Son muy decorativos, y bien colocados darían bastante tono a cualquier ambiente. En el piso de mis padres no lucen bien porque están todos colgados en un espacio insuficiente, cuadro sobre cuadro. Pero son tan de casa que se notaría alarmantemente su falta. Dudo que mis hermanas puedan decir dos cosillas siquiera de Carlos V o de Felipe II, pero aun sin conocerlos, saben que son los dos señores de los cuadros que han visto desde que nacieron (ellas, mis hermanas). Mi hermano entiende un poco más. Mis sobrinos...mis sobrinos no se de qué entienden y me da miedo imaginar y no pregunto.
Decía que los cuadros esos no lucen en el piso. Además necesitan una arreglito: Limpiar la pintura, tensar los lienzos, refrescar con barniz nuevo, ajustar los marcos. Pero como han ido envejeciendo con la casa (que se tuvo que vender) y el piso y sus habitantes, su regular estado (el de los cuadros) no preocupa a nadie. Excepto a mi.
A veces he imaginado que ejercen su influencia sobre nosotros, modelándonos a su imagen. A ninguno se nos ha puesto cara de Felipe II, pero mi madre sí tuvo algunos días casi el perfil de la Dolorosa, se le parecía. Sería porque toda pena se asemeja, pero se parecía, hasta el color de los labios. Las manos no, porque la Dolorosa las tiene pintadas finas, muy suaves, y mi madre acabó con las coyunturas como nudos viejos.
Y el retrato del caballero anciano del Greco, ese sí que se pareció a mi padre. Mi padre se le fue pareciendo poco a poco, una metamorfosis de 4 años de derrumbe, de sombra. Menos la gorguera, todo se le fue volviendo como un reflejo de espejo. La mirada era esa misma, cansada pero amable, con más vida en un ojo que en otro, desanimada pero paciente, y la sonrisa fatigada que no sale porque no puede. Y las mejillas hundidas, y las orejas lacias, y el poco pelo mal peinado, la barba enfermiza. Tal cual, como un transporte de la vida al cuadro.
También hay en casa una Virgen de Belén, de cuando se casaron los abuelos de mis tatarabuelos. Una versión popular de un Murillo, de fines del XVIII. Y tengo un retrato de chico, con un año o poco menos, en brazos de mi madre. Yo no me parezco al Niño, pero mi madre sí se parece a Ella.
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Yo tengo en casa enmarcada una foto de mi ídolo terrenal. Espero no terminar pareciéndome a él, con esa sonrisa de viejo sátiro ni esa barriga de insaciable comilón. Ah. Mi ídolo es Joaquín Rossini.
ResponderEliminarTe comprendo perfectamente: Los objetos que nos acompañan durante nuestra existencia acaban formando parte de ella.
ResponderEliminarAmigo Terzio te gusta, como a mí, la lectura del Padre Coloma. Tal vez no compartamos el gusto por Proust, pero él supo recoger y transmitir esas sensaciones tan íntimas y familiares:
"...en ese alabastro traslúcido de nuestros recuerdos, del que somos incapaces de mostrar el color que nosotros tan sólo vemos, ese que nos permite decir verídicamente a los demás, cuando se habla de cosas pasadas, que ellos no pueden tener idea, que esto no se parece a lo que han visto, y que hace que no podamos considerar en nosotros mismos sin una cierta emoción, al pensar que de la existencia de nuestro pensamiento depende, por algún tiempo más, su supervivencia, el reflejo de las lámparas que se han apagado y el olor de las alamedas que ya no florecerán jamás".
Saludos cordiales.