sábado, 26 de mayo de 2007

Gn 11, 1-9


Han leído esta tarde en Misa la lectura de la Torre de Babel. Dice el texto que para levantarla utilizaron "...ladrillos en vez de piedras, y alquitrán en lugar de argamasa...". Escuchar eso en tiempos en que las constructoras y las petroleras señorean por doquier, es tan inquietante como la narración.

Pero si el cura te explica que la Babel del Libro del Génesis es la Babilonia de unos siglos más tarde y la Bagdad de hoy mismo, la inquietud se convierte en repeluco horripilante. Tanto tiempo para estar en los mismos lugares con la misma historia.

Porque parece que la Historia se ha estancado en las fosas de alquitrán de Babel; o que no saliera de un perpetuo circular por la "ronda del castillo", que diría la Santa (Teresa, of course). Lo que sea que pase, es evidente que tiene una extraña raíz en aquellos pagos babeleños donde la humanidad fué confundida en lenguas desarmónicas y disgregantes que perduran con su terrible y deshumanizador efecto.

Que la Babel del 2007 sea el campo de desencuentro de Oriente y Occidente, es el reconocible atavismo que desvela una humanidad en vertiginoso avance técnico, pero con las raíces empantanadas en el lodo alquitranado de sus remotísimos ancestros.

No alzamos torres desafiando al Cielo, pero estamos lanzando al cielo aparatos que desafían la paz y la armonía de la familia humana, con los mismos vicios de orígen que los babelitas pusieron como cimiento de su frustrado edificio.
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Tendré que volver a Misa mañana, para pedir que me enciendan con una de aquellas lenguas de fuego con las que se empezó a hablar en la Tierra el lenguaje nuevo de Dios...
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viernes, 25 de mayo de 2007

De bicicletas- Iª puntata


L a primera bicicleta de mi pueblo, fué la de mi padre, allá por 1924, calculo. Por eso mi padre me echó para Reyes una bicicleta en cuanto tuve la misma edad en la que él tuvo la suya: Seis tiernos años.

Yo fuí niño feliz con triciclos y coches de pedales, pero mi primer encuentro con una bicicleta de verdad fué cómico-traumático. Una inolvidable mañana de Reyes (todas las mañanas de Reyes son inolvidables, por una u otra cosa), me desperté con una estupenda bici rojo-metalizado en el salón; la estupenda máquina era el principal entre otros regalos que me llamaron más la atención. Las primeras impresiones siempre son muy impresionantes , y aquella entrañable mañana me motivaron especialmente, más que la bici, un avión con pilas que volaba dando vueltas, una caja con indios, caballos y dos "hopis", y un erudito volumen con una selección de literatos hispanos de fines del XIX-XX. Parece que estoy viendo las fotos en huecograbado de Ruben Darío, Valle Inclán, Don Jacinto Benavente...Pero la bicicleta reclamaba, imperante, la atención.

Por de pronto era grande, muy grande; tan alta que tuvieron que suplementarle los pedales con unos tacos de corcho para que me alcanzaran los piés; la primera vez que me subí al sillín, miré al suelo y un vértigo estilo Hitchcock me hizo desistir de dar siquiera una pedalada al aire. Imposible! Pero aquello había que estrenarlo, y era el dia de Reyes, y papá rondaba, y no decía nada; ¡había que echarle valor!

A eso de las 8 y media o las 9 de la mañana, se presentó tio Enriquito, a ver qué nos habían echado los Reyes y a tomarse un café con buñuelos y un coñac con los mayores; y, también, a traumatizarme el dia de Reyes (porque mi tio Enriquito era especialista en eso). Así que se pensó que, mientras los mayores iban y volvían de Misa, me fuera con él a dar una vuelta con la bicicleta y estrenarla en la calle (mi padre fué complice porque mi padre sabía las cosas que mi tio Enriquito podía hacer una mañana de Reyes, porque él, de niño, también las sufrió; ahora me tocaba a mí).
Salimos de casa, hasta la esquina de la Cuesta del Choto, que subimos hasta la mitad, justo frente a la barbería de Vicente el Goro. Me monté en la bicicleta, con mi tio Enriquito detrás; apenas tuve los piés en los tacos de corcho de los pedales, mi tio Enriquito me dió un empujón en el culo y la bicicleta empezó a rodar cuesta abajo, sin control, sin parar, sin freno (yo no sabía ni qué eran los frenos, ni dónde estaban, ni siquiera que se podía frenar aquella máquinaria); rodando, rodando, se acabó la cuesta, crucé temerariamente, desenfrenado, la Calle Real, y me entré como un ciclón en la Peña, abriendo con el manillar las dos puertas de cristales, atravesando el salón, atropellando a un camarero con una bandeja de cafés y copitas de aguardiente, y empotrándome con un fenomenal topetazo en la barra del mostrador.

