Por discrepar, por discutir, yo propondría antes al Buen Ladrón Dimas, que al Hijo Pródigo. Claro que está el handicap indumentario: Dimas se representa desnudo, con sudario o perizoma, como fue crucificado, y no semi-vestido con medio ropaje sujeto al hombro y un bordón en la mano. Porque lo que parece que lleva el personaje es una especie de bastón de palo, la cayada de porquero, el oficio que tuvo que desempeñar después de su ruína el hijo menor de la parábola.
Quizá la confirmación del personaje dependa de que se conocía la obra por descripción en alguna fuente documental constatable y fidedigna, o por alguna otra versión del mismo cuadro. Por ejemplo, en la página del ABC donde ví primeramente la noticia, ha estado puesta hasta hace unos minutos una fotografia de otro cuadro, estimo que una copia o una réplica, con las mismas figuras dispuestas de igual manera y con iguales caracterizaciones, salvo detalles.
Volviendo al cuadro, resulta patente la influencia de los maestos venecianos, Tiziano sobre todo. No sólo en la composición de la escena, sino incluso en semejanzas concretas, como la rubia Magdalena, tan tizianesca.
Sobre el asunto iconográfico, en el articulete de El País (como suele pasar, mejor compuesto, informado e ilustrado que el del ABC (hoy peor que ayer pero menos que mañana, ya se sabe)) se dice que los tres personajes serían encarnación de tres pecados típicos: Lujuria, adulterio y prodigalidad. Pero pienso irreflexivo y demasiado fácil tal comentario, entre otras cosas por la proximidad y quasi equivalencia de lujuria-adulterio, tanto más si se refiere a María Magdalena, de cuya mala vida se suponen e imaginan tantos capítulos en que cabrían múltiples variedades del pecado de la carne.
Aunque bien es cierto que los tres personajes, los dos reales y el parabólico, estarían implicados en pecados de vanidad, sensualidad y lujuria, siendo ese un común denominador a tener en cuanta en la razonable selección de ellos y no otros posibles (que los hay).
Sin embargo, como muy bien destaca el articulista de El País, la pintura pondría en escena a tres arrepentidos, tres grandes arrepentidos, los tres con una historia narrada en la Sagrada Escritura, los tres protagonistas de un sincero dolor de los pecados, contritos y humillados los tres, valiendo como tres grandes ejemplares-tipos de conversión.
Los tres se aproximan al Trono de la Misericordia, la Sede de la Gracia que es la Madre del Redentor, Jesucristo, que en la figura tierna y amable de Niño restituye y recrea con su gracia la inocencia perdida de los pecadores. Los tres - Magdalena, David y el Pródigo - esbozan una sonrisa ingénua, estáticos; no lloran, viven un estadio ulterior al del arrepentimiento y el dolor de la culpa y la penitencia, que ya pasaron. El detalle del bodegón-vánitas con la calavera y el frasco de myron (atributos de la Magdalena) dejados a los pies del Niño-Dios, cabe la Virgen, en el ángulo izquierdo del lienzo, sugiere ese paso ya obrado del estado penitente al estado de gracia y unión, tan aproximado también iconográficamente a la figuración de los misticos desposorios (Stª Catalina de Alejandría, Stª Inés). En este caso con la asistencia del Rey David y el Hijo Pródigo como testigos de la gracia, invitados a las bodas del Cordero.
Así trata el Señor a los que se arrepienten y lloran sus pecados respondiendo a la gracia que les estimula el dolor de sus yerros y les abre el apetito del bien, la virtud y la santidad junto con el temor y el amor de Dios.
Justamente dentro de una semana, el Jueves de la IIª Semana de Cuaresma, se reza en la Misa de la feria esta bella oración, tan característicamente cuaresmal y católica:
Señor, Tú que amas la inocencia y la devuelves a quienes la han perdido, atrae hacia tí nuestros corazones e inflámalos en el fuego de tu espíritu, para que permanezcamos firmes en la fe y eficaces en el bien obrar. Por Ntrº Sr. Jesucristo...Amén.
Pues esta misma oración está pintada en ese cuadro precioso de Van Dyck, el caballero Antón Van Dyck, un artista de cuando la fe y la inspiración caminaban juntas y enseñaban con arte la lex orandi-lex credendi, ya con pinceles, ya con gubias, con óleo, madera, bronce o mármol, todo Ad Maiorem Dei Gloriam.
Aquel mundo que deja en evidencia al nuestro cada vez que, como con este piadoso cuadro, aflora entre las suciedades y horrores de este tiempo descreído y atroz, de falso arte y apostasía impía.
Estamos como el Hijo Pródigo cuando guardaba cerdos, estragado por las orgías, consumido por los excesos y comiendo pienso de cochinos.
¡Dios nos de gracia con lágrimas de arrepetimiento para querer salir de la porquera y poder estar en una escena como la del cuadro!
Ahora que es Cuaresma, que es tiempo de gracia, día de salvación.
+T