Lo que nos sucede en el caso de la extática Santa Teresa berniniana es que apenas se corresponde con la del retrato del real que le hicieron en Sevilla. No me refiero a parecidos, sino a conceptos: El éxtasis de la Teresa de Jesús que trasluce el mediano cuadro de fray Juan no pudo ocurrir en las formas que el gran Bernini recreara. Admitamos que podría entenderse posible que el Bernini interpreta ad extra un inefable ad intra. Pero el fondo místico de aquel éxtasis late más realmente en los ojillos legañosos que pintó el fraile que en los ojos desmayados que esculpió el maestro barroco romano. Recomiendo, ergo: Quien busque un éxtasis sublime, que se recree en la Capella Cornaro; quien quiera saber (hasta donde le sea concedido) la mística de un alma traspasada y encendida por el Amor más inefable, que se quede a mirar el cuadro de fray Juan.
Otra consideración a propósito de Teresas y retratos: La reticencia y resistencia de Santa Teresa a ser retratada contrastan con el gusto por el retrato de Santa Teresita, la de Lisieux, quizá la Santa más retratada (en vida) de todo el Santoral (salvo recientes Santos coetáneos de la era de la polaroid, el fotomatón, el photoshop y el reportaje fotográfico).
Siguiendo con la consideración a propósito de las dos Teresas, la distancia entre el Castillo Interior y la infancia espiritual, es la que va del Siglo de Oro y Trento a la pre-decadencia fini-decimonónica que preludiaba el declive general del Vat.2º. Casi todos los grandes progenitores del aggiornamento fueron fervorosos entusiastas de la Teresita. Sostengo que la debilidad de los espíritus modernos ya no podía digerir la recia piedra berroqueña que edifica la espiritualidad de la gran Teresa, maestra de almas de otra altura y horizontes. Ya sé que molesto a algunos cuando digo esto, y me hago cargo de que las comparaciones - ¡es verdad! - son odiosas y las verdades dolorosas.
Claro que la comparación es, entiendo, forzosa. Y la verdad, clamorosa.
Se explica también que, a diferencia de Santa Teresa, la Santa Teresita no pudo inspirar a un Bernini que la imaginara extática y transverberada en una obra cumbre de la escultura religiosa. Santa Teresita quedó para la posteridad del kitsch católico, melosamente sonriente en las estampitas y en las escayolas moldeadas de Olot. A cada cual lo suyo.
Y a cada Santa su época (con todas sus circunstancias y consecuencias).
...También eso debe ser Providencia.
+T.