Mi tio Enriquito, partido de risa; mi padre enfadado con el tio Enriquito (cómo si no lo supiera!); mi madre sofocada; mis tías item más. Y yo - pobre de mí! - con un shock post-traumático-biciclista de Día de Reyes que me duró hasta los nueve años.


Continuará...
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martes, 22 de mayo de 2007

Una estampa

Algunas veces se me entra una imagen dentro, y se queda. Luego vuelve, revuelve, y se hace familiar; una estampa, un grabado, una pintura, una foto...interiorizada.

Tienen un significado primero, impactante, por su belleza, por su elocuencia, por su actualidad, porque me traen un recuerdo, porque me emocionan, porque me inspiran un verso, porque me mueven una oración, porque me imponen un exámen. Las hay que me detienen y me dejan suspenso entre su mundo y el mio, el de la imagen y el que vivo. Me hacen más consciente, y me despabilan la conciencia, o la suscitan.

Si puedo y se puede, las guardo; después las dejo en reposo y, cuando pasa un tiempo, las saco y las miro y las pienso. Unas tienen fecha y oportunidad y salen cuando les toca, durante el año, o un día, en su momento; otras se quedan en el desván personal y salen o no, depende de que las busque o de que aparezcan ellas mismas por casualidad de remota y olvidada pero querida intencionalidad.

El otro dia, en la Fototeca de la Universidad, encontré esta placa:


Es un instantánea tomada por uno de los profesores del laboratorio de Arte, José Mª González-Nandín, en Marchena; parece más antigua, pero la ficha pone 1951. Una anciana (también parece mayor, pero no debe andar muy lejos de los setenta, si los tiene) sentada en la puerta de su casa, sobre una sillita baja, envuelta en su mantón, el pañuelo en la cabeza; más que mirar, tiene vuelta la cabeza en dirección al fotógrafo, los ojos cegatos; está a la resolana, con un poco de sombra sobre la pared, tras la silla.
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El portón, despintado y con los cuarterones roídos, está abierto; un cochinillo está parado en el umbral, a punto de entrar en el portal de la casa. Casi se adivinan las alcobas de dentro, la corriente empedrada y el patinillo del corral. La calle está barrida, con las piedras descarnadas asomando del suelo terrizo; entre el umbral y la calle hay unas pocas losas de piedra; la pared está muy blanqueada, dejando ver en los desconchados las capas de cal vieja.
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Han retratado - yo pienso que lo sabían - la dignidad resignada de la pobreza. No sé si cabe decir humildad, porque eso es virtud y es de dentro, pero debe andar muy cerca. También se podría poner cuento, con la historia que le pega al personaje y la escena. Un cuento de pobreza, de pared encalada, el mantón y la silla baja, con matices de gris y sombra, a la resolana.

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domingo, 20 de mayo de 2007

Los noticiarios de hoy traen la crónica de las nuevas acciones miitares del estado de Israel sobre los palestinos de Gaza, una nueva razzia de castigo, como una especie de envalentonado Sansón del tercer milenio contra unos gabaonitas contemporáneos.

La comparación con el Antiguo Testamento me brota casi espontánea cuando sale Israel, aunque el concepto bíblico de Israel sea un concepto veterotestamentario, cerrado, acabado; lo que queda de aquel Israel de las promesas está en la Biblia, porque el Israel auténtico se llama y es la Iglesia. Absolutamente.

Hay, perdura, sobrevive, una porción obcecada, remisa al Evangelio que se auto-reconoce como heredera político religiosa de aquel viejo Israel. En lo religioso, su destino es un apéndice de la propia Iglesia, que reza solemnemente por su conversión. En lo político, su proyecto es uno de los peores errores y más sangrientos tráumas del siglo XX y lo que llevamos de este.

Los cristianos hemos entendido mal y trágicamente la convivencia histórica con este Israel. Hasta hace pocos lustros no se comprendió la compañía valiosamente testimonial del nuevo"resto de Israel" en el propio transcurso temporal de la Iglesia, que reconoce el valor de su existencia y su inserción providencial en la Economía Salutis.

