martes, 17 de julio de 2012

Los agentes activos (y los pasivos)


Una Misa televisada es un para-recurso pastoral comparable a un espejismo. Sin negar el vehículo de gracia que pueda llegar a ser (pienso en un enfermo, un anciano o un impedido circunstancial), la Misa televisada es un sucedáneo que no sustituye; sólo - y sólo en cierto sentido - complementa y compensa la devoción, virtulamente. De hecho, sería un buen ejemplo actualizado del ex ópere operantis, un sacramental en formato audiovisual para telespectadores.

Sin embargo, la retransmisión de un acto litúrgico puede tener un gran valor documental, y no es raro que se comente luego este o aquel detalle o particular de una Misa televisada. Hasta recuerdo algunas secciones de algunos periódicos que dedicaban una gacetilla criticando, para bien o para mal, la Misa televisada del Domingo. Un género articulístico pintoresco, cultivado por setentones de esos que mantienen un rincón de relleno en la prensa. Ahora el fenómeno blogerístico presta nuevas oportunidades a los interesados, como esta reciente publicación, que me ha llamado la atención:

La otra cara de la Misa dominical en televisión

No lo lean, que es un tostón. Si lo leen, verán que se parece a los comentarios del insufrible Andrés Pardo o a las acotaciones de los insoportables perpetradores litúrgicos de Phase o CPL. Ese estilo es el que fermentó en boca de la canalla liturgista que infecta las cátedras de los centros de de-formación teológica, passim. Mientras más provincianos y locales, más tocados por el síndrome.

Por curiosidad, para confirmar mi intuición (el olfato capta el hedor inconfundible de la pieza) me asomé al perfil del autor de la gacetilla, que resultó ser un bugninista histórico de primera. En manos de sujetos así estuvo la planificación y ejecución de la reforma litúrgica vaticanosegundista. Y si este ejemplar no hubiera colgado los hábitos y se hubiera casado, en sus manos, en algún organismo curial romano o diocesano, con mitra pastoral o con solideo de monsignore, seguiría estando el delicado asunto de la lex orandi-lex credendi, degenerando oficialmente.

La triste fatalidad es que, aun desde su exclaustrada posición desclericalizada, este sujeto (y muchos otros como él) sigue dictando, moviendo la férula del maestro de ceremonias, ordenando como deben ser las cosas de la celebración y las acciones del celebrante. Y me consta que hay despistados que se prenden al embeleco e incluso se admiran y apláuden al pseudo-liturgo y sus páutas post-conciliares.

En el articulillo que he enlazado usa expresiones/conceptos característicos:

"presbítero celebrante principal"..."presidiendo"..."escaso nivel de participación por parte de la asamblea"..."animadores de la asamblea"..."servicio a la comunidad eclesial reunida en asamblea para celebrar la eucaristía"..."canalizar debidamente la aportación(...) orientando adecuadamente el servicio (...)a la asamblea, no anulándola, sino impulsándola y animándola desde dentro."


La palabra 'Dios' aparece 1 sóla vez. A Jesucristo, ni se le nombra. Tampoco se dice 'Señor', ni 'Sacramento'. Pero sí se hacen citas netamente neo-litúrgicas como esta:

"... Los gestos del celebrante principal, como los saludos, la invitación al abrazo de paz, la elevación de los dones en la doxología al final de la plegaria eucarística y, sobre todo, el gesto emblemático de la fracción del pan, carecen, como casi siempre, de fuerza expresiva y de carga emocional. Resultan gestos rutinarios, insignificantes, chatos, incapaces de suscitar emoción alguna"

Su ideal sería que:

"...el alto nivel de participación y la fuerza expresiva de los gestos y palabras de la asamblea, fueran capaces de trascender y romper los moldes impuestos por las ondas, para que toda la comunidad de televidentes se sintiera involucrada y presente en la rica experiencia espiritual representada en las pantallas"

Y el colofón:

"...la misa de la Tele debe dejar de ser un espectáculo, para convertirse en una llamada imperiosa y conmovedora a la vivencia del misterio."

