Me preguntaba hoy un allegado que qué se debería hacer, en tales circunstancias, cuando la derrota desarma y el escándalo desalienta. Le he respondido con un infinitivo cargado de recursos: Recapitular.
Me alarma que no nos cale hasta los tuétanos lo que rezamos (lex orandi, lex credendi). Nosotros empezamos la Misa con el ritual del "Yo confieso" y el triple golpe de pecho...Pero a veces (muchas veces, muchas veces) descubre uno que no nos creemos lo que rezamos, que no asumimos y sólo "ritualizamos". ¿Se nos ha olvidado que somos pecadores? ¿No entendemos que en nuestra vida hay culpas, que hay cosas que son por nuestra culpa, que tenemos grandes culpas? Todos; todos los que rezamos eso que rezamos.
Por eso el desencanto cuando el pecado se evidencia, se descubre, se enseña y se publica. Mientras estamos detrás del telón, con las culpas veladas y encubiertas (piadosos sigilos de confesonario y confesor), bueno. Pero hay veces que se levanta el telón y la discreta escena aparece cruda y real, hijos de Adán, hijas de Eva y hermanos-as de Caín en plena tragedia, cada cual con su pequeño (o gran) drama interior-exterior, sin decorados, sin maquillajes, sin luz favorecedora, sólo con las candilejas del proscenio; sin telón de decorado ni atrezzo de ambiente; sin vestuario: Sólo el hombre, desnudo en su patética verdad de pecador con su pecado.
Cuando el Señor enseña a orar, instruye a los Apóstoles con la sencillez del PadreNuestro, tan "actualista". Quiero decir que es una oración en presente, que pide pan para el dia en que se reza; y pide perdón, y pide favor para no caer (ese dia también, como el panem quotidianum). Siempre es así, dice eso, reza esas cosas el PadreNuestro que "nos atrevemos a decir" (que también se nos olvida que ese rezo es atrevimiento, por ser nos quien somos y ser Él Quien es). Esta oración la rezamos todos los creyentes, y somos creyentes si creemos lo que estamos rezando y que somos tal y como nos definimos en lo que estamos rezando.
Un cristiano no se asusta del pecado, ni de los pecadores. Ni de ver a los pecadores. Ni de tratar con pecadores. Ni de vivir entre pecadores. Ni de vernos pecadores. Ni de amar a los pecadores. Pero...
Pero se nos impone el mundo, la feria de vanidades, y a veces nos comportamos como fariseos y/o como paganos. O como el mulatillo aquel que sale en el Lazarillo, que cuando veía a su padre negro como el carbón lloraba diciendo - "Mama coco! Mama coco!"...porque el pobrecito no se veía tan negrito como su padre.
Somos así, leprosos con careta de plata que señalan escandalizados al leproso que pierde su máscara, y señalamos con el dedo y rehuímos su compañía. Nosotros, los leprosos.
Lo que decía: Hay que recapitular, volver a poner en cabeza a Cristo. La "piedra angular" sobre la que se construye en firme y con garantias de salvación. Lo que no sea eso, es empezar mal el capítulo: Recapitular todas las cosas en Cristo. Como una de esas grandes letras unciales que salen en los códices viejos, Evangeliarios, Misales y cantorales: Tambien en cada y para cada capítulo de la vida de cada uno (de cada cristiano).
Ese es el proyecto, para nosotros, pecadores, ahora y hasta la hora de nuestra muerte.
Amén.
+T.