Fui, he sido, testigo y actor secundario (otras veces co-protagonista) de escenas que yo mismo, ahora, me las recreo recordando y me parecen tan absurdamente simpáticas como páginas de Alicia o El Principito (Alice in Wonderland me gusta, Le Petit Prince lo soporto, solamente). Por ejemplo, esta tarde recordé esta:
Mi hermana: - ¿Qué es cachondo?
Mi tio Vicente: - Gerundio de cacho, pero no se usa.
Mi hermana: - ¿Qué es gerundio?
Mi tio Vicente: - Cosas del verbo.
Mi hermana: - Pues Paquilla dice que tiene un perrito cachondo.
Mi tio Vicente: - No se dice cachondo.
Mi hermana: - ¿Y que se dice?
Mi tio Vicente: Gerundio.
Aquella noche, cenando, mi hermana nos contó a todos que la Paquilla tenía un perrito gerundio la mar de gracioso.
Y mi padre le preguntó: -¿Se llama gerundio el perro?
Y mi hermana le contestó: - El perrito se llama Lolo, gerundio se dice porque cachondo no se puede.
Mi padre fue el primero, mi madre y mi tia después, y luego todos nos engollipamos con la sopa y la risa.
Contaría más, pero otras son tan familiares, o tan de mi pueblo, de mi familia, o de mi casa, que tendría que explicar demasiado. Y hasta, probablemente, no significarían lo mismo, ni serían graciosas.
Cuando me dicen que hay un japonés aprendiendo flamenco en Lebrija - por ejemplo - me pregunto qué sacará en limpio del aprendizaje, con la duda de si lo limpio que saque será flamenco. O si el flamenco se aprende en limpio; o si un japonés tiene el minimum quid para el asunto. Al final te confirmas en la tesis no compuesta, solo amagada, en cuanto ves que un gitanillo que va por la calle pregonando caracoles toca las palmas sin lecciones y da un un taconazo sin proponérselo con más poderío que un faraón.
Diré en descargo que el japonés aflamencado se corresponde en desajuste con la que estudia un cursillo de bonsais, o el que practica zen habiendo nacido en Triana y llamándose Alfonso (López por su padre y Salguero por su madre). Lo mismo.
Lo malo es que el japonés se crea que sabe flamenco y el trianero se persuada de que entiende zen. Y les den diplomas. Y saquen respectivas cátedras por oposición.
No sé si ustedes, pero yo me entiendo (hasta donde alcanzo).
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La historia del perro gerundio me ha resultado digna de “Les Luthiers”. El humor blanco basado en el juego inteligente con las palabras. Respecto a que un señor de Triana practique el zen le diré Dómine, que estoy totalmente de acuerdo con usted; el caso me parece tan difícil como que un señor de Hanoi sea capataz de la Macarena. La inteligencia es un buen antídoto contra la vulgaridad ambiental.
ResponderEliminarDice usted que es filojesuita.¿que piensa del padre Loring?
ResponderEliminarleí el libro para salvarte y me parece un embrollo,algo asi como que: no aclares que oscurece.....
Mi tio Vicente, AncoMarcio, fue profesor en ICAI, antes de la guerra, y de viejo era de lo más ocurrente que te puedas imaginar. Aunque el mundo que alcanzó a conocer ya estaba muy alterado, a veces fantaseo con lo que hubiera opinado del que vivimos ahora.
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Anónimo, para pedir/preguntar opiniones deberías presentarte y dejar de ser 'anónimo', ¿no te parece?
ResponderEliminarPienso que sería lo correcto, ¿tú no?
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Buenísima, la historia del perro de la Paquilla, genial de veras.
ResponderEliminarDe lo del japonés y el flamenco, no sabría qué opinar, sobre todo porque recuerdo que una vez me dieron unas entradas para asistir a la Feria de Abril...en León (que en general no está tan lejos como Japón pero para eso de la Feria.. casi, casi.)
No nos prive de esas anécdotas. Podría iniciar una serie de «conversaciones en mi casa», como tiene el Embajador. Completaría su blog.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo con Mendrugo.
ResponderEliminarSi, por favor.
Lo entiendo, padre. Sentí algo así cuando vi a Al Pacino bailando tango en "Perfume de mujer".
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