Sucede que, de un tiempo a esta parte, hay un extraño interés por exculpar a Lutero, como si se le quisiera mitigar el ardor de las llamas vivas. No sé. En la audiencia de ayer Miércoles a los peregrinos, en la Sala Nervi, Benedicto XVI comentaba a San Pablo, en el marco del Jubileo Paulino. Para testar la doctrina sobre la justificación, remacha que Lutero la entiende mal cuando hace de la "sola fides" el eje de su doctrina (herética). Aunque el "herética" apostillando es mío y no de B16, ese es el sentido de la catequesis papal.
Aquí está en el original italiano. Y
este es el resumen de Zenit (regularcillo, como de costumbre, por mano y hechura de la redactora). En resumen, un tema apropiado al Año Paulino, con una oportuna y clarificadora referencia a Lutero, que entendió, comentó y enseñó mal a San Pablo.
Las herejías que en el mundo han sido lo fueron (o lo son) por exceso o por defecto. Es decir, que algunos se quedan cortos y otros se pasan al confesar, entender y/o exponer el Credo. También hay cierta heterodoxia "de omisión", que callando oculta lo que debe ser expuesto y proclamado íntegro. Las más de las veces, las herejías han sido primero "personales" y luego "eclesiales", en el sentido de que empezaron con uno que las pensó, luego las aceptó, después las enseñó y finalmente las divulgó, infectando a una parte de la Iglesia.
Si el hereje no se corrigió y/o no fue corregido, la consecuencia histórica suele ser un cisma, una parte del pueblo cristiano que se erige autónomamente desafiando a la Iglesia y su Magisterio. Lo personal pasa a ser institucional y perdura más o menos en el tiempo, con consecuencias más o menos graves y/o definitivas. Así, la "reforma" protestante protagonizada por Lutero y su entorno significó la más grave agresión a la Iglesia desde las antiguas herejías trinitarias y cristológicas que dividieron a la Iglesia entre los siglos IV-VIII.
El llamado "Cisma de Oriente" fue un episodio más bien de controversia y ruptura intra-eclesial-jerárquica, porque el Dogma y los Sacramentos quedaron los mismos y reconocidos tanto por la Ortodoxia bizantina como por la Catolicidad romana, a pesar de la separación. Por su parte, la reforma protestante no sólo fue un rechazo-rebelión anti-jeráquico-papal-romano, sino que incluía una explícita heterodoxia respecto a partes importantes del Dogma y la Tradición, junto con una negación bien definida de los Sacramentos y su doctrina.
Otra diferencia entre uno y otro caso es que el Cisma de Oriente se consuma durante un período de varios siglos de controversias y tensiones, mientras que la reforma protestante prende en Europa en menos de cincuenta años, evolucionando y generando nuevas formas religiosas que extremaban los mismos planteamientos de su génesis luteranista. No sólo tuvo como efecto la disgregación de la Cristiandad Occidental, sino que desencadenó el "replanteamiento" de los estados europeos, marcados desde entonces por el tráuma que hizo del Occidente Cristiano un conflictivo mosáico de naciones y confesiones.
Entiendo que los católicos que hablan de "rehabilitar" a Lutero, lo hacen desde una benévola comprensión del personaje y su obra, pero obviando gran parte de la obra y el personaje. Del "mejor" Lutero se podría admirar su pasión por la Sagrada Escritura y su sinceridad espiritual, ansiosa de Gracia. Lo que excluye, sin embargo, es tan sustancial para la Iglesia que apenas queda posibilidad de "comunión" salvo un escueto Credo trinitario-cristológico, una reducción de la Iglesia al mínimum quasi pre-niceno que ha derivado en las sectas radicales hacia formas más veterotestamentarias que eclesiales.
Cuando empecé a estudiar la Historia de la Iglesia, descubrí la magnitud de muchos de los "contradictores" del Dogma, desde Arrio a Eutiques, pasando por lo discutible de Orígenes y Tertuliano. Pero siempre admiré más a los Atanasios y los Cirilos y los Flavianos y los Crisóstomos. Me convencí de que ser fiel es más valeroso (y dificil) que ser "innovador", y sobre todo es lo propio del verdadero discípulo, consciente de que ha "recibido una tradición que viene del Señor". En este sentido fue como Newman también se convenció de la firme estabilidad de Roma frente a la deriva de fe que supuso la mutación protestante.
Desde que Denifle y Grisar publicaron sus ensayos-biografias de Lutero, la historiografía católica perfiló un personaje que no cabía, absolutamente, en el concepto del "santo cristiano", a pesar de las humanas sinceridades que pudo tener. Tampoco le servirían de contrapeso sus "apasionamientos" enfervorizados, ni su arrebatada espiritualidad, demasiado desequilibrada para poder estimarse como 'mística' cristiana.
No me imagino a Lutero entre llamas, como le vieron algunos. Pero entre los Santos, tampoco. Admirar parte de algo no supone reconocerle ejemplaridad. En absoluto.
Un rayo de luz no basta para iluminar la hondura de una caverna, aunque sea luz.
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p.s.
En las ilustraciones, el dibujo-retrato de Cranach, con Martín Lutero todavía fraile agustino; y dos fotos de la máscara mortuoria y manos de Lutero, en la S. Martinkirche de Halle (estuvieron mucho tiempo "reservadas", pero actualmente estan expuestas a los visitantes).
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