Políticamente, sin embargo, la inconcebible actitud del moderno estado de Israel, exije desde la moral política cristiana un severo juicio. La historia contemporánea tiene en ese estado sionista una de sus peores llagas abiertas, con consecuencias para la estabilidad y la paz internacional.

Hoy también sale en la prensa que en no sé qué universidad han descubierto un medio para medir la profundidad de un agujero negro: Deberían ensayarlo antes con el estado de Israel y medirle la hondura de su demencial política de perpetuo conflicto.

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jueves, 17 de mayo de 2007

He estado en el campo del Sevilla dos veces: Una con mi padre, cuando tenía 4 ó 5 años, la otra treinta años después, en un partido benéfico para Proyecto Hombre. Pero soy sevillista emocional y anti-todo-lo-demás. Me gusta que gane el Sevilla y que pierdan todos los demás que no son el Sevilla, absolutamente. En eso comparto la irracionalidad del fanático futbolero, sin complejos.
Y hoy en Sevilla hay que hablar del Sevilla que es la honra momentánea y efímera para Sevilla. También lo hago sin complejos, enfático y tan irracionalmente contento por la 2ª Copa de la Uefa del Sevilla, como satisfecho por el vinagre que están sorbiendo los que no son del Sevilla, y que se lo merecen por lo mismo. Las equivocaciones y los malos amores se pagan.

Esto es así. Y se nos nota la herencia de Adán y el pecado original de Eva, ¡ qué se le va hacer! Por cierto, que en el Paraíso el sevillista era el Ángel que se quedó guardando la puerta, que debe ser primo del Ángel de la Guarda de Palop (¡¡¡Visca la Mare de Deu dels Desamparats!!! que estamos en su Octava).

Y mi tia está en el Empíreo del gozo; y mi padre debe tener en la Gloria gloria accidental de propina. Y así todos lo sevillistas de la Tierra y del Cielo. Los del Purgatorio habrán ofrecido muy fervientes algún recalentón por el Copazo de la segunda Uefa, seguro (y en el infierno, ya se sabe que no hay sevillistas, porque es una contradicción ontológica).

Ea! A esperar al Sevilla y a llevarle la IIª copa de la Uefa del Sevilla a la Virgen de los Reyes, que estará en su trono más sonriente que nunca, por su Sevilla. Y su Niño Glorioso tirándole besos a los jugadores y jugando a sevillista con su Bola; y San Fernando con estertores de emoción en su urna de plata; y San Leandro y San Isidoro revoleando las mitras y los báculos. Y es que no es para menos. Óle!!

Viva!!! otra vez.




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miércoles, 16 de mayo de 2007

Mi favorita


Ponerme a escribir de mis pinturas/mis pintores, sería no acabar. Pero para aventar el azufre de las dos entradas anteriores, voy a escribir de una de mis debilidades en el Prado: La María de Médici de Rubens.

También está en una saleta íntima, casi; la gente se para ante las Tres Gracias (oh! la gloria de la sensualidad más graciosa y carnal, regocijo puro, joie de vivre!) y es natural; o ante la fastuosa Adoración de los Magos, en la que casi te puedes meter bajo un manto de los Reyes. Pero el Rubens que robaría para mi despacho es el retrato de María de Médici, todo negro, blanco, ocre, y el rosado de carnes, y el carmín de mejillas y labios, y el nacarado de las perlas...

Y ella, la reina de Francia, la esposa del Borbón, la princesa florentina; tan rica, tan gorda, tan sonriente, tan pomposa, tan fina, tan regalada. Dicen que era simplona, obcecada, caprichosa, torpona en política y rezongona en la Corte. Me da igual, es lo mismo, tout ça m'est bien egal! Rien de rien! Como la oronda María de Médici no hay otra en ninguna galería, en ningún museo. Oh! mi reina gorda y sensualona,beatona y frivolona. Con sus manos danzantes, con su cuello alabastrino y torneado, con su pelo dorado viejo, con sus ojuelos parlantes, y su papada barroca. El caballeroso y galán Pedro Pablo Rubens tuvo que disfrutar tanto, que dejó la pintura sin rematar, como si no pudiera ya pintar ni decir pintando más sobre ella, su reina.

