viernes, 24 de marzo de 2017
Amoris Tristitia
Tiene cuatro hijos y cinco nietos. Se casó joven, y fue al matrimonio con la inocencia de aquellos años, hoy tan lejanos, cuando las madres todavía informaban a sus hijas con pudor lo que tenían que saber. Todo lo demás era vida, se iba haciendo vida, con el amor de cada día y también el dolor de algunos días.
Pero el dolor fue haciéndose más presente y más ausente el amor, que ya era raro, sólo algunas veces, cada vez menos. Se le esperaba, se suponía que algún día volvería. Después fue la ilusión de que retornaría. Después el sueño de que reviviría; luego sólo el temor de que no hubiera amor para volver.
Su esposo, su marido, su amor, el único que tuvo, la dejó. Dejó la casa, dejó a los hijos, dejó a su familia. Cuando todo parecía que se iba haciendo soportable, llegó el desconsuelo punzante con la noticia de que él había rehecho su vida con otra (con aquella), que tenían casa montada y esperaban un niño. Cada detalle era como un folletín por entregas, con la diferencia de que ahora era su vida, una vida destrozada que sufría el montaje de un nuevo nido a costa del suyo destruido. Pero el tiempo cicatriza, el dolor del amor se vuelve crónico, como una enfermedad vieja con la que se vive, aunque no se deje de sentir cuando duele...¿Y cuándo no duele?...
Lo que no esperaba es que al final le fueran a robar hasta su dignidad, su inocencia, el amor partido y herido que había atesorado como un ascua viva, quemante, como la clave de una certeza, el sentido de su resistencia, el cimiento de su fortaleza. Hace unas semanas recibió una notificación del Tribunal Diocesano para que se personase como parte en una demanda de nulidad. Cuando su abogado le explicó de qué se trataba y de la nueva forma expeditiva de los procesos de nulidad, por voluntad y decreto ad casum del PP Franciscus, no entendía nada, no encontraba razones, se imaginaba enredada en un laberinto de vida, de mentiras, de trampas, de leyes y leyendas que la abrumaban hasta consumirla.
Su consuelo más íntimo, sólo referido en el confesonario, era rezar por su familia, por su marido, delante de Dios, que todo lo sabe, sabiendo que su amor fue verdad, su matrimonio fue verdad y su dolor enamorado era prueba diaria de la verdad que Dios conoce. Su consuelo era rezar sabiendo que Él conocía todo, conocía los corazones.
Cuando se da cuenta de que hombres de Dios, en un tribunal de Dios, van a decir que no hubo amor, ni matrimonio, ni familia, que ella nunca fue esposa, ni tuvo jamás marido, que sus hijos fueron fruto de una falsa unión, que vivió la ficción de una familia que nunca existió, entonces, suspendida en el vacío de lo que le dicen que nunca tuvo y nunca fue, llora con un desconsuelo que nunca imaginó.
Sigue creyendo en Dios. Y como una oración evangélica reza su credo particular: - 'Tú sabes, Señor, que es verdad, Tú sabes que me quiso, tú sabes que le quiero, que mantuve lo que Te prometí y le prometí. Tú sabes, Señor, que es verdad'(...)
Y así tantas tardes de Sagrario, tantas noches de Rosarios.
Lo que le duele y amarga especialmente es ese documento del Papa, Amoris Laetitia, causa hoy de su tristeza.
+T.
La propaganda mediática se empeña en presentarnos a la mujer como una víctima maltratada, pero la realidad de hoy es muy distinta: la mujer es inductora y autora principal, en altísima proporción, de los desastres del matrimonio y la familia. Amoris Letitia es un documento ambiguo que se presta demasiado fácilmente a interpretaciones perversas, pero habría sido muy útil un documento papal, bien hecho, para evitar el alejamiento y favorecer la vuelta a la Fe y a la Iglesia de las víctimas contemporáneas de las catástrofes matrimoniales y familiares (hombres en una proporción mucho más elevada de lo que se dice)
ResponderEliminarSólo una doctrina líquida acerca del matrimonio, o sea, una falta de consideración de lo que es en verdad el matrimonio, puede producir el capítulo VIII de Amores Tristicia, como bien la llama don Terzio. Y el caso que cuenta, el de esa mujer abandonada por un marido que se "recasa" con otra señora y reclama después los servicios de los tribunales eclesiásticos, sería buena prueba del sufrimiento que puede ocasionar despreciar la ley dada por Dios a su Iglesia. Lo tragico-cómico del caso es que a la verdadera esposa la intentarán consolar diciéndole que ha de aceptar la voluntad divina, que curiosamente viene a coincidir con la voluntad del esposo que la abandonó, y vámonos que nos vamos.
ResponderEliminarlo de experto no es por erudito, sino por experiencia propia. Y el sufrimiento de una mujer abandonada requerida por tribunales eclesiásticos puede ser cierta, como lo es la de un marido que con todas las de la ley es expulsado de su casa contra su voluntad, apartado de sus hijos y obligado a mantener económicamente la relación de su mujer con el amante de turno. Real como la vida misma. Más difícil todavía, convencer ese marido acribillado que acepte la voluntad divina.... aunque los milagros existen, Deo gratias.
ResponderEliminarLos padres sinodales no tuvieron en cuenta esa situación. Ah, ¡las balas que se hubiese ahorrado la historia si ese documento se hubiera preparado en épocas de Enrique VIII!
ResponderEliminarSi una nulidad tiene una prueba falseada, la nulidad es una falsedad, el matrimonio sigue válido ante Dios, y hay mentira con fornicación adulterina.
ResponderEliminarMuy de acuerdo con los dos comentarios precedentes. Y muy triste por estos tiempos "anticristianos" que nos tocan.
ResponderEliminarPero muy esperanzada en este día de Fiesta de la Encarnación. ¿Qué más podríamos pedir a la Infinita Misericordia Divina? Hay días en que el "plan B" (Redención) me deja sin aliento.
P.D.: Lo de "acuerdo con los dos mensajes anteriores" era por los dos primeros mensajes. Saludos.
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