miércoles, 20 de marzo de 2013

Aflicción en la decepción

 
No me inspiran confianza, no me comunican seguridad, quienes no se encuentran cómodos y felices con los signos históricos de su identidad, los propios de una institución, de un ministerio, de una misión. Si se renuncia a ellos, si se opta por un minimalismo condescendiente, entiendo que se desentienden displicentemente de lo que se debería ostentar responsablemente conscientes de su dignidad. Tanto más si se trata de la dignidad más alta.

El pobrerismo eclesiástico empobrece a la Iglesia y deja igual de pobres a los pobres, porque les priva de la riqueza de la Iglesia, que es suya, en ese sentido, verdaderamente. Cada vez que me he topado con un 'pobrerista' militante (de palabra, generalmente) siempre me pregunto por qué si alaban tanto la pobreza no se han quedado pobres como San Antonio Abad y se han ido al desierto a vivir radicalmente la pobreza en el yermo, con una saya de pleita de palma y la dieta del Bautista. Intuyo que la respuesta al enigma es que la pobreza, en estos casos, suele ser sólo un predicado, una construcción verbal, un recurso retórico, una pantalla, un reclamo propagandístico, un tópico ideologizado. El ideal de pobreza es una buena presentación, todavía atrae, aunque se practica poco por quienes tremolan ese pendón en la tribuna, ante las masas.

Lo importante, lo que hay que servir y atender, es, ante todo, la obligación asumida, el triple munus sacerdotal, que, aun siendo sustancialmente el mismo para todos los sacerdotes, tratándose de la Suma Jerarquía, adquiere suma trascendencia: Munus regendi, munus docendi, munus sanctificandi. Regir, enseñar, santificar. Gobierno. Doctrina. Sacramentos. Lo demás son extensiones de lo mismo, o añadiduras (unas convenientes, otras más o menos impropias).

Lo que se ha asumido no puede ser aligerado de su peso histórico. A no ser que se pretenda interrumpir la Historia, la propia, la que debe encajarse cuando se acepta la elección, sin obviar el pasado, sin retocarlo desde el presente.

Me emociona el Papa cercano, piadoso, el que reza con la gente, y se acerca a los humildes, y bendice a los enfermos, y abraza a los niños. Simpatizo con todos los signos de misericordia, de compasión, de proximidad. Me gusta, me edifica, me anima ver al Papa sentirse el Papa con los más pequeños, con los que el mundo ignora, con los simples y los inocentes heridos por el mundo y la vida. Así debe ser, así debe mostrarse.

Pero no renuncio al Papa coronado con tiara, portado sobre la sedia y flanqueado por los flabelli. Es uno y el mismo, sin contradicción, sin merma de su humildad, sin lesión de su título de Servus Servorum Dei. Siento que algo se ha perdido, que una parte de lo que debería ser se ha roto, que falta la consciencia de la dignidad, la más alta, que no puede sustituirse por un sucedáneo de simplicidad aparente que no define lo que debe ser reconocido y apreciado como se nos ha trasmitido, enriquecido por los siglos.

Me inquieta ver titubear a quienes tienen que ser los primeros en aportar solidez personal a la Iglesia, convencidos de lo que son, serenamente investidos de todas las prerrogativas de lo que representan válida y verdaderamente, persuadidos de su fuerza espiritual. Hace unos días lo comenté refiriéndome a los Cardenales del Cónclave. Ahora lo digo pensando en alguien más alto, el más alto.

Y si esto sucede en la cúspide ¿qué pasará en la base?

Se avizoran mares procelosos.

Por eso, durante la Misa, en el momento de la Elevación, espontáneamente, recé: "Misericordia, Señor, misericordia...". Como así reza un versículo de un salmo, también espontáneamente, continué rezando el resto del verso "...que mi alma se refugia en Tí; me refugio a la sombra de tus alas mientras pasa la calamidad..." (Sal 56)

Después también recordé otro versículo, de otro salmo, que también pide misericordia: "...miserere nostri, Domine, miserere nostri, quia multum repleti sumus despectione, quia multum repleta est anima nostra obprobrium abundantibus et despectio superbis" (Sal 122)

Con la impresión de diferir sobre quiénes son los pobres, quiénes los orgullosos, quiénes los soberbios, quienes los que se burlan, quienes los que desprecian.

Conste que yo me considero de los burlados y despreciados. Sinceramente.


+T.