Le dieron los hombres desengaños adecuados a tanta femenina potencia, y fueron sus punzantes puñales su hijo Louis XIII y su Cardenal Richelieu, que llegado al poder no le conservó las lealtades que ella deseara; con la nuera, tampoco se llevó bien, como Dios manda. Pero eso que perdieron todos, pudiéndola haber tenido.

En Sevilla, de niño, conocí a una réplica de Maria de Médici. Era una calentera que tenía su puesto de calentitos en la esquina de la Magdalena; cuando mi padre compraba las ruedas de calentitos para tomarlos con el café, yo me quedaba embobado viéndola tronchar con sus dedos brillantes de aceite y anillos los calentitos recien salidos del perolón. Hasta llevaba zarcillos de perlas, como la Reina. Cuando volvíamos a casa, yo cogía el libro de láminas y me asombraba de ver a las dos tan iguales, tan iguales.

La primera vez que estuve en El Prado, volví seis o siete veces a las salas de Rubens y a la saleta de mi reina Mèdici. Por deliciosa asociación, me la figuraba así, de medio cuerpo, pero con el delantal de la calentera; y a la calentera en su mostrador, pero con la valona abierta de la reina.

Desde aquí, un beso a las frondosas mejillas; en la carnosa y elegante mano, otro.

Oh, mi rubicunda y zonzona reina!


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Infierno sensual


Hace poco insistí a un amigo para que le echara un vistazo detenido al tríptico de El Bosco. A pesar de ser una de las obras más atractivas de todo el Prado, la sala en la que se expone suele estar relativamente tranquila; además es de las que consigue el efecto de comunicar obra y espectador. La dimensión de la saleta y la excelente colocación del tríptico te lo presentan tal y como pudiera haber sido disfrutado por Felipe II en sus aposentos de El Escorial, y hasta quizá mejor.

De entre todos los pintores del fascinante siglo XV-XVI, Hieronimus Bosch es de los más sugestivos; la crítica mejor documentada dejará sin agotar los motivos e inéditas inspiraciones del raro maestro. La tabla más obsesionante de las tres de El Jardín de las Delicias, es el tercer panel, el de la hoja derecha del espectador. La primera, es la conocida escena de la Creación en el Edén, casi ingénua; la tabla central es el luminoso y divertido jardín, con sus arquitecturas-naturalezas imposibles y ese relato ilustrado de ocurrencias y desviaciones entre el juego y el pecado, tan sensual y aún con un eco de la ingenuidad de la tabla precedente. No se distingue bien si pinta el placer, el vicio, o el pecado; parece que lo representado estuviera en un grado elemental de malicia, pero con una extraña sensación degenerante que se expande voluptuosamente irónica por toda la escena. Hay una diferencia notable con la primera hoja: No está el Creador; sólo hay hombres y mujeres, una abigarrada, sensual, impúdica y frívola humanidad que retoza entre una naturaleza dinámica que es su escenario.

El tercer panel rompe terminante la relativa continuidad estilística de los otros dos, incluso en la concepción formal de la pintura; tan distinto en color, composición, motivo, podría ser atribuído a otro pintor sin que resultara extraña la suposición. Si los dos primeros pueden "gustar" y hasta "distraer" o "divertir", este tercero está pensado para aterrar, y prueba que El Bosco consigue mejor este efecto. Es una evocación de lo desconocido a través de las formas inquietantes que emergen en pesadillas y delirios, febriles lucubraciones, sombríos presagios, locas obsesiones. Si existe una ilación temática, la lectura de creación-pecado-castigo es congruente, casi en el sentido de la Epístola a los Romanos y su "...todos pecaron..." (Rm 3, 23; 5, 12), en una sucesión tri-escénica con cada tabla como ilustración.



El infierno tiene instrumentos musicales, que sirven de materia para formas de tormento y espanto; parece que el pintor hubiera querido introducir la estridencia disarmónica de los aparatos musicales como un especial medio de castigo para los sentidos de los condenados, tan lejos ahora del turbión de placeres de la tabla anterior. Llama la atención la asociación del castigo con la representación de funciones orgánicas de digestión y deshecho: El sentido del olfato atormentado, castigado y representado en el escenario infernal; la tabla de El Bosco no suena ni huele, pero en su realidad meta-representativa, ese averno tiene sonido y olor. Y el tacto y el gusto están también incuídos en la horrenda secuencia de las penas. Todo lo sensualmente gozado en desorden con su infernal y respectiva pena de sentido.


Es un tríptico.

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