Se entiende que conceptos como estos degeneren luego, según la idiosincrasia de cada lugar, en "misas vivenciadas" como, por ejemplo, esta:




aquí otra del mismo estilo, un reportaje más extenso

En una tele-misa se pueden cometer muchos errores, de palabra (verbigracia el famoso caso del sermón indecente del perlado de Alcalá, un Viernes Santo), obra y/o omisión. Se corre siempre el peligro de contagio por imitación, en cierto paralelo con el efecto de la publicidad televisiva: Si sale en la tv es bueno. Y se imita, para bien o (más frecuentemente) para mal. La televisión es muy impresionante, y siempre hay un impresionable dispuesto a ser impresionado. Si es un caso de impresionable litúrgico, el daño suele ser proporcional a la mentecatez del impresionado.

Es solamente una muestra. Hay más y peor. Pero seguramente las excentricidades del celebrante y la participación vivencial de la asamblea serán del gusto del bugninista exclaustrado del articulete: Así es el culto católico segun la neo-liturgia post-conciliar.

¿Y la que algunos llaman "reforma benedictina", o, como dicen otros, la "reforma de la reforma"? Yo diría que, tal como transcurre, resulta bastante indefinida, lenta, insuficientemente promovida y estadísticamente insignificante. Y el efecto 'motu proprio' referido a la restauración de la Misa y la Liturgia Tradicional, lo mismo, o menos, mal que nos pese. Que nos pesa.

Interim, entre la culpabilidad indolente del episcopado juanpablista, la vieja guardia post-conciliar sigue demoliendo, degenerando y corrompiendo. Y la anarco-liturgia vive y reina, cada día más 'creativa' y menos católica.

Con las celebraciones del medio siglo del V-2º, se quiera o no, se entienda o no, se cometerán nuevos excesos, y se re-entronizará el bugninismo, con la coartada (?) y la excusa (?) de que las riquezas del Concilio están aun por profundizar y estrenar.

Todo ello enmarcado en el rutilante marco juanpablista del 'Año de la Fe'.

De la fe que se perdió por mal-celebrar los misterios de la fe.

Custos, quid de nocte?

+T

jueves, 5 de julio de 2012

Müller, sembrador de inquietudes


Es muy grave y anómalo poner al frente de un organismo garante de la ortodoxia a un teólogo con su ortodoxia sin garantizar. Se trata de un caso que no tiene satisfactoria explicación por mucho que se quiera explicar satisfactoriamente. Benedicto (salva reverentia) no ha escogido bien, ni ha escogido al mejor. Ni siquiera al menos malo. Aunque Mons. Nicola Bux salga, capote en mano, a hacerle un (discutible) quite: 'Se extrapola del contexto'.

El contexto - entiendo yo - es el mismo personaje: Müller, su obra y sus circunstancias. Es dificil, cuando no imposible, desprenderse de lo que uno ha sido y ha venido siendo. Haría falta una especie de declaración de conversión, al estilo de aquellas confesiones dogmático-doctrinales históricas, cuando se precisaban las cosas dichas o no dichas, con claridad meridiana, para no suscitar confusiones y/o erróneas interpretaciones.

Pero Müller no hace eso, al contrario, me parece (con permiso de Don Bux). Por ejemplo, de una entrevista que le hicieron poco después de hacerse público su nombramiento, entresaco dos inquietantes afirmaciones:

1)- "...La Congregación para la Doctrina de la Fe tiene la responsabilidad de promover, no sólo proteger (...) La idea es promover la teología y sus raíces en la revelación con garantía de calidad, teniendo en cuenta las novedades intelectuales de la época a escala mundial. No podemos limitarnos a repetir mecánicamente la única doctrina. Se debe ser sensible a la evolución de la época, los cambios sociológicos, el pensamiento de nuestros contemporáneos".


Fue uno de los postulados-tesis del modernismo esa revisión-reformulación de la fe y la doctrina, trasvasándola desde sus formas (que son fórmulas, palabras, doctrina, dogmas) originales (antiguas, tradicionales), al lenguaje, la cultura y las expresiones modernas, contemporáneas, actuales. Por ejemplo, pasar del concepto escolástico de la 'transubstanciación' al nuevo, más en consonancia con la filosofía contemporánea, de 'transignificación' o 'transfinaliación'. Así, explicaban sus autores, se discurría sin solución de continuidad entre Stº Tomás de Aquino y E. Schillebeeckx. Pero obviaban que en realidad se disolvía el dogma entre la doctrina recta de un Santo y la insuficiente y errada de un heterodoxo (aunque dominicos ambos). Así se ha escrito gran parte de la turbia teología del siglo XX post-conciliar y lo que llevamos del XXI tertiummilenarista advenido. Lo que piensa y escribe Müller sobre el Sacramento, parece ir en esta línea.

