domingo, 28 de febrero de 2010
Dormidos en su gloria, dormidos en su agonía
Cuando el Señor dijo que si no somos como niños no entraremos en el Reino de los Cielos, los Apóstoles no sabían que los iba a hacer, que los estaba haciendo niños, volviéndolos niños para que pudieran entrar en su Reino.
Los niños se duermen. Recuerdo mis sueños de niño feliz, sobre el hombro de mi padre o en brazos de mi madre. Sueños absolutos, profundos, sin pesadillas ni sueños felices porque la felicidad, entonces, era el mismo sueño.
Los tres apóstoles, Pedro, Santiago y Juan, que se duermen en el Tabor, cuando Cristo se transfigura y aparecen Moisés y Elías para hablar con Él, son niños rendidos, fatigados por tanta gloria, como chiquillos que se cansan después de unas horas intensas en un parque de atracciones. O como niños asombrados que se beben por los ojos una conversación de mayores que no entienden; o como párvulos dando cabezadas sobre el pupitre cuando escuchan la primera lección de matemáticas, o de alfabeto, la primera suma que no entienden, el primer silabario que no comprenden; y se duermen.
Son los mismos, los tres, que en el Huerto de los Olivos son testigos de la Agonía del Señor. También se duermen. Ahora son niños ante una escena intensa, en un teatro, dormidos en sus asientos mientras el drama ocurre en el escenario; o como chiquillos en un concierto, la sinfonía sonando, in crescendo, pero los niños se han dormido y no les despierta ni un fortíssimo de la orquesta; o como pequeños que van al cine, y se quedan tan dormidos que recuerdan luego la película remotamente, vista y no vista, como flashes de imagen y sonido y sueño, todo envuelto en sueño. O como niños con fiebre, cargados de somnolencia, febriles, con los ojos infantiles pesados, sin poder levantar los párpados.
Así vivieron los Apóstoles Santos sus primeras aproximaciones al Misterio, dormidos en la Pasión y dormidos en la Gloria, durmiendo en el Tabor y durmiendo en Getsemaní. El Señor lo sabía; los había vuelto niños, niños que se duermen, para eso, para que pudieran resistir el primer despunte de su Gloria y la primera escena de la Pasión.
Y así pasan los Apóstoles por todos los Misterios del Señor, embobados, perplejos, torpes, soñolientos, dormidos, impresionados, sobrecogidos, atemorizados.
No empiezan a despertar, a ver y entender, a despabilarse, hasta la mañana y la tarde de la Resurrección; hasta el dia de la Ascensión, cuando los Ángeles les despiertan: - "¡Varones Galileos! ¿Qué haceis ahí plantados...???!!!". No se les abren la mente, el corazón y el alma hasta que en Pentecostés no les prenden las lenguas de fuego del Espíritu.
Nosotros, los que nos dormimos cuando rezamos, los que no entendemos cuando meditamos, los que nos distraemos, nos perdemos, nos ofuscamos, nos caemos, nos enredamos; nosotros, los que estamos por la fe inmersos en su Misterio, estamos igual que entonces los tres del Tabor y Getsemaní: Niños dormidos al aparecer la Gloria, niños dormidos cuando empieza la Pasión.
Pero si no somos como niños, no entraremos en su Reino.
Non obliviscaris!
+T.
Esta mañana, en Misa, me preguntaba, cómo sería su homilía.
ResponderEliminarY aquí está para aplacar mi espíritu lleno de temores.
Muchas, muchísimas gracias por el bien que hace a mi alma.
¡Que Dios le bendiga!.
Y siga, siga siempre igual.
M´ancantao. He oido hablar en más de una homilía sobre la necesidad de ser "laicos adultos", "fe adulta" "compromiso adulto" y demás jerga, que no llega al corazón. Pues yo me quedo con "la música" de su sermón de hoy Terzio.
ResponderEliminarDanke schön!
ps. que sí, que sí, que ya sabemos que los laicos tenemos que estar formados!!
Gracias a usted y a doña Esperanza que ha expresado muy bien algo que yo no sabía expresar. Es verdad. Esos tópicos de los laicos adultos no llegan nunca al corazón. Creo que el mismo Cristo, cuando volvió al Cielo, era tan Niño como cuando vino al mundo. ¡Gracias!
ResponderEliminarGracias, muchísimas gracias.
ResponderEliminarNunca había ni oído, ni leído, y mucho menos visto, las concomitancias del Tabor y Getsemaní que apuntaba usted el otro día. Llevo tres días dándole vueltas sin entender nada, sino que tenían la fea costumbre de dormirse en los momentos más inoportunos. A lo más que llegué hoy, en Misa, que siempre se abren las orejas un poco, es a oír por primera vez ese "no sabía lo que decía" referido a Pedro, que me ha resultado, no sé por qué será, muy consolador.
Usted ha debido de ser un niño con los ojos muy abiertos, de los que leían de corrido en un pispás, que también los hay.
Muchas gracias, de verdad.
Que cosa tan preciosa de reflexion. Que maravilloso que el Señor nos haga niños, impresionados,embobados,sobrecogidos,inmersos en su Misterio para poder resistir su Gloria y su Pasion. Dios le guarde
ResponderEliminarCuando en el día de ayer estaba oyendo Misa en mi parroquia me hice la siguiente pregunta:
ResponderEliminar¿Cómo es posible que antes se rezara tres veces el "Yo pecador" en la Misa y ahora no se rece ninguna?
Como salí con la sensación de no haber cumplido con el precepto dominical, decidí asistir nuevamente.
¿Hay alguna justificación litúrgica a esta omisión en un tiempo en que el sacramento de la confesión ha decaído tanto?
Mi conclusión había sido un poco más prosaica. Me dije: ""o quiero hacer como Pedro: poner una tienda al ladito de Nuestro Señor transfigurado y quedarme así "bouche bée" como dicen los franchutes, para siempre." En un momento dado pensaba que qué floja, querer obviar Pasión y Cruz, pero en otros momentos: Y bueno, si al mismo Pedro le pasó...
ResponderEliminarEn fin.
Yo sólo voy a felicitar a Terzio por el icono de la Transfiguración que acompaña en lugar principal al post.
ResponderEliminarPor cierto, en la imagen consta como un icono de la escuela de Novgorod, pero en cambio cuando lo he buscado en el "Google_Imagenes" no me ha aparecido. Misterio o inexperiencia internáutica por mi parte?