lunes, 21 de noviembre de 2011

Presentación (addenda)



No me resisto a poner y comparar:

Esta es la Oración de la Fiesta de la Presentación de la Virgen en el Misal Antiguo, el de San Pio V:

Orémus
Deus, qui beatam Mariam semper Virginem, Spiritus sancti habitaculum, hodierna die in templo praesentari voluisti: praesta, quaesumus; ut eius intercessione in templo gloriae tuae praesentari mereamur.
Per Dóminum nostrum Iesum Christum, Filium tuum: qui tecum vivit et regnat in unitáte eiúsdem Spíritus Sancti Deus, per ómnia sæcula sæculórum.
R. Amen

Y esta la que viene en el Misal de Pablo VI:

Oremos:
Te rogamos, Señor, que a cuantos hoy honramos la gloriosa memoria de la Santisima Virgen María, nos concedas, por su intercesión, participar, como ella, de la plenitud de tu gracia. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén
.
En la nueva, se ha eliminado toda referencia al misterio de la Presentación; item más: No se nombra tampoco en el prefacio 1º de Santa Maria Virgen, donde sólo se menciona la 'conmemoración' en lugar de decir, como antes se rezaba, 'en la Presentación'.

Un ejemplo típico de los absurdos atentados contra el antiguo eucologio que perpetraron los liturgistas fautores del Misal de Pablo VI. No sólo suprimieron lo bueno que existía, sino que desmejoraron lo que innovaron.

Concedo algunas excepciones, que reconozco. Pero el total, el conjunto, mientras más se examina, peor valoración se concluye.

La categoría de 'ordinario' con que queda fijado en el motu proprio Summorum Pontíficum, por mucho que se empeñen en aclararlo los neo-liturgistas, destaca en su acepción equivalente/sinónimo de 'vulgar' por contraste con el 'extraordinario' del Rito Antiguo pre-vaticanosegundo.

Las comparaciones son odiosas, se dice. Doblemente si la comparación deja en evidencia desfavorable a una de las partes comparadas.

Como es el caso.

Lamentablemente.

+T.

Presentación


Su  Presentación y Consagración en el Templo (Protoevangelio de Santiago, cap. VIIº):

Y los meses se sucedían para la niña. Y, cuando llegó a la edad de dos años, Joaquín dijo: Llevémosla al templo del Señor, para cumplir la promesa que le hemos hecho, no sea que nos la reclame, y rechace nuestra ofrenda. Y Ana respondió: Esperemos al tercer año, a fin de que la niña no nos eche de menos. Y Joaquín repuso: Esperemos.

Y, cuando la niña llegó a la edad de tres años, Joaquín dijo: Llamad a las hijas de los hebreos que estén sin mancilla, y que tome cada cual una lámpara, y que estas lámparas se enciendan, para que la niña no vuelva atrás, y para que su corazón no se fije en nada que esté fuera del templo del Señor. Y ellas hicieron lo que se les mandaba, hasta el momento en que subieron al templo del Señor. Y el Gran Sacerdote recibió a la niña, y, abrazándola, la bendijo, y exclamó: El Señor ha glorificado tu nombre en todas las generaciones. Y en ti, hasta el último día, el Señor hará ver la redención por Él concedida a los hijos de Israel.

E hizo sentarse a la niña en la tercera grada del altar, y el Señor envió su gracia sobre ella, y ella danzó sobre sus pies y toda la casa de Israel la amó.



Niña preciosa de Dios amada
por Dios creada graciosa y santa
para que un día en tu seno virgen
al Verbo Eterno pura cobijes.

¡Tu alma plena está de alegría
Niña María!

Niña bendita de Ana y Joaquín,
tan regalada, tan bendecida,
tan alabada que un Querubín
delante tuya entona un canto
que lo repiten Ángeles mil.

¡Tu seno al mundo dará la Vida,
Niña María!

Niña alabada
que Dios reclama
y vas al Templo
para ofrecerte
a su piedad

Con paso alegre
tus lindas plantas
suben ligeras
la escala santa
del santo altar

El Sacerdote
de luenga barba
tu sacra infancia
admira absorto
viendo brillar

el nimbo áureo
que de luz viste
tu cuerpo humilde,
tan celestial

Jerusalén dorada espera
a su Mesias profetizado
que por la gracia del Alabado
tú gestarás

Niña María
Niña del Templo
Niña del Cielo
Niña Bendita
Niña de Gloria
Niña de Gracia
Niña de Paz

Que al Niño Dios
bajo una estrella
en un pesebre
nos parirás

Oh qué pureza,
cuánta dulzura,
tu nombre, Niña
María bendita,
sobre las almas
derrama ya.


+T.