Lo segundo que dice y que me inquieta, en la misma línea que lo anterior, es esto:

2)- "... Uno no puede simplemente elegir lo que se ajusta a un determinado esquema (...) tiene que abrirse a la totalidad de la fe cristiana, toda la profesión de la fe, la historia de la Iglesia y el desarrollo de su enseñanza (...) la tradición viva (...) Cada época tiene sus propios desafíos...".

También el historicismo teológico es una vieja tesis del modernismo, explicando que toda doctrina tiene su razón de ser coyuntural, según el marco cronológico-cultural del momento en que se formuló. Ni existen verdades eternas ni la Iglesia puede pretender tales conceptos supra-cronólógicos que exceden su naturaleza y dimensión históricas: La Iglesia y la fe son devenir.

Desde esta tesis, todo el Credo cristiano, incluso las mismas Sagradas Escrituras, queda suspenso en el el éter de la indefinición, susceptibles de ser adaptadas según los cánones del pensamiento u orden social-cultural vigente. Los teologos como Müller serían los autores encargados de la re-formulación, manteniéndose atentos a los signos de los tiempos, en cada momento y lugar.

¿Me dirán Uds. que voy más allá de las mismas palabras de Müller? Les pregunto yo a Uds. si no ven en las afirmaciones de Müller la dirección en que apuntan.


Para remachar la inquietud que este nombramiento sorprendente nos suscita, Müller se auto-apologiza:

- "...Pero el Santo Padre me conoce a mí y mi trabajo teológico, no sólo como autor, sino también como experto en los sínodos de obispos en Roma o en la Conferencia Episcopal Alemana..."

Pues por todo eso - no obstante Don Bux - los católicos conscientes estamos agitados, desasosegados, disgustados.

Tanto que no salimos de nuestra perplejidad.


+T.

martes, 3 de julio de 2012

Elegimus, creamus ac confundimus


Esa triple fórmula vendría muy bien para la bula de nombramiento de Monseñor Müller, el bombazo de esta jornada (victoria europea de la Selección Española de futbol aparte). Un bombazo o un petardazo o una explosión de gas lacrimógeno, no se bien como definirlo (no la victoria europea de la Selección Española, sino el nombramiento de Müller).

Como no soy episcopologoadicto como algunos de esos frikis clientes de los estercoleros de la blogosfera, no supe rien de rien del tal Müller hasta que se dió la voz de alarma, a comienzos de curso, allá por Octubre, cuando empezó a correr la especie de que era uno de los posibles sucesores de Levada en DF. Para suceder a Levada, dado su poco notable currículum en DF, cualquier prelado ortodoxo podría haber valido. Lo inquietante era que el tal Müller no sobresalía por ortodoxo, sino que tenía sombras.

¿Quién no fue revolucionario en la mocedad, cuando las efervescencias de la adolescencia exaltan y entusiasman etc. etc. etc.? La primavera que la sangre altera en la edad del sturm und drang, cuando afectaba a los clérigos de los años '60-'70, les provocaba las efervescencias correspondientes a la moda de aquella agitada temorada. Este Müller, con 21 juveniles primaveras cuando el Mayo del 68, tuvo que verse afectado por todo aquello. ¿Algún dato, algún documento que lo pruebe? Sí, su tesis doctoral en teología, que versaba (muy típico en aquella época) sobre Dietricht Bonhoeffer (Kirche und Sakramente im religionslosen Christentum. Bonhoeffers Beitrag zu einer ökumenischen Sakramententheologie).

Huelgan comentarios (se imponen deducciones).

Desde entonces, yendo y viniendo, ha sido profesor visitante en Madrid, Santiago de Compostela, Cuzco , Roma, Filadelfia, Kerala, Salamanca, Lugano, y São Paulo. Fue asesor teológico del Sínodo de los Obispso, y de 1998 a 2002 miembro de la Comisión Teológica Internacional. En 2002, cuando lo nombran obispo de Ratisbona, escoge para su escudo el lema 'Dominus Iesus', muy significativamente elocuente dado el impacto del documento homónimo de la S.C.D.F del año 2000.

Pero las proclividades demostradas hasta entonces no se tapan, no se cubren con un lema. Su fama como simpatizante de la teología y los teólogos de la liberación le dotaba de una suficiente caracterización, de un perfil bastante definido. Ser amigo de Gustavo Gutierrez confiere - velis, nolis - un sello, una etiqueta.

El juanpablismo, con un par de medidas, con unos cuantos gestos mediáticos, dio la impresiòn de haber domado y hasta erradicado la teología de la liberación. Cuando Leonardo Boff colgó los hábitos, algunos pensaron que la T.L. era ya un dragón vencido, un incendio apagado. Pero la influencia en todo el medio eclesiástico iberoamericano era y es muy grande. En Roma, en el Angélicum y la Gregoriana, los estudiantes hispanos y brasileños traían grabados los nombres de Gutierrez, Jon Sobrino, Boff, con Oscar Romero y Ellacuría como mártires extra-canonizados y el estrambote de Pablo Freire como complemento. Todo un continente impresionado por unos nombres y una doctrina. Y todo un continente en trance acelerado de des-evangelización y des-catolización. No se entiende la historia reciente de Iberoamérica sin la teología de la liberación. Desde Allende al depuesto ex-obispo y ex-presidente Lugo pasando por los aun figurantes Chaves, Morales y Correa, en todos se puede rastrear, más o menos remotamente, la huella de la teología de la liberación.

¿Una influencia para bien o para mal? Para el Catolismo, una ideología letal.

¿Cómo se explican, pues, las simpatías? O por afinidad o por oportunidad. Quizá las dos razones puedan confluir, a la vez, en Müller. En sus años de currículum eclesiástico, para ser tenido en cuenta, para ser promovido, un docto intelectual católico no podía dedicarse a cultivar la ortodoxia; estudiar - p. ej. - a Franzelin era una excentricidad. Por eso se entiende la simpatía de Müller por Bonhoeffer, por eso la inmersión en la T.L. Por eso Müller ha llegado a ser algo-alguien (salva Providentia).


En el otoño pasado ya anticiparon de su elevación a DF: Un teólogo de la liberación en el Santo Oficio (no como encausado, sino como prefecto (!!!???) En el articulete aparecían estas declaraciones de Müller:

"...Yo no hablo de la teología de la liberación de forma abstracta y teórica, ni mucho menos ideológica, para halagar al grupo eclesial progresista. De igual modo tampoco temo que ello pueda interpretarse como falta de ortodoxia. La teología de Gustavo Gutiérrez, independiente del ángulo desde el que se mire, es ortodoxa porque es ortopráctica y nos enseña el adecuado actuar cristiano, porque procede de la verdadera fe."

Como en Ratisbona se mostró bastante contundente contra los des-católicos del 'somos-iglesia', algunos le criticaban su progresismo aperturista hismanoamericano y su conservadurismo pastoral germano. Ahora, con su nombramiento como prefecto de DF se está diciendo de todo. También se conjetura que el nombramiendo de Di Noia como vice-presidente de Ecclesia Dei fue el prólogo equilibrante (?) de este sorprendente nombramiento. Todo muy agudo, muy sutilmente vaticanesco.

Los neocon, leales y cerriles, aplauden, se animan, asienten, y se tragan la enorme píldora. Los católicos conscientes nos inquietamos, nos removemos, nos alarmamos, nos tememos, nos vemos venir, nos remontamos. Y miramos (sin tragar) la indigerible novedad.

En estos casos, sólo se estima una opción adecuada: Oremus!

Aunque confieso que no sé cual debería ser la intención de la oración.

Custos, qui de nocte?


+T.

sábado, 30 de junio de 2012

Tu es Petrus


Parece quasi milagroso que el el Cabildo Vaticano continúe revistiendo con tiara y manto la imagen de bronce de San Pedro. La estatua, preciosa, es uno de esos magníficos elementos que quedan apabullados por la máquina portentosa de la misma Basílica. En el ángulo de uno de los machones de la cúpula, en la esquina de la nave de la epístola, frente al Altar de la Confesión y el baldaquino, la veneradísima imagen del Apóstol es apenas perceptible; con manto y tiara reclama más atención. Así y todo, cualquiera que haya asistido a alguna Misa o ceremonia en San Pedro del Vaticano sabe que allí el centro de atención es el Papa.

Cuando el Papa revestía tiara y manto, la impresión de las dos imágenes, la broncínea del San Pedro y la viva del Papa, se coordinaban, conectadas una con otra: Pedro es el Papa y el Papa es Pedro. Y así lo veía y entendía iconográficamente el devoto católico, sin forzar la abstracción, tan plástica, cuando superponía y traducía en conceptos el simbolismo de la dos figuras, idénticas: Este es Pedro, aquí está Pedro.

Item más: El San Pedro de bronce nunca se procesionaba, el que era llevado en procesión era el Papa, entronizado en la sedia gestatoria, a hombros de los sediarii. Una imagen imponente. Y creyente. Se creía en el Papa, en su ministerio sagrado, supremo y único, el mas alto que un hombre pueda cumplir, y todo ello se representaba en el ceremonial vaticano. Se creía en el Papa, y el Papa también creía. No quiero decir que ahora no se crea, ni que el Papa no sea consciente de su sacro ministerio, pero sí digo que la consciencia y su identidad han sufrido cambios que comportan una merma apreciable. La desaparición del antiguo ceremonial lo prueba.

Desde el post-concilio, el Papado se vió afectado por una especie de crisis de identidad, riñendo con sus propios símbolos, que llegaron a verse e interpretarse como extraños, o impropios. El capítulo final - por ahora - lo ha protagonizado Benedicto XVI, al suprimir de su stemma papal la tiara pontificia y sustituirla por una extraña mitra ornada con bandas. ¿Cómo se llegó a eso? Sospecho que desde una acomplejada y errónea interpretación del 'aggiornamento', incluyendo también una lectura con exégesis parcial, subjetiva, reduccionista, de la Escritura, la Tradición y la Historia. Todo ello catalizado por las tendencias, prejuicios y derivas conciliares.

Aun siendo el Papa del concilio, Pablo VI supo conservar muchos de aquellos signos que él mismo había contemplado en pleno apogeo durante su larga carrera curial junto al venerable Pio XII. A pesar de la patética, efectista e innecesaria deposición de la tiara, las imágenes del Papa Montini comunican todavía una solemnidad de formas que desparecerían luego, durante los años deconstructores del juanpablismo. Dentro de los márgenes de su sobria estética, quasi minimalista en comparación con lo anterior, los gestos de Pablo VI eran dignamente solemnes, sin ser triunfales. Hasta aportó un formato nuevo a la imponente estampa de la sedia gestatoria al usar las casullas de corte gótico y portar la férula rematada con el crucifijo, consiguiendo una imagen de sacra majestad quasi insuperable (véase en este youtube, a partir del minuto 1',20" ; y en este otro vídeo, en la sedia bajo palio, revestido con el manto y flanquedo por los flabelli, según el antiguo ceremonial)

Pienso que es un derecho de la Fe el poder verse representada, figurada y simbolizada. Los ornamentos y ceremoniales papales cumplían esa función, no imprescindible pero sí necesaria. Como sucedió con los elementos litúrgicos desechados y/o substituídos, la pérdida de estos signos del Papado son síntomas de una crisis, activa y sin resolver.


Sin duda, el Juan Pablo II del papamovil y todos los sombreros del mundo no se entendía a sí mismo con la misma auto-conciencia de Pio XII coronado con la tiara y portado sobre la sedia. Además de ser diferentes las personas, eran distintos los signos que les distinguian. ¿Esto les hacía diferentes en cuanto pontífices? Sustancialmente no, accidentalmente sí. No esencialmente, pero sí aparentemente. No se olvide que lo exterior es trasunto del contenido, sobre todo cuando expresan realidades confesadas desde la fe. Las formas también proclaman la doctrina, como una extensión particular de la lex orandi lex credendi.

¿Cuánto cuenta la apariencia? Mucho, o poco, según el peso que cada uno le conceda. Aunque parezca lo contrario, el juanpablismo concedió una importancia muy grande a las apariencias, pero justamente desde una perspectiva que destacó por la displicencia con que se suprimieron o substituyeron las formas tradicionales, escogiendo otras, con otro mensaje. La sima de la degradación (exceptuando las excentricidades ocurridas durante los viajes) se alcanzó en las ceremonias de apertura de la Puerta Santa del Jubileo del MM: Compárese con los ceremoniales del Año Santo de 1950, bajo Pio XII, y de 1975, bajo Pablo VI, para apreciar el nivel de degeneración y declive.

Cada vez son más los católicos que se sienten atraídos, fascinados, por todo este patrimonio perdido, una herencia a la vez material y espiritual que pocas veces se discierne equlibradamente según este doble valor. Reclamar la vuelta de la tiara o la sedia por lo atractivo de estos objetos sería un cascarón sin huevo, una estructura hueca, tan frágil como insustancial.

La fe en la alta significación del Papado romano postula también la recuperación de sus signos, no por nostalgia de lo perdido sino por firme convicción de lo que representan.


No he alcanzado a ver una entrada del Papa en la Basílica, entronizado en la sedia, bajo palio, con las trompetas de plata sonando y los fieles aclamando con fervor, pero la fe que profeso, lo que creo del Sucesor de Pedro, conlleva todas estas espléndidas y solemnes expresiones eliminadas por una malentendida y demoledora 'sencillez' que ha privado a los fieles de su derecho a una gloria 'visible', trasunto del misterio de la Iglesia.

El Catolicismo, en la liturgia y el arte, ha demostrado saber definir la eternidad en el tiempo. Cuando una auto-censura reprime en la Iglesia la exaltación formal de su Credo, es señal de una fe débil que se rinde a las presiones y categorías de la pseudo-cultura ajena pretiriendo la preciosa herencia de su tradición.

Lo paradójico es su sustitutivo: La parafernelia juanpablista, mil veces más costosa, equívocamente representativa no de la solidez de la roca petrina sino de la movilidad de criterios, novedades y ensayos.

Y lo más inquietante, la cuestión última que plantea esta crisis de formas: ¿Se hurta a Cristo la gloria debida cuando se minimaliza la gloriosa expresión de su Vicario y su Iglesia?

Termino con otro vídeo: Pio XII en Stª María sopra Minerva (salida del Vaticano, procesión y entrada solemne, y fervorín del Papa en el púlpito de la Minerva).

Oremus ut videamus iterum!


+T.

viernes, 29 de junio de 2012

Repugnat


El personajillo mantiene una estampa chusca, podria servir para ponerle figura a Mr. Weller, el padre de Sam, el criado sanchopancesco (sin panza) del quasi-quijote Mr. Pickwick. De tamaño peón, con el abdomen marcado apuntando prominencia, piernitorcido, con la punta del cinturón colgando de la trabilla, la chaqueta desabrochada y el pectoral más grande y ordinario de toda la reunión. Es su look más visto, con el que se siente más cómodo, supongo. Pero alarma que lo mismo va de aquesa guisa de mutual-del-clero que deja que le endosen el atalaje completo de un cardenal pre-montiniano. No problem.

Ese 'no problem' de vestuario se extiende a sus relaciones y afinidades de compadre, pues es público y notorio que es adicto a Bono (el manchego, no el de U2) y que se sienta y alterna con quien sea. ¿Con quien sea?

Ese es el quid, entiendo yo: Si un personaje de su talla (no la corporal, sino la estamental y eclesial) puede comparecer con cualquiera que sea y donde sea. Porque una cosa es conversar por obligación en un salón oficial, y otra exponerse en espectáculo, con propaganda, cámaras y publicidad.

Un político desacreditado universalmente, que ha sido el promotor y auspiciador de la mayor degeneración moral que se ha sufrido en una nación, que se ha significado definiéndose efectivamente anti-cristiano, con ideas y con actos, a quien se le puede imputar como autor responsable de una legislación pan-abortista y aberrante, anti-católica, con negativísimas y perversas influencias más allá de nuestra patria (¡un degenerado plus ultra!), un tipo así no puede ser el partenaire de un Cardenal de la Santa Romana Iglesia.

Nunca le tuve afición. Me reía para adentro cuando alguno (¿quién sería?) lo pregonaba como el 'pequeño gran hombre' de la Iglesia del tercer milenio. Tal para cual. Ahora, con estas escenas de diván del Tenorio, el mini-sujeto me resulta repugnante, bochornoso.

Con perdón de la Sagrada Púrpura.

+T.

martes, 26 de junio de 2012

Punto crítico



Me fascinan los trabajos de restauración que se realizan en los talleres especializados de los museos para la limpieza y recuperación de las obras de arte. Con técnicas cada vez más precisas y contrastadas, se tiene especial cuidado a la hora de levantar y suprimir las capas de barniz y suciedad que deforman la obra de arte. El punto crítico de la operación es fijar el momento en que hay que detener la actuación para evitar el riesgo probable de atentar contra el original, por mor de una 'limpieza' demasiado agresiva que llegue a afectar a la pieza en tratamiento, que sufriría una pérdida irrecuperable, lesiva y traumática.

Item más: Son bien conocidas y apreciadas en el mundo del arte aquellas huellas perceptibles que el tiempo acumula sobre una obra, la pátina que no es simple suciedad, o el craquelado de la pintura, incluso algunos detalles más o menos apreciables que se han incorporado al original o han desaparecido de él y que han llegado a ser, con el tiempo, parte de lo que se admira en una determinada obra de arte.

Por eso son tan delicados y cuestionables los criterios y las determinaciones que se decidan a la hora de efectuar una restauración importante sobre una pieza de valor.

¿Cuándo empezar? ¿Dónde detenerse? ¿Cómo terminar? ¿Habrá que intervenir nuevamente? ¿Con qué perioricidad? ¿Quién dirige? ¿Quiénes asesoran? ¿Quiénes intervienen?

Todo esto que se refiere al mundo del arte y su conservación se podría aplicar, mutatis mutandis, a la misma Iglesia. Y me refiero muy en concreto al proceso de la FSSPX, tan discutido, tan necesario, tan preocupante.

En dicho proceso la complejidad de la operación se multiplica, puesto que se debe entender como una acción doble, relativamente recíproca, tal y como se entiende desde la misma FSSPX, que es intervenida y a la vez interviene, entendiéndose lo mismo respecto de Roma, que no sólo examina sino que es examinada. Si me explico.

Todo ello es bastante exepcional, muy particularmente el papel que la FSSPX parece haber asumido. Así, en el sentido que voy diciendo, el punto crítico de la operación tiene que ajustarse por las dos partes, a dos bandas, en dos instancias, dos voluntades que tienen que acordar un placet suficiente y satisfactorio. Y no son dos partes iguales; algunas veces me pregunto si los miembros de la FSSPX son todos conscientes de esto.

¿Se trata de ceder? Se trata, más bien, de comprender. Inteligentemente, con sabiduría que no puede ser de este mundo, puesto que se tratan cosas que, aun estando en el mundo, no son propiamente de su esfera.

Si digo que hay que pedir al Espíritu Santo, dones y frutos y gracias, estaré diciendo una obviedad. Pero es oportuno - pienso - que se diga.

El punto crítico no es un punto perfecto. Las partes dimensionables de la Tierra no se avienen exactamente con los parámetros exactos de la matemática, porque la Geografía no es ciencia exacta como la Aritmética.

Uno de los edificios más perfectos de la arquitectura universal, el Partenón, es a la vez un modelo de desajustes que ajustan perspectivas de visión, con asimetrías que forman simetrías, sin afectar a la tectónica del edificio, al contrario, pues le prestan como resultado una solidez armónica, en la estructura y en su figura.



Las restauraciones y reformas, si son insuficientes, desperfeccionan al objeto en cuestión; si se pasan del 'punto crítico' (que suele definir el 'grado óptimo') lesionan al objeto, incluso pueden destruirlo. Existe, ha existido en la Historia, ese punto en el que, por ejemplo, el clamor mal gestionado de la Ecclesia semper reformanda concluyó en la crisis letal de la reforma protestante. Existió un punto en el que el erasmismo humanista se desequilibró en protestantismo luterano o calvinista; hubo un punto desequilibrado en el que la gravedad de Trento derivó en jansenismo. En parecido sentido, también se puede detectar un momento, bajo unas circunstancias dependientes de algunos actuantes, en que el bienintencionado Movimiento Litúrgico degeneró (¡su punto crítico!) en la catastrófica reforma litúrgica post-conciliar.

No sé si me explico, si Uds. me siguen.

Al final, sea lo que sea, no voy a cambiar afectos y/o convicciones que tengo bien definidas.

Pero sería una pena lamentable si salvables desavenencias humanas malograran ese necesario punto crítico de esta necesaria restauración.

Un punto crítico reclama, subsiguientemente, un punto y a parte. Que no es, en sintáxis, una ruptura de la secuencia del texto, pero que sí marca una distancia con la frase anterior y abre un nuevo período.

Los puntos y a parte, después de tantos puntos y seguido como sean precisos, son, al fin, una necesidad para una buena redacción que aspire a un correcto punto final.

Oremus